Las últimas flores del verano

By ersantana

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Ganadora del Watty 2022 en la categoría juvenil✨ «Una carta de amor, una chica con aroma a coco y un verano i... More

Nota de la autora
Personajes
Playlist de la historia
Era el fin del mundo
1. Bienvenidos a San Modesto
2. Más fe que sentido común
3. Tardes con aroma a coco
4. La intersección
5. Hey Shorts
6. Recordaría haberte conocido
7. Del maíz y otros problemas
8. Seamos amigas
9. Las primeras flores del verano
10. Entre zarazas
11. Del amor y otros problemas
12. Bienvenida al mundo adulto
13. Bajo el cielo estrellado
Interludio (I)
14. Una epifanía
15. No lo sé, dime tú
16. Regresiones al amanecer
17. Hay una chica en mi cama
18. Una cena incómoda
19. No me olvidarás
20. El silencio de la noche
21. Un día nublado
22. Nuestro lugar especial
23. Días de sol
24. Antes de todo
25. Tragedias nocturnas
26. Sintonía perfecta
27. Dieciocho días
Interludio (III)
28. El año del conejo
29. En el medio
30. ¿Qué le echan al agua?
31. Las patronales de San Modesto (I)
32. Las patronales de San Modesto (II)
Interludio (IV)
33. No es para siempre
34. Caminata nocturna
35. Una visita inesperada
36. La canción del verano
Epílogo: El día del fin del mundo
Nota de agradecimiento
Extra I (Héctor e Iván)
Extra II (Astrid, Allen y Casey)
Extra III (Casey)

Interludio (II)

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By ersantana

25 de noviembre de 1995

—Te dije que iban a suspender las clases hoy —señaló Héctor mientras caminaban por el polvoriento camino de tierra.

Casey rodó los ojos al escuchar la voz de su amigo. El chico se lo había estado repitiendo sin cansancio desde el día anterior, cuando el aire fue lo único que salió de las tuberías de sus casas.

A pesar que la falta de agua era algo tan común en el pueblo como las lluvias de la temporada, las escuelas nunca estaban preparadas para ese tipo de incidentes y por eso la mayoría prefería suspender las clases antes que terminar con los baños sucios.

Así fue como terminaron caminando de regreso a sus casas bajo el opaco sol mañanero de aquel mes patrio.

Héctor llevaba su uniforme, camisa blanca de mangas largas y pantalón azul marino que denotaba su estatus de estudiante de último año. Cortos rizos habían empezado a asomarse por su cabeza después de haber decidido dejarlo crecer.

Casey su camisa celeste de mangas cortas, falda azul plisada por debajo de la rodilla y sus medias azules que no paraban de bajarse mientras caminaba. Su cabello estaba peinado en dos ajustadas trenzas que empezaban a darle dolor de cabeza.

—Ay pues, ya está —Casey elevó las manos—. Tenías razón, aunque agradezco que no hubiera. Tenía ejercicio de matemáticas y no me sabía nada.

—Es porque siempre dejas todo para última hora. —Héctor le dio una mirada de regaño—. Tienes que ser más organizada y poner más de tu parte.

Casey rodó los ojos. Intentaba ser más organizada, en serio lo hacía, pero siempre terminaba distrayéndose de una manera u otra. Especialmente cuando eran cosas que no le interesaban como números, fórmulas matemáticas y ese tipo de cosas. A ella le gustaban los colores, las manualidades y trazar líneas en sus cuadernos hasta formar algo hermoso.

—Ajá... —murmuró Casey—. Ya suenas como Calito.

—No me hagas sentir como su reemplazo entonces y ponte pilas con matemáticas —el chico estiró los brazos hacia el aire, intentando sentir la suave brisa que recorría el campo—. Hablando de eso... ¿Cómo está Carlos?

Casey ya se preguntaba la razón por la que se había demorado tanto en hacer esa pregunta. Por lo general, una vez al mes, Héctor se aventuraba a preguntar cómo estaba él.

Desde la partida de su hermano para formar una vida con su esposa en la capital Héctor se había pegado a ella como si fuera un perrito tinaquero, tal vez porque estaba tan acostumbrado a estar con él que no sabía que más hacer.

A Casey no solía molestarle su presencia porque siempre lo había visto como un segundo hermano, pero muchas personas del pueblo habían empezado a ver el trato como la señal de un supuesto enamoramiento entre ambos.

Incluso Maylín, la cual aprovechaba cada momento para molestarla llamándola Cassandra de Gutiérrez.

«Qué asco» pensó al recordarlo «Ni siquiera combina»

—Cansado y preguntándose por qué quiso ser papá —contestó ella en tono cansino—. O sea, como siempre. Me mandó unas revistas como regalo de cumpleaños, pero de allí en más no he sabido mucho.

Ella y su hermano tenían la mejor relación que podían tener dos personas que se llevaban casi nueve años de diferencia. Casey consideraba a Carlos un hermano mayor molesto y él la consideraba una malcriada y mimada.

Héctor asintió al escuchar la respuesta y miró al cielo con aires pensativos. Casey a veces se preguntaba si había algo más allá de aquellas preguntas que hacía de manera mensual, como si esperara tener una respuesta diferente.

O como si esperara que le diera una fecha de regreso.

—Lo extrañas, lo extrañas —canturreó Casey mientras le daba empujones con el hombro—. Dios, la próxima vez que llame se lo voy a decir...

Las mejillas de Héctor se tornaron rojas.

—Casey no jodas... —Apartó la mirada—. Solo estoy preguntando por nuestro Carlos... aunque sí hace un poquito de falta ¿no?

Ella no quería admitirlo, pero se sentía de una manera similar. Incluso cuando no se llevaban tan bien con su hermano mayor, extrañaba tenerlo en la casa con todo y sus comentarios prepotentes.

Antes de que ambos pudieran continuar con su conversación, unos fornidos brazos atraparon a Héctor en una llave parecida a las que utilizaban las luchadoras de aquel reality que su mamá tanto odiaba.

Ni siquiera tuvo que voltearse para darse cuenta que era Jahir Vanegas, podía sentir el fuerte aroma de ese antitranspirante que se había puesto de moda por el pueblo.

—Jahir, suelta... —dijo entre risas Héctor.

El otro chico lo soltó y se paró frente a ellos. Jahir era el payaso del salón de último año, del tipo de chico del que los profesores nunca esperaban nada y cuyo destino fuera ser un trabajador más de los campos de caña de azúcar para los ingenios.

Aun así, a Casey le caía bien porque siempre ayudaba en la iglesia y era un gran apoyo tocando la guitarra para el grupo de alabanzas mientras el primo de Héctor aprendía a hacerlo.

—Ey mopri, los muchachos y yo vamos a echar una birria de fútbol en el campo para pasar el rato —dijo con aquel hablao tan característico—. ¿Vienes o qué?

Héctor le dio una mirada a Casey.

—Tengo que acompañarla a su casa. 

—Hay que aprovechar la buena mañana que está haciendo y tú eres nuestro mejor portero —empezó a empujar su hombro—. Vamos, vamos... te compro un boliqueso, soda... hasta cigarrillos si quieres.

Héctor arrugó el ceño, aunque Casey notó cierto interés en sus ojos marrones al escucharlo mencionar el boliqueso. Si había algo que lograba convencer su voluntad de hierro era la comida en general.

—Que no fumo. —Se cruzó de brazos y señaló a Casey con los labios—. Además, ya te dije que tengo que llevarla su casa y pasar a ver a...

—Estamos aquí mismito —lo interrumpió Casey mientras le daba un codazo amistoso—. Tranquilo que ya estoy grande ¿qué me puede pasar en cinco minutos de caminata?

Héctor no parecía muy seguro de dejarla al inicio, pero Jahir siguió insistiendo a su manera intensa y ofreciéndole más cosas hasta que el chico terminó cediendo a cambio de unas rosquitas, merengues y una Coca Cola de vidrio.

Pérate un momento —le pidió a Jahir mientras se apresuraba a alcanzar el zíper de su mochila—. Que tengo que decirle algo a Cas.

Jahir frunció el ceño.

—No Elena de nuevo... —se quejó el otro muchacho.

Héctor ignoró el comentario y rebuscó entre sus cuadernos y el uniforme de educación física que había empacado en la mañana. No tardó en encontrar lo que buscaba, un pequeño sobre blanco.

—¿Puedes llevarle este sobre a Clara? —pidió mientras se lo tendía—. ¿Por favor?

Casey elevó una ceja cuando lo tomó entre sus dedos e intentó ignorar la repentina presión sobre su pecho cuando pudo leer para Clara en tinta azul y con un pequeño corazón dibujado.

—¿Otra carta? —susurró lo suficientemente bajo como para que Jahir no escuchara.

Las mejillas de Héctor se tornaron tan rojas como las rosas del jardín de su mamá y apartó la mirada.

—Sí, me dijo que le gustó mucho mi carta anterior —no pudo contener su nerviosa risa—. Creo que estoy ganándome su corazón finalmente.

Casey intentó mantener la compostura tal y como le había enseñado su mamá.

—Sí, claro —contestó con la voz apagada—. Dale, yo se la llevo.

Héctor esbozó una sonrisa antes de revolverle el cabello tal y como lo solía hacer su hermano. Cuando estuvo al lado de Jahir, este le pasó un brazo por encima de los hombros y le dio un sonoro beso en la mejilla mientras mencionaba el nombre de Elena.

Casey esperó a que ambos chicos se encontraran a una distancia considerable para soltar todo el aire que había contenido y posar nuevamente su mirada en el sobre. Incluso captó la leve esencia de flores de jazmín a través del delgado papel.

Una parte de ella quería decirle que ya no quería ser su mensajera, pero sabía que él le preguntaría por qué y ella...

Simplemente no podría responder. 

Dobló el sobre con algo de brusquedad, lo guardó en el bolsillo de su falda y continuó con su camino a casa. 

—Noche... —estiró su mano en un intento de llamar su atención—. Ven acá, gato bobo.

El felino estaba acostado sobre el faldón para la pollera tumba-hombre en el que había estado trabajando durante las últimas semanas. Ante sus llamados solo levantó la cabeza con los ojos entrecerrados antes de ignorarla.

Casey soltó un suspiro y se giró hacia el lugar que hacía de estacionamiento del carro familiar.

Esa mañana había escuchado a sus padres hablar sobre unas donaciones que habían recibido para una pequeña comunidad cercana afectada por las torrenciales lluvias del temporal de octubre, pero no sabía que lo habían dicho en serio.

Casey rodó los ojos antes de apoyar la cabeza entre las dos barras de la verja y preguntarse qué hacer, si quedarse sentada durante el resto de la mañana o ir a la casa de alguien más.

Sabía que Allen estaría trabajando en la tienda o intentando hablarle a Adonay, Maylín se habría puesto a ayudar a su tío con el ganado y el perezoso de Francisco de seguro se había lanzado a su cama para dormir por el resto del día

Soltó otro suspiro antes de sentarse en el pequeño escalón del porche, poniendo su maleta sobre sus piernas y dándole una mirada a la calle desierta. Casas solitarias con techos de zinc, caminos de tierra, paredes con pintura apagada, ni un solo ruido que pudiera distraerla de sus pensamientos.

Por lo general Casey no podía evitar sentirse fuera de lugar.

No solamente en su calle o en el pueblo, sino sentirse como una extraña en su familia. Especialmente en las muchas veces que tenía que fingir estar bien frente a ellos, en ser la hija perfecta para su madre e ignorar todas las emociones tal y como le habían enseñado.

Por eso apreciaba esos momentos de soledad, cuando podía sentarse unos segundos y dejar caer la molesta máscara que traía puesta. Solo ser Casey y mirar hacia la casa de color verde oscuro a unos cuantos metros al frente.

Hasta hace dos años solo era la casa de doña Ifigenia, conocida en el pueblo por vender los chances y billetes casa por casa, pero ella había encontrado otro significado en ella.

Clara.

Cada vez que pensaba en su nombre, una sensación cálida inundaba a su pecho.

Ese tipo de sentimientos no eran nada nuevo para ella. Los había tenido desde que era consciente de las cosas que sucedían a su alrededor y tenía muchas memorias para comprobarlo.

Como la obsesión por las revistas de su mamá y el cómo las leía a escondidas. Había una en específico, cuya portada era el rostro de una de las modelos con un maquillaje al natural y una mirada tan intensa que traspasaba el papel.

La observaba todos los días, antes de irse a la escuela, al regresar... y cada vez que lo hacía sentía un tirón que dejaba una sensación agradable.

Admiración, así había decidido nombrar a esa emoción extra que la hacía sentir bien. Era del tipo de palabra que su mente infantil comprendía, porque todos los niños sentían admiración hacia los adultos a su alrededor.

Tal vez por eso utilizó esa misma excusa cuando la maestra Betzaida llegó al pueblo. Admiraba su esponjado cabello oscuro, sus gafas redondas, el elegante porte que tenía y esa hermosa sonrisa en la que se formaban unos lindos hoyuelos sobre sus mejillas.

Pero lo que más admiraba era oírla decir su nombre cuando pasaba la lista en las mañanas o cuando la felicitaba por haber sacado una buena nota en el ejercicio del día.

La admiraba tanto que pasó toda una semana triste cuando la asignaron a otra escuela diferente. 

Y no había vuelto a sentir esa admiración con tanta intensidad hasta aquel domingo de 1993 cuando una chica entró por las puertas de la iglesia de su padre.

Recordaba cómo se veía con mucho detalle. Traía uno de esos sencillos vestidos de algodón blanco con pequeños detalles en encaje, su sedoso cabello oscuro recogido en ese intricado moño de trenzas y un suave tono rosa sobre sus redondos labios.

También recordaba no poder apartar su mirada de ella, ni durante todo el culto ni a la salida mientras la familia se despedía de cada uno de las personas que habían asistido. Cuando doña Ifigenia se acercó y presentó a la chica.

Clara Elena Montenegro.

El nombre retumbó en su cabeza como un lejano eco durante toda la noche, sus grandes ojos de un tono claro y tocaba su mejilla recordando el beso que había depositado sobre ella.

Lo recordaba cada vez que la veía caminando con su uniforme para ir a la escuela, cuando estaban en los recreos siempre rodeada de chicos que también se habían visto atrapados en su magnetismo.

Casey esperó desapareciera con el tiempo, pero solo logró que se enraizaran en su pecho como una mala hierba que la cubría. Había días en las que se sentía tan frustrada consigo misma, con esas emociones, que su rostro se enrojecía por todo lo que intentaba contener.

La actitud de Clara tampoco ayudaba mucho.

Sus miradas durante las prácticas del grupo de alabanzas o las veces en las que se quedaba hasta tarde repasando algunas canciones a solas con ella y sentía como el tiempo se iba entre versos, melodías y sonrisas. La manera en la que un inocente toque sobre el hombro se convertía repentinamente en un incendio en su interior.

A veces sentía que lo hacía a propósito, otras que era algo accidental. Lo único que Casey tenía claro que cada vez que sus miradas se cruzaban se sentía vista de una forma tan real que deseaba quedar congelada en ese instante.

O al menos así era hasta que Héctor aparecía.

En la emoción que despedían sus ojos cada vez que su nombre se escapaba de sus labios, en el empeño que ponía en sus cartas y como todo en él parecía destellar. Pensaba en la manera en la que Clara lo observaba con atención mientras escuchaba sus largas historias sobre animales.

La carta en sus manos era prueba irrefutable de ello.

La vida era así y Casey había aprendido desde pequeña que nunca sería algo mutuo.

Se levantó del escalón, sacudió un poco su falda y decidió que lo mejor era entregarla para salir de ese asunto.

No tardó cruzar la calle, caminando en dirección a la pequeña casa verde oscuro, con un pequeño jardín y esa notoria reja pintada de dorado que hacía la función de puerta.

Por lo general solía dejar las cartas que Héctor le daba en su ventana, pero no tenía ganas de ensuciar sus zapatos en los pequeños charcos de lodo que se habían formado por la lluvia, por lo que caminó directamente a la puerta y se agachó para pasar el sobre por debajo de esta.

Pero nunca pudo hacerlo, porque la puerta se abrió repentinamente y unos pies descalzos se detuvieron frente a ella. Casey sintió sus mejillas enrojecerse a medida que elevaba la mirada por las delgadas piernas desnudas hasta que llegó al borde de uno camisón de algodón con estampado floral y finalmente al sorprendido rostro de Clara Elena.

—¿Cas? 

El interior de la casa olía a una mezcla de mentolato y aquel particular olor proveniente de las personas mayores. Las ventanas se encontraban cubiertas con esas cortinas tan delgadas que dejaban pasar la luz del sol o la brisa nocturna, sillones viejos cubiertos con un suave plástico transparente y un ruidoso abanico que daba vueltas en la mitad de la sala.

Su corazón golpeteaba de manera incesante contra su pecho. Incluso cuando no era la primera vez en la que ambas se quedaban solas en una habitación, aquel día había algo diferente en el ambiente... algo que a Casey le costaba definir.

—Bien... —murmuró Clara mientras tomaba cierta distancia de ella—. ¿Por qué estabas arrodillada en mi puerta?

Al principio Casey no supo que responder. Se sentía sumamente abrumada por la situación, intimidada por aquella chica de metro cincuenta y cuatro que la observaba con cierta confusión.

Cuando iban a camino a la escuela, Héctor le había comentado que Clara no los acompañaría esa mañana porque no pensaba malgastar el agua que le quedaba para que le dijeran después que no había clases.

—Yo... —Casey tragó saliva y le tendió el sobre—. Vine a dejarte una carta... no una carta mía, sino de Héctor.

Clara cruzó los brazos sobre su pecho y se acercó un poco, lo suficiente para analizar el sobre sin tocarlo.

—Así que tú eres la "mensajera" —murmuró con la vista en el sobre—. La que ha estado dejando las cartas en mi ventana durante las noches.

—Sí, es que... —Casey bajó la mirada—. Héctor no quería que tuvieras problemas con tu abuela, así que me pidió que te dejara las cartas allí.

Esta dio un asentimiento y estiró el brazo para recoger el sobre, momento en el cual sus dedos rozaron accidentalmente. Un cosquilleo recorrió todo el cuerpo de Casey y la hizo preguntarse como algo tan pequeño podía tener una reacción tan grande en ella.

—No tenías por qué hacerlo, no tenían por qué hacerlo —Clara lo observó más de cerca—. A mi abuela le cae muy bien Héctor ¿sabes?

Casey no contestó, no quería que se diera cuenta de lo mucho que la había afectado aquel comentario.

—Héctor es un buen muchacho —la escuchó murmurar con cierto tono de admiración—. Es atento, amable, sumamente tierno y extrañamente comprensivo...

—Sí lo es —corroboró Casey, sintiendo una fuerte punzada en su pecho—. Es el mejor muchacho el pueblo.

Clara no dijo mucho, solo dejó el sobre en la mesa y empezó a avanzar con pasos lentos hacia ella. Como si temiera espantarla con algún movimiento brusco la hiciera huir de la casa.

—El pastor Alonso y doña Ceci se fueron temprano en la mañana —señaló cuando llegó hasta ella.

Casey sintió como sus mejillas se tornaron cálidas por su cercanía, otro efecto que no podía controlar cada vez que estaba cerca de ella. Lo mismo que le sucedía en cada práctica del grupo de alabanzas, cuando la tenía que tener al frente de la formación y podía oler el suave perfume floral en su cuello.

—Ah ya —Clara apoyó las manos sobre sus caderas—. Y supongo que no tienes llave... ¿Qué piensas hacer?

Casey no supo que responderle. En pocas palabras, su única opción parecía quedarse sentada afuera de la casa hasta que sus padres llegaran.

O al menos fue su plan hasta que Clara abrió la boca.

—¿Y si te quedas conmigo hasta que lleguen tus padres?

La proposición la tomó por sorpresa. 

—N-no, no quiero molestarte con eso...

Clara rodó los ojos y colocó un brazo sobre sus hombros, provocando en Casey un cosquilleo y por un segundo se sintió paralizada. La calidez la envolvió en un parpadeo.

—No me molesta —susurró cerca de su oreja—. Mi abuela fue al seguro por sus medicinas y no me vendría mal algo de compañía... especialmente la tuya, pajarita.

El apodo había surgido poco después que Clara se había unido al grupo de alabanzas, después de escuchar por primera vez la melodiosa pero firme suave voz de Casey entonando los cánticos principales.

—Esta bien, pero solo hasta mediodía —aclaró Casey, tanto para ella como para sí misma.

—Bueno, supongo que eso significa que estamos las dos solas —dijo en tono pensativo—. No estaba haciendo mucho, acababa de comer y estaba tirada en mi cuarto pintándome las uñas... algo bobo porque voy a tener que quitármelas antes de clase, pero da igual por unos minutos de belleza ¿no crees?

Estiró una de sus manos para enseñarle el esmalte con el que las había pintado. Era un brillante rojo que la mamá de Casey desaprobaría con una sola mirada, pero a ella le pareció hermoso.

Clara pareció darse cuenta de esto y sonrió.

—Si quieres puedo pintar las tuyas —ofreció con una de sus amables sonrisas.

—No creo que a mi mamá le guste...

La otra chica rio y dejó el vaso de aluminio sobre la mesa del comedor.

—No te preocupes —empezó a decir mientras se acercaba a ella, una sonrisa se dibujó en su rostro—. Tengo acetona para quitarte el esmalte... ¿No te gustaría romper algunas reglas hoy?

Casey no estaba segura si fue el tono retador con el que lo dijo o la repentina cercanía que sentía con ella, pero no pudo resistirse y terminó aceptando. Así que en menos de cinco minutos se vio sentándose sobre la pequeña cama de Clara mientras estaba rebuscaba en el ropero de plástico.

Las paredes estaban totalmente desnudas, sin recortes o cartas. Como si no quisiera tener ataduras a ese pequeño cuarto.

—Sabes... también tengo maquillaje —la escuchó decir entre el sonido de los cajones—. Creo que tampoco te dejan usarlo.

—No hasta los dieciocho... —murmuró mientras pasaba la mano sobre la suave sábana blanca—. Faltan cuatro años todavía...

—Oh, a veces se me olvida que eres más pequeña que yo —tomó una caja de zapatos—. Es que eres madura para tu edad... y me sacas más de diez centímetros.

Mientras decía esto, se dejó caer sobre la cama con la pequeña caja de zapatos. Al abrirla reveló en el interior una pequeña colección de sombras, pintalabios y blush.

—¿Crees que soy madura para mi edad?

—Sí, mucho más que yo al menos —empezó a rebuscar entre los distintos colores—. Y más alta, más inteligente... lo único que yo hago bien es verme bonita.

—Bueno, lo eres.

Una pequeña sonrisa brotó de los labios de Clara, junto a un pequeño rubor sobre sus redondas mejillas.

—Ser bonita no me sirve de mucho si solo trae problemas. 

Casey se quedó en silencio, intentando de liberar algo del nerviosismo que se había apoderado de su cuerpo jugueteando con el pliegue de su falda de escuela. Pero también sintió que debía decir algo más, porque Clara no le parecía solo bonita.

En ese momento, a través de los ojos del primer amor, Clara era todo lo que estaba bien en el mundo.

—No solo eres bonita, eres buena con las palabras —soltó repentinamente—. Como en el día de la oratoria o las veces en las que te ha tocado decir la alocución del día... no sé cómo describirlo, pero eres excelente.

Clara finalmente eligió un color, un tono rosa suave parecido al de aquella vez que entró en la iglesia.

—Ojalá todos fueran como tu —susurró mientras destapaba el pintalabios—. Aunque cuando dos personas pasan por lo mismo es mucho más fácil entenderse ¿no?

Casey sintió un escalofrío al escuchar tanta seguridad en sus palabras. 

—¿A qué te refieres?

—Sabes bien a lo que me refiero... —Clara la miró a los ojos.

Sin previo aviso, Clara se inclinó hacia Casey y la tomó por la barbilla para acercar su rostro. Podía sentir la calidez de su piel, el aire que exhalaba y un brillo en sus ojos.

—N-no lo sé.

Clara empezó a aplicar un poco del color sobre sus labios, con lentos movimientos que simulaban caricias.

—No creas que no te he visto mirándome siempre —murmuró sin quitarle la mirada de los labios—. En los recreos, cuando pasas por mi salón para ir al baño, cuando estamos en las prácticas de alabanzas.

El cuerpo de Casey se había paralizado ante las sensaciones abrumadoras que la invadían. Si no escuchara al gallo de la casa de al lado, pensaría que eran otro de esos sueños.

—Clara... —susurró.

—Por lo general odio que me digan Clara... —elevó sus ojos café claros a los suyos—. Pero cuando tu lo haces... se siente bien y tú también lo sientes así.

—Y-yo...

—No era una pregunta —la cortó Clara, inclinándose más hacia ella y aplicando el labial en el labio superior—. Me pasa algo parecido cuando estoy contigo, cuando nos quedamos a solas practicando las canciones, cuando te veo mirándome todo el tiempo... ¿Confías en mí? 

—¿Sí? 

«Esto no puede estar pasando» pensó Casey, sintiendo como su respiración se tornaba pesada «Tiene que ser un sueño, así es como deben sentirse los sueños»

En ese momento Clara apartó el pintalabios por un segundo y presionó su pulgar suavemente contra la comisura de su labio, como si estuviera limpiando algún borde salido. Empezó a bajar hasta posarse sobre su el labio inferior, donde quedó posado por demasiados segundos.

Casey tragó saliva, sintiendo como todo el cuarto se sumía en chispas.

Una parte de ella sabía que lo que estaba a punto de suceder estaba mal por muchas razones, pero todas estas se esfumaron cuando los labios de Clara tocaron con los suyos.

Cuando Casey respondió instintivamente besándola de regreso. Perdiéndose en sus labios sabor cereza, en el toque de sus manos y simplemente dejándose llevar por ese cúmulo de sensaciones con las que siempre había fantaseado.

Desde ese momento supo que no habría vuelta atrás. 

Holis, esta será una nota corta porque sigue otro capítulo. 

Pero creo que esta parte es importante para entender un poco más el contexto de la relación entre Casey y Clara. 

Y, por favor, no romanticen esta relación ni las acciones. No solo hay una gran diferencia de edad entre ambos personajes, sino también un desbalance en la relación de poder de ambas. 

Y también un mini vocabulario para algunos conceptos que se utilizaron:

-Mes patrio: nuestras festividades nacionales (independencia, separación, día de la bandera) todas ocurren en el mismo mes, por lo que a noviembre se le conoce tradicionalmente como el mes patrio. 

-Camisa de manga larga: son camisas que utilizan los estudiantes de último año en secundaria en las escuelas públicas. 

-Camisa celeste: son camisas que utilizan los estudiantes de pre media (comprende primer, segundo y tercer año) en las escuelas públicas. 

-Perro tinaquero: un perro callejero, se les dice tinaqueros porque comen de los tinacos de basura. 

-Rosquitas y merengues: dulces tradicionales del interior. 

-Pollera tumba-hombre: tipo de pollera con un faldón de tela de rayas y se le llama de esa manera porque marea durante el baile al hombre que baila con la empollerada.

-Pintalabios: labial. 

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