Capítulo XIX: Todo desapareció

47 8 0
                                    

Todo desapareció[1]

Reía como un dios de mañana divina.

¡Quemándonos los ojos!...

Martín Adán, "Arequipa". Poema inédito. Libreta D364

-Creí que ya lo sabía -susurró David-. Danny murió la Navidad pasada, justo cuando iba a cumplir quince años. Pocos días antes, sufrió un ataque cardiaco mientras visitaba una casa de oración que se halla en el centro del olivar. Aho­ra Mina se pone histérica cuando tiene que cruzar el bosque. Prefiere hacer un rodeo con el autobús.

-Cuénteme cómo falleció -le animó la doctora.

-Tuvo un ataque mientras dormía y no logró supe­rarlo. Llamé de inmediato a su médico y este aseguró que Danny había sufrido un paro cardiaco. La autopsia me pare­ció innecesaria... -David se cubrió los ojos-: Yo, como un niño, creí que mi hijo era inmune a la muerte... pero no... -su voz había ido adelgazándose, poco a poco, has­ta convertirse casi en un murmullo. Geri, no obstante su habitual concentración, notó que todos los ruidos fueron apagándose a su alrededor. El mismo bosque parecía un templo. David miró hacia la ventana. La primavera estaba a punto de marcharse y centenares de aves emigraban, for­mando una gruesa columna, desde el noreste al suroeste. Las bandadas parecían dirigirse hacia la luz del sol, que ful­guraba como una espléndida isla en medio del vasto océano del cielo.

-Entonces, halló al niño muerto en su propia cama -murmuró la doctora.

-Fue mi hija quien lo encontró. Era la mañana de Navidad. Susan y yo estábamos desayunando, cuando escu­chamos los gritos de Mina. Entramos corriendo al cuarto de Danny. Lo vimos tan sereno que, por un momento, pen­samos que seguía durmiendo. No había la menor señal de sufrimiento.

El señor Stutzman adoptó una posición rígida, cau­telosa. Geri advirtió, con desaliento, que se esforzaba por contener las lágrimas.

-¿Alguien vio a Mina entrar a la habitación?

David la miró sorprendido. No acababa de compren­der, no quería comprender. Geri creyó necesario sacudirlo un poco.

-¡Oh, por Dios...! ¡Ya le dije que todo parecía nor­mal!

-¿No recuerda haber hecho algo para que Mina odiara a su hermano?

-¿Cómo...?

-Tal vez le dedicaba mucho más tiempo a Danny. Le ruego que lo considere.

-Es verdad, pero a ella no le importaba. ¡Lo amaba muchísimo! -David tenía el rostro desencajado. "¿Por qué la gente se empeña en sonreír justo cuando no debe?", se dijo Geri.

-Mina adoraba a Daniel... y lo odiaba a la vez. Su cariño no logró superar el odio porque usted, que es su ído­lo, quería más a Daniel.

David la escuchaba con la mirada extraviada. El sol había desaparecido ya en el horizonte y las bandadas que se habían quedado atrás giraban una y otra vez en hileras apre­tadas, como si un torbellino las hubiera alcanzado o como si formaran un denso cardumen bajo las olas del mar. Oculto el faro del sol, las aves parecían haberse perdido, y pregun­tarse, unas a otras, dónde debían pasar la noche.

-Necesito ver una foto del niño -dijo la joven y el señor Stutzman señaló, con gesto laxo, el cajón de un deli­cado escritorio de caoba.

Por fin, la doctora encontró el retrato que buscaba. Quedó sin aliento. Ahí mismo estaban esos ojos que sus­pendían el tiempo y lo adormecían, la rubia melena como un mar de oro agitado por el viento, y la boca, tormentosa­mente serena. Ahí estaba esa navaja suave que, sin querer, hería y abría el pecho. Ahí, esa fiebre que devoraba los ojos y el alma, esa mirada fría y altiva como la piedra, ese rostro del que nadie, nunca, quedaba saciado, del que todos bebían una y otra vez... Era el rostro de Martin.

Esa misma noche, Geri conversó con su hermano y le explicó al detalle el caso de Mina Stutzman. El pequeño, entonces, prometió ayudar a la doctora y entrevistarse con la niña. ¿Cómo evadirse, además?, Geri nunca habría aceptado un "no" como respuesta. A veces, Martin sentía que su vida no le pertenecía.

[1] La Fraîcheur et le Feu, Paul Éluard.

La casa del sol naciente #Wattys2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora