Las últimas flores del verano

By ersantana

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Ganadora del Watty 2022 en la categoría juvenil✨ «Una carta de amor, una chica con aroma a coco y un verano i... More

Nota de la autora
Personajes
Playlist de la historia
Era el fin del mundo
1. Bienvenidos a San Modesto
2. Más fe que sentido común
3. Tardes con aroma a coco
4. La intersección
5. Hey Shorts
6. Recordaría haberte conocido
7. Del maíz y otros problemas
8. Seamos amigas
9. Las primeras flores del verano
10. Entre zarazas
11. Del amor y otros problemas
12. Bienvenida al mundo adulto
13. Bajo el cielo estrellado
Interludio (I)
14. Una epifanía
15. No lo sé, dime tú
16. Regresiones al amanecer
17. Hay una chica en mi cama
18. Una cena incómoda
19. No me olvidarás
20. El silencio de la noche
Interludio (II)
21. Un día nublado
22. Nuestro lugar especial
23. Días de sol
24. Antes de todo
25. Tragedias nocturnas
26. Sintonía perfecta
27. Dieciocho días
Interludio (III)
28. El año del conejo
29. En el medio
30. ¿Qué le echan al agua?
31. Las patronales de San Modesto (I)
32. Las patronales de San Modesto (II)
Interludio (IV)
34. Caminata nocturna
35. Una visita inesperada
36. La canción del verano
Epílogo: El día del fin del mundo
Nota de agradecimiento
Extra I (Héctor e Iván)
Extra II (Astrid, Allen y Casey)
Extra III (Casey)

33. No es para siempre

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By ersantana

24 de febrero de 1999

—Crees que soy una estúpida.

Seguido de esta frase, una piedra pequeña voló por el aire hasta golpear con un tinaco de basura, cuyo metal resonó por la solitaria calle de San Modesto. 

A pesar de que nos habíamos alejado del jardín, el armonioso sonido de los acordeones nos seguía como si quisiera encantarnos para regresar con aquel tumulto de personas que se habían reunido para bailar al ritmo de la música típica.

Fuera de ese apretujado ambiente, la calma reinaba por las calles del pueblo. Las pocas personas con las que nos habíamos cruzado estaban camino al jolgorio o demasiado ocupadas en sus asuntos como para prestarle atención a dos chicas que caminaban solas a la medianoche.

—Maylín, no...

—Y lo cierto es que lo soy. —Otra piedra salió volando—. Soy una tonta que solo sabe arruinar la vida de sus amigos.

Casey sabría qué decirle. Estaba segura que habrían tenido una conversación transcendental que borraría cualquiera de sus preocupaciones y dónde encontrarían una solución viable.

Pero Carlos había pasado a recogerla a las nueve en punto por orden de su padre para evitar problemas con la tía Ceci, dejándome sola en esa compleja situación con una sola indicación: no la dejes sola. Tanto el tono con el que me lo dijo como la expresión seria en su rostro encendió mi instinto de preocupación, poniéndome en alerta.

Por el resto de las horas tuve mi mirada fija sobre sus tembleques hasta que se levantó de la mesa donde había estado jugueteando con la comida de su plato. Sus ojos barrieron todo el lugar hasta que localizó una puerta entreabierta cerca de una esquina y se abrió paso entre la multitud para salir.

Tomé mi pequeña mochila y seguí sus pasos sin dudarlo. Al asomarme al otro lado de la puerta, me topé con su silueta bañada por la luz naranja de la calle donde hace unas horas Francisco había estado peleando con su padre.

Maylín estaba de pie, observando como la brisa nocturna movía la hierba alta del solitario lote junto al jardín. Sus labios parecían moverse, como si estuviera repitiendo una frase entre susurros, sus manos no paraban de juguetear con las cadenas que caían sobre su camisa y su mente parecía estar perdida en miles de pensamientos.

O al menos así fue hasta que llamé su nombre y sus ojos captaron mi presencia. Nos observamos en silencio por unos segundos antes que sus pies empezaran a moverse hasta alejarse gradualmente del jardín típico. Y, obedeciendo las indicaciones de Casey, empecé a caminar a su lado.

—¿Esto era lo que querías decirme ese día? —pregunté, aun sabiendo que la respuesta era obvia—. ¿Cuándo hablamos en el salón?

—Pensé en hacerlo, pero... —Sus pasos de detuvieron a mitad de la calle, justo bajo uno de las luminarias. Sus tembleques emitían pequeños destellos bajo la luz naranja y me miró sobre su hombro—. No lo sé, aún me costaba mucho aceptar la idea de lo que estaba pasando. Todavía me cuesta mucho digerir todo lo que pasa, como cuando me miro al espejo o cuando siento que el estómago se me revuelve.

—No es para menos, Maylín —comenté, mientras me acercaba con cuidado y pasaba mi brazo sobre sus hombros.

Fue lo mejor que se me ocurrió hacer, porque me dio la sensación de que necesitaba sentir a alguien a su lado. Soltó un suspiro, pero aun podía sentir sus hombros tensos o aquella aura de conflicto que la rodeaba.

—Y lo peor de todo es que no sé cómo debo sentirme al respecto —agregó con cierta resignación—. Algunos días estoy enojada al punto de querer matar a Dimas, otros estoy decepcionada conmigo misma porque se suponía que yo era la persona más inteligente del pueblo, en otras ocasiones me quedo sentada en la cama en blanco por horas pensando en lo que pasará de ahora en adelante.

—Estás en todo tu derecho a sentirte de esa manera —murmuré contra su hombro—. No importa como haya sido.

Incluso cuando no habíamos pasado por situaciones similares, su angustia me recordaba mucho a la que yo había sentido después del incidente en el recreo. A esa sensación rabia que te carcomía por dentro, pero que no podías expresar porque todos a tu alrededor te repetían que te lo habías buscado y ahora debías asumir la responsabilidad.

—Según los demás no —murmuró con cierto enojo—. Es como si de repente no tuviera el derecho a quejarme, gritar o llorar. Debo estar feliz y sonriente todo el tiempo, que veré las cosas diferentes una vez tenga al bebé en brazos. Y no es como si fuera de esas personas que nunca han querido tener familia, hace un par de años me emocionaba la idea de tener una casa con hijos, pero...

—Pero no así —respondí, comprendiendo lo que decía—. No ahora.

Maylín asintió, las cadenas que pendían de su cuello tintinearon a pesar de estar sostenidas con pequeños ganchitos.

—No con la persona que amo, sino con un tipo que ni siquiera me gustaba. —Sorbió por la nariz—. No cuando gracias a esto tuve que romper la relación de Francisco y Allen.

—Oye, lo cierto es que esos dos ya estaban en la cuerda floja por lo de los reclutadores —comenté y luego recordé la reacción de Casey cuando lo solté por accidente en la mesa—. Sabías lo de los reclutadores ¿cierto?

Maylín asintió.

—Francisco comentó algo de eso, de que Allen no iba a tomar la oportunidad a menos que rompiera con él. —Me dio una mirada—. Le dije a Francisco que por mí podían continuar viéndose, porque es lo menos que podía hacer después de todo el desastre que iba a causar en su vida... aunque si hablamos con honestidad, creo que solo quería buscar una excusa para que no fuera Allen el que terminara todo.

—Entonces de eso iba la nota que le dio a Allen —murmuré al recordar el trozo de papel sobre la mesa—. Esa es la razón por la que no lo he visto desde que fue a mi casa.

Un pequeño vacío se apoderó de mi estómago, porque me era imposible imaginarme como debió sentirse al escuchar eso.

—No he ido a hablar con Allen por lo mismo. —Bajó la mirada hacia sus babuchas y apretó los labios, conteniendo las ganas de llorar—. Debe odiarme en estos momentos.

—Allen no debería estar odiándote, no has hecho nada —le expliqué, observando sus ojos—. Ellos tomaron esas decisiones por su cuenta, ellos lo decidieron.

—Eso no hace que deje de sentirme culpable —susurró. Las lágrimas empezaban a escaparse de sus ojos, corriendo parte del delineado de la parte inferior—. Con él enojado conmigo, mi tío que me diciéndome a la cara lo decepcionado que está de mí. Incluso siento que Rosaura lo está y eso me está doliendo más de lo que debería...

Solté un suspiro y me aferré más.

—Yo estoy contigo, Casey está contigo y aunque no lo creas de seguro Allen también lo está —murmuré contra la suave tela de su camisa tejida—. Si eso es lo que quieres, claro.

Maylín encogió los hombros.

—Lo dices como si tuviera elección—murmuró de manera sarcástica, intentando ocultar lo dolorosa que resultaba esa frase en esos momentos.

Después de decir eso último, seguimos caminando en silencio por las desiertas calles de San Modesto. Maylín fingía no estar llorando y yo fingía no darme cuenta, a pesar de que podía escuchar su respiración entrecortada cada vez que pasábamos por una zona en la que no hubiera luminarias.

Aquella marcha silenciosa se sintió como nuestra propia procesión, donde en lugar de homenajear al santo del pueblo, estábamos despidiéndonos de los pequeños restos de niñez que empezaban a esfumarse. Dejando que la nostalgia nos embargara cada vez que pasábamos junto a los lugares donde habíamos disfrutado de aquel verano hasta que en algún momento regresamos a nuestro punto inicial.

El baile seguía, con las personas bailando pegadas, moviéndose al ritmo de la música que retumbaba en el techo. Allí, en el medio de todo, Francisco y su prima hacían una elaborada coreografía que tal vez habían memorizado desde niños.

Su cara de tristeza parecía haber desaparecido, tal vez por los efectos del alcohol, y fue reemplazada por un rostro enrojecido con una gran sonrisa.

—Lo único bueno de todo esto es que al menos me voy a casar con una persona a la que amo con todo mi corazón, aunque no sea de la manera en la que había esperado —susurró, con una tímida sonrisa—. Y no es para siempre, tan solo hasta que yo pueda mantenerme sola y cada uno pueda tomar su camino.

No es para siempre.

La esperanza de esa frase se sentía tan frágil, pero al mismo tiempo tan fuerte. 

Incluso cuando quería encontrarme con Allen al día siguiente, nunca esperé encontrármelo apenas pusiera un pie en el interior del mini súper. El rostro de Allen al otro lado del mostrador resultó tan desconcertante para mí y al mismo tiempo tan irreal, en especial por aquel gesto calmado que tanto lo caracterizaba.

—Buenos días, buenos días —saludó mientras sostenía una pluma azul entre las manos y un crucigrama a medio llenar cerca de la caja registradora.

—Buenos días, Allen —saludó Adela mientras tomaba una pequeña canasta roja de la pila—. ¿Somos la primera compra del día?

Él esbozó una sonrisa y asintió.

—La mayoría de las personas acaban de irse a dormir después de la amanecida en el jardín típico —comentó con un tono... normal—. Y es lindo no tener el lugar lleno de borrachos como suele ser en cada fiesta del pueblo.

Adela asintió y sacó la pequeña lista del bolsillo de su pantalón antes de perderse en el pasillo de los condimentos. Por mi parte no me pude mover de mi posición, intentando descifrar su desconcertante actitud.

El chico elevó la mirada hacia mí y frunció el ceño.

—Te ves ojerosa.

—Y tú te ves... normal.

—Será porque no me fui de fiesta anoche como algunos —respondió, tamborileando la pluma contra la madera del mostrador—. Me contaron que te vieron con Casey ayer.

—¿Quién te contó?

—Eric —respondió como si fuera obvio—. Lo escuché quejarse con su grupo de amigos sobre ti con apodos poco respetuosos, entonces "accidentalmente" se resbalaron unas cajas de detergente en botella que cayeron en su cabeza y le hicieron un chichón que parece un cuerno.

—Eh... ¿Gracias? —pregunté, no muy segura de comprender la situación.

—Fue accidental —aclaró y le dio un vistazo al pasillo—. ¿No piensas ayudar a Adela con las cosas?

Apreté los labios y eché un vistazo. Parecía estar demasiado concentrada en leer las etiquetas de las salsas para comparar sus precios como para prestarnos atención.

—Sabes lo que pasó anoche ¿cierto?

—Esto es San Modesto, hay pocas cosas que no se sepan —respondió con ambas cejas elevadas—. Dicen que la luz viajaba más rápido que el sonido, pero creo que los chismes rompen esa ley de la física.

—Entonces sabes lo del compromiso —murmuré, recostándome sobre marco metálico de la puerta.

Asintió en total calma antes de regresar su atención al periódico. El interior del local se llenó de los sonidos de las sandalias de Adela y el motor eléctrico del abanico junto al mostrador.

—Palabra de cinco letras vertical. —Leyó del pequeño enunciado junto a los signos zodiacales—. Sinónimo de cariño o afecto...

—Allen.

—Uh, esa es buena —Hizo como si revisara las letras de la línea de arriba y torció el gesto de sus labios—. Pero no queda.

Me acerqué hacia el mostrador y cubrí el crucigrama con la mano para tener toda su atención.

—¿Estás bien? —pregunté, intentando no sonar tan preocupada.

—¿Por qué no habría de estarlo?

—Por lo de Francisco y Maylín —respondí, ya harta de tantas indirectas—. Por la conversación que tuvieron esa noche...

—Ah, la conversación... sí, esa noche hablamos y él me explicó lo del asunto con Maylín —contestó, pero esta vez pude notar una pequeña grieta en toda esa imagen de calma que proyectaba. Un brillo de intranquilidad en sus ojos oscuros—. Aun así, no entiendo tu pregunta.

Ni siquiera supe que decir en ese momento.

Sentí como si estuviera viéndome a mí misma el año anterior. En mi uniforme escolar acostada en el sillón con los audífonos puestos, la música a todo volumen para bloquear el exterior, bloquear las cosas que quisieran hacerme daño y evitar que el daño se notara.

Porque a veces era mucho más fácil negarlo todo antes que aceptarlo.

—Pensé que tú... —Aparté la mano del periódico, también me alejé del mostrador—. No sabía cómo ibas a estar después de eso o después de lo de anoche.

—¿Cómo me iba a poner? —Encogió los hombros y soltó la pluma—. Maylín está prácticamente sola. Su tío la corrió de la casa, su mamá no está siendo de mucho apoyo en todo el asunto y está asustada. Necesita de todo nuestro apoyo en estos momentos.

La preocupación de sus palabras era tan genuina, pero al mismo tiempo el pequeño temblor al mencionarlas denotaba que todo este asunto sí le estaba afectando.

—Maylín tiene miedo de tu reacción —le avisé—. Creo que deberías hablarle.

Allen me observó por unos segundos, donde pude ver algo de duda en su mirada, pero terminó asintiendo.

—Lo haré, solo necesito un poco de... tiempo. —Recostó la espalda de la silla—. ¿Estás preocupada por nuestro grupo de amigos?

Contrario a lo que creí al inicio del verano, ese grupo de personas que en algún momento consideré extraños terminaron convirtiéndose en una pieza fundamental para poder salir poco a poco del pozo en el que estaba llenándome de cariño y esa sensación tan especial que tienes cuando por fin encuentras un lugar al cual pertenecer.

—Astrid, ven. —Allen se levantó de la silla y en menos de dos minutos sentí sus brazos rodeándome con fuerza, tanto que podía escuchar los calmados latidos de su pecho—. Estaremos bien, ninguno de los cuatro va a dejar que el grupo se deshaga así por así.

Enterré mi cabeza en su pecho, sintiendo el aroma a jabón de su ropa.

—¿Lo dices en serio? —susurré contra su camisa.

Sentí que se aferró más a mí, apoyando su barbilla sobre mi cabeza.

—Lo digo en serio. —Depositó besó la coronilla de mi cabeza y se separó de mí, lo suficiente para ver mi rostro—. ¿Qué te parece si ahora que paso a hablar con Maylín le propongo que vayamos a la playa? ¿Qué tal mañana?

—Mañana no puede, tenemos una visita importante en la casa —sentenció Adela mientras dejaba la canasta sobre el mostrador—. Tal vez el sábado antes de que se vaya, Marcos puede llevarlos si quieren.

Allen soltó un suspiro antes de retomar su lugar en la caja y empezar a marcar los productos en su pequeña calculadora. Me acerqué a ella, observando con curiosidad la gran cantidad de cosas que pasaban de la canasta a las manos de Allen y luego a la bolsa de plástico.

—Solo si Astrid está de acuerdo —respondió cuando la mitad de las cosas estuvieron en la bolsa.

Pero yo no le estaba prestando atención a la conversación.

—Dijiste que venía alguien —señalé poco después de repasar sus palabras—. ¿No era que íbamos a visitar a alguien?

Adela se recogió el cabello con un gancho y encogió los hombros.

—Alguien irá a visitarnos y luego visitaremos a otra persona —señaló las bolsas con los labios—. Por eso viste un plumerío en el patio trasero, prepararé gallina guisada.

—¿Qué persona nos visitará?

Adela no respondió, porque fingió arreglar las cosas dentro de las bolsas y yo fingí ignorar que no notaba su silencio. Allen la observó con atención mientras abría la caja registradora para guardar el dinero, notando igual que yo su comportamiento extraño.

—Muchas gracias Allen, ten un lindo día de las patronales —agradeció, tomando las bolsas en sus manos y me observó—. ¿Te quedas o me ayudas a cortar las presas de las gallinas?

—Voy contigo —respondí, tomando la otra bolsa que quedaba sobre el mostrador—. Bajaré al pueblo en la tarde, cuando comience la procesión para tomar fotos.

Adela asintió antes de regresar a la calle, donde los colores del amanecer se reflejaron en su cabello e iluminaron su silueta destacándola de las personas que caminaban a paso lento por lo efectos del alcohol y el baile típico.

Cuando estuve a punto de seguirla, Allen posó su mano sobre mi hombro. Al girarme me topé con su rostro, lleno que grietas en su capa de calma, como sus ojos apagados y la clara tensión en su mandíbula.

—No será para siempre —murmuró y no estaba segura si lo decía por los problemas o el compromiso de Francisco—. Así que no, tranquila ¿Sí? 

No fui capaz de responderle verbalmente. Tan solo le dediqué una sonrisa algo forzada antes de salir del mini súper, con la cabeza llena de incertidumbre por nuestro futuro y la sensación fantasmal del agua salada en mis labios.  

Maylín

Los dedos de Rosaura peinaban mis mechones con suavidad, provocando que una sensación de calma que se extendiera por todo mi cuerpo hasta que mis músculos se sintieron como algodón de azúcar.

Estábamos sobre en la cama de un cuarto que no era el mío, en un silencio que creaba una pared que nos dividía y aunque la mayor parte del tiempo lo odiaba, en ese momento mantenía mi cabeza lo suficientemente ocupada como para no pensar en el resto de mis problemas o la gran culpa que sentía (incluso cuando Astrid decía que no la tenía)

Aún me costaba un poco aceptar el rumbo que había tomado mi vida en tan solo un par de semanas. Aunque tal vez a ese punto ya no consideraba que eso fuera mi vida o si alguna vez lograría recuperarla.

—Me odias. —Giré la cabeza para poder encararla—. ¿No?

Desde abajo, noté que el rostro de Rosaura tenía una expresión que me costó leer. Había venido con una bolsa de mandarinas que había agarrado de la casa de doña Lidia y con una bolsita llena de tamarindos con azúcar, mis dos cosas favoritas en el mundo.

—No podría odiarte, ni, aunque lo intentara —admitió, apartando con cuidado los mechones que caían sobre mi rostro—. Y mucho menos en estas circunstancias.

Rosaura lo sabía todo, desde el asunto con Dimas hasta la sorpresiva propuesta de Francisco. Me sorprendió lo rápido que la verdad escapó de mis labios cuando se suponía que debíamos discutir los últimos detalles sobre el reemplazo de Eric, solo con una mirada y aquella expresión de preocupación con la que me había escudriñando desde el momento en el que me enteré de todo.

—Bueno, todos los demás lo hacen. —Encogí los hombros—. Y siendo sinceros, yo también lo haría.

No solo había arruinado mi vida, sino la de Francisco, la de Allen, nuestras últimas semanas de verano y también había arruinado al grupo entero. Y todo por una decisión estúpida en año nuevo que tomé por simple curiosidad, una que ni siquiera disfruté.

Ni sus besos, ni su toque sobre mi piel, ni tampoco su tono de voz. Fue extraño, casi bordeando lo incómodo y ni siquiera podría decir que memorable. Creo que eso es lo peor, darte cuenta que una persona no te gusta después de compartir un momento que debía sentirse especial.

Y luego enterarte de que terminas cargando con algo para el resto de tu vida.

