Capítulo XVIII: El zorro está dando vueltas

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El zorro está dando vueltas,

el zorro está dando vueltas,

hay un animal astuto por aquí,

¡mira detrás de ti!

"Der Fuchs geht um", canción infantil alemana

 10 de diciembre

La delicada figura de un zorro tiene algo que hechiza, algo que seduce. Ni siquiera un lobo provoca la mudez in­mediata que ocasiona la aparición de un zorro en medio de la floresta. A menudo, en mis paseos por el bosque, encuen­tro un ejemplar muy joven; puedo reconocerlo porque cojea ligeramente; tal vez alguien ha intentado cazarlo. Siempre parece estar medio muerto de miedo, pero sus orejas pun­tiagudas lo delatan: posee una astucia increíble, sin límites. Sí. Los zorros son astutos, muy astutos. A primera vista, parecen ser unos animales indefensos, pero, en realidad, son las bestias más hermosas y voraces de cuantas existen en el bosque.

Mi ocasional compañero tenía, por ejemplo, unos ojillos tiernos, casi dulces. Esta mañana no se acercó como otras veces a olfatearme y, sin darse cuenta de mi presencia, voló como una flecha suave hacia una mata de floripondios que se halla al norte del estanque. Sin hacer ruido, lo seguí a cierta distancia para ver lo que hacía. Tenía la necesidad de saberlo —me avergüenza escribirlo, pero a una parte de mí siempre le ha gustado ver sufrir a criaturas indefensas—; en el interior de la mata, un par de calandrias vigilaba cuatro huevecillos en un nido cuidadosamente trabajado. Los po­lluelos estaban a punto de nacer, pero aquel zorro los oyó piar antes de que rompan el cascarón. Entonces se lanzó sobre los huevos y se los tragó, sin ningún miramiento. Las pequeñas cabezas de los polluelos se balanceaