Capitulo 39: Desiciones Erradas

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Nathaniel Archer

Semanas después

No sé de dónde había sacado el valor para dejarlas. Sabía que sería la última vez que las vería. Despedirme de ellas mintiendoles al decirles que regresaría me hacía sentir como el hombre más miserable del mundo. Saber que no volvería a tocar su cuerpo, a admirar su rostro y que tampoco podría ver a nuestra hija crecer, era una culpa que me llevaría hasta incluso después de la muerte. Había llegado a Dinamarca y me sentía extraño, era mi país y sin embargo me sentía ajeno al mismo. Deje las maletas a un lado y unos ojos enojados e indignados me esperaban en la sala de estar de una casa que no vivía hace más de veinte años.

— Gracias por haberme ayudado.

— No me des las gracias. Es nefasto lo que estás haciendo. Es que no se ni porque estoy aquí ayudándote.

— Ellen ya no me sermonees por favor. No estoy de humor y creo que a partir de hoy no estaré de otro modo.

Cruzando los brazos arqueó una ceja mirándome con una seriedad que jamás había visto en ella. Tenía razón, era nefasto, quizá la peor elección que pude haber tomado pero me había ganado la cobardía. Todo avanzaba rápidamente. En ocasiones no podía mover bien las manos, en otras no recordaba todo lo que había hecho en un día. Tal vez me estaba equivocando pero era la única forma que encontraba para alejar a la mujer que amo y a mi hija de tanto drama y sufrimiento.

— Tu no entiendes nada Ellen. Te lo explicaré para que entiendas mejor. Cada día que pasa algo cambia. Llegará el punto en el que no reconozca a Cata ni a mi pequeña. No podré caminar y mucho menos hablar con fluidez porque el maldito tumor que tengo en la cabeza crece y crece sin detenerse. Quiero estar aquí solo, quiero que ellas se mantengan al margen.

Ellen se acercó a mí y agarrando mis manos secó las lágrimas que estaban cayendo de mis ojos. Me miraba con pena, también con dolor y suspirando con resignación contestó.

— Por una vez en tu vida, haz las cosas bien Nathaniel. Ponte en el lugar de Catalaia por un momento. Si fuera ella quien estuviera desahuciada y decide irse sin decir nada, simplemente se desaparece sin darte una explicación lógica, ¿Cómo te sentirías? Te aseguro que no se lo perdonarías si te enteraras.

— Si le digo que me estoy muriendo, solo le ocasionaría un terrible dolor. Ellen, por favor no insistas. Quiero estar aquí el tiempo que me quede, prométeme que no le dirás a Catalaia exactamente donde estoy.

Agarrando su bolso y su cartera con enojo se fue azotando la puerta sin responder a mi petición. Caí sentado en el sofá frustrado y con un dolor de cabeza que me estaba llevando el demonio. Mi móvil no había tardado en sonar. Catalaia estaba llamando y después de pensarlo un poco decidí no contestar. Miré mi anillo de matrimonio y sonriendo tenue susurré.

— Siempre te amaré Cata, siempre.

Aquella casa me traía recuerdos amargos pero también unos menos malos. Era donde más cerca sentía a mi madre y al menos eso me consolaba un poco. No llevaba ni una semana sin verla ya sentía que moría lentamente. La extrañaba no solo a ella sino también a Eleanor. Cada vez que me decidía a llamarla, un mareo, la visión nublada o las náuseas y vómitos me recordaban el porqué estaba en Dinamarca lejos de ellas. Veía la nieve caer tras la ventana tumbado en la cama de la habitación principal. Era relajante ver los copos de nieve caer y la hermosa vista invernal mientras seguía pensando en Catalaia y las cosas que tenía planeadas con ella y ya no podrán ser. En ese momento ya no importaba mi vida sino la de ella y el irme de este mundo dejándola a ella a salvo y lejos de la maldad de Odette. Como no respondía los mensajes, Catalaia no se daba por vencida y terminó mandando un correo electrónico.

Catarsis Where stories live. Discover now