Oí a Rosaura soltar un suspiro, sentí la presión reconfortante de su pulgar sobre mi mejilla, las puntas de su largo cabello haciéndome cosquillas en el rostro.

—Maylín, no empieces con tus tonterías —me regañó con ese tono que solía utilizar solo para mí—. ¿Por qué te odiarían? ¿Por un accidente que muchas otras personas han cometido? ¿Por haber hecho lo que tuviste que hacer para no estar botada por la calle?

Me giré para no ver su rostro, enfocándome en la pared en blanco junto a la puerta y cuya pintura aún olía a fresca. El tío Francisco no lo dudó dos veces antes de ofrecerme su casa, de decirme que me iba a apoyar en todo lo que pudiera y que no le importaba lo que dijeran los demás, que ellos no tenían por qué opinar sobre su vida.

Podía imaginarme a mi padre reaccionando de una manera similar, con paciencia y calma. Como lo era durante sus días buenos, cuando no pasaba los días enteros encerrado en su cuarto o cuando me lo encontraba llorando en silencio en la cocina.

Realmente no podía imaginármelo decepcionado, de seguro estaría llorando conmigo.

—No lo entenderías —me limité a contestar, abrazando una almohada contra mi pecho.

—Entonces ayúdame a entenderte —murmuró en un tono bajo, removiéndose un poco—. Porque cada vez que estoy contigo es lo único que quiero hacer.

—¿Por qué? —inquirí—. ¿Te confundo?

—Me confundes desde la primera vez que nos conocimos ¿te recuerdas? —Su risa fue tan baja como un susurro, sus dedos trazaron la silueta de mi cuello—. Cuando pateaste ese balón hacia mí ese día con mi prima y me pediste que lo pateara de regreso.

Recordaba a una pequeña niña con dos trenzas, con el balón de fútbol entre las manos y una expresión de sorpresa. Mi cabello aún estaba corto, mi camiseta manchada de tierra por haber estado jugando con los otros niños de la escuela. Sus grandes ojos marrones me observaron hasta que pareció reaccionar y me lanzó el balón de regreso.

—¿Y por qué te confundí?

—Pensé que eras un niño. —Su tacto me provocó un leve cosquilleo por todo el cuerpo, uno que me hizo sentirme más cómoda a su lado—. Y no sé, en estos momentos me gustaba la idea de que lo fueras.

—¿Te gustaría que fuera un chico? —pregunté, de manera inocente.

—A veces sí. —Su dedo empezó a trazar una caricia sobre mi hombro—. Siento que eres más tú de esa manera.

Observé mi reflejo en el pequeño espejo que no habíamos llegado a colgar. Mi rostro estaba pálido, con rastros del maquillaje de la noche anterior y mi cabello aún se sentía duro por el fijador. Traía la ropa que logré meter en mi mochila antes de irme de la casa, la camisa blanca de mi papá aun olía a detergente azul.

—Yo también lo siento de esa manera —admití en voz alta—. Casi todo el tiempo.

Rosaura esbozó una sonrisa frente al espejo. Eso era algo que siempre me había gustado de ella, la manera en la que se limitaba a escuchar de manera atenta y sin juzgar a las personas.

Esa paciencia especial que me tenía, o la manera en la que había descifrado mis propias emociones antes que yo.

—Estoy segura de que serías uno de los chicos más guapos e inteligentes que conoceré en mi vida —murmuró, revolviendo mi cabello y haciéndolo parecer un nido—. La persona más guapa de San Modesto.

Esa tarde no queríamos hablar sobre lo que crecía en mí o alguno otro de los problemas que acarreaba, preferíamos fingir que todo había sido un mal sueño.

No había ocurrido nada en año nuevo, ni tampoco estaba a punto de casarme con mi mejor amigo o mi tío me había echado de la casa. No estaba sintiendo incomodidad por los cambios de mi cuerpo o la idea de lo que ocurriría en un par de meses me ponía mal.

Solo éramos Maylín y Rosaura en un típico día de verano.

Nuestro último día típico de verano.

—Pues claro. —Reí, mientras acomodaba mi cabello—. Si de por sí ya soy hermosa de esta forma.

—Sí, lo eres —susurró, evitando mi mirada en el espejo—. Y espero que Francisco vaya a valorar eso, a veces puede ser un pendejo.

—A veces lo es —admití—. Pero también es la única persona en la que puedo pensar cuando imagino una familia, alguien que no se apartará de mi lado a pesar de todo y con quien tendré todo el apoyo que no tuve.

—Pero... —El silencio regresó por unos segundos, como si intentara poner en orden sus ideas—. No lo amas.

—Si lo amo, pero no de esa forma —respondí, recordando la manera en la que me sentí protegida cuando me abrazó el día en el que le conté todo—. Creo que el amor está sobrevalorado.

—Bueno, yo también estaré aquí para ti. —Su mano se movió hasta entrelazar sus dedos con los míos—. Porque te quiero.

Una sonrisa se escapó de mis labios.

—¿Aun con todo y mis extrañas ideas? —Le di un vistazo a mi vientre—. ¿Y con esta carga?

La vi sonreír a través del espejo, con esos labios rojos y sus mejillas teñidas con un cálido rubor.

—Sobre todo por eso —respondió, moviendo sus dedos sobre el dorso de mi mano—. Y yo estaré aquí para apoyarte, como de seguro lo harán Casey, Allen e incluso Astrid. No será para siempre, May.

El sonido de unos pasos retumbó en el pasillo y a los pocos segundos noté la silueta de Jacinta asomada en la puerta. Era de esas pocas personas que seguían viéndose deslumbrantes una vez el maquillaje desaparecía de sus rostros, piel lisa y de un tono dorado y su cabello castaño recogido en un despeinado moño.

Sus ojos oscuros fueron de Rosaura hacia mí con un gesto pensativo.

—Tienes visita, chiqui —anunció segundos después—. ¿Quieres que pase o...?

Di un leve asentimiento, lo que pareció ser una respuesta suficiente para Jacinta y siguió con su camino, de seguro al patio trasero donde estaba lavando ropa mientras echaba cuento con Marisela y su gringo preparaba la parrilla de la casa.

Rosaura se movió, haciendo que mi cabeza cayera sobre el colchón. Empezó a recoger sus cosas y calzar sus sandalias amarillas con algo de apuro. Justo cuando hizo ademán de irse, tomé su muñeca.

—No tienes que irte.

Ella observó mi mano por unos segundos y esbozó una sonrisa que me hizo pensar en lo poco que la había apreciado antes de eso.

—Creo que necesitan tener esta conversación a solas —respondió con algo de resignación—. Y yo tengo que llegar a mi casa antes que papá llegue del ingenio, pero regresaré mañana temprano a hacerte compañía ¿sí, May?

Solté su muñeca y ella empezó caminar hacia la puerta, con un paso tan lento que era bastante obvio que no quería irse. Y una parte de mí tampoco quería que lo hiciera, porque sabía que regresaría a ese mar de incertidumbre y miedo.

O al menos así fue hasta que su silueta se vio reemplazada conocida.

Camisa blanca, pantalones cortos y el cabello más corto que la última vez que nos habíamos visto. Balanceaba una pequeña canasta llena de cosas de lo que parecían ser trapos y me observaba con claros sentimientos encontrados.

—Maylín... —susurró, tan bajo que bien pude habérmelo imaginado.

Sentí mis ojos llorosos.

—Allen. 

Holissss ¿Qué tal su semana? 

 La mía como siempre, peleando con mi internet y quejándome en Twitter sobre ello. 

Ya sé que les dije que no los haría sufrir más, pero creo que la conversación  era sumamente necesaria. Tanto con Astrid como con Allen como con Rosaura. 

No pensaba incluir el último fragmento porque quería hacer un extra al respecto, pero siento que les debo contenido para su shippeo y aquí se puede apreciar con claridad los sentimientos de cada una sobre su amistad. 

Bueno, será una nota corta porque tengo que salir. 

¿Qué les pareció el capítulo? 

¿Qué les pareció la conversación entre Maylín y Astrid? 

¿Qué opinan de la reacción de Allen ante todo? 

¿Creen que Allen y Maylín arreglen las cosas? 

¿Hay Rosaylin shippers? 

¿Quién creen que sea la persona invitada? 

Amor y paz, 

E.R. Satanás


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