Capítulo XXIV: La piedra absoluta

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Oído...

Y límite, absoluto, en el

Espacio...

Oreja que escuchas y no

respondes...

Martín Adán, La piedra absoluta

22 de diciembre

Deja de asfixiarme, ya deja de asfixiarme. ¡Déjame respirar! ¿No ves que me estoy muriendo? Estoy tratando de pensar qué fue eso tan malo que te hice, de qué forma te dañé, de qué forma dañé al mundo. Debe haber algo, algo que se me escapa, pero ¡no sé qué es! ¿Por qué permites que me suceda todo esto? Hazte cargo de tus criaturas, por una vez, ten piedad de tus criaturas...

El mundo se ha vuelto una masacre. Me siento aco­rralado, como si me soltaran, de súbito, en medio de una ola de animales desbocados, y me pregunto si no soy también uno de esos animales... ¡no somos más que una tira de ani­males rabiosos! ¿Acaso será un orgullo para Ti decir: "He creado un grupo interminable de animales, de bestias vora­ces"? Hazte cargo de tus criaturas. ¡Por una vez!

El planeta es un manicomio al que he llegado por error. Y me pregunto si no estoy loco también, si no formo parte entusiasta de todo esto. Sin embargo, de vez en cuan­do, nos envías algunos ángeles. Siempre hay excepciones.

Así, el mundo se parece a un enorme mar congelado: no so­mos más que horribles cetáceos bajo la superficie helada; de vez en cuando, encontramos un agujero por medio del cual salir a respirar, es decir, encontramos uno que otro ángel en el camino. En tanto, el mundo parece un mar congelado e infinito y parece, incluso, que no hay nada allá arriba, que no hay nada distinto, ¡que no existe aire alguno!

No me asfixies. ¿No ves que me estás matando? ¡He llegado a un límite que no puedo rebasar!

Es gracioso, hasta los actos más nimios se han vuelto complejos. Solía sentarme con apetito a la mesa. Disfrutaba, como de un banquete, de la comida más sencilla. No podía entender por qué había personas que se negaban a hacerlo. Ahora la comida para mí se ha vuelto insípida; la vida es insípida. No escupas al cielo, dicen, pero yo agrego: "No escupas al infierno, porque el diablo te puede oír". Uno se encuentra, de repente, con que le ha tocado la carta negra, la carta que nunca creyó le iba tocar.

¡Dios!, ¿qué hemos hecho? Algún mal cometieron nuestros ancestros, un mal tan grande que nadie quiso guar­dar memoria de él; y ahora nos preguntamos qué pudo ser aquello, qué hizo que todo esto, paulatinamente, se convier­ta en una masacre. Esto que hiciste ya no da para más. So­mos los herederos de la jungla, de la plaga, de la ruina; los confundidos herederos de la catástrofe.

He perdido el ritmo del mundo, he perdido el ritmo de la melodía: "Tralalí, tralalá... ¡Plaj!". Estoy fuera.

Perdóname, Señor. No soy más que un animalito ate­rrado frente al abismo del universo. Abismo que Tú eres, Se­ñor mío... ¿Podrás perdonarme?, ¿podrás dejar de apretar?

La casa del sol naciente #Wattys2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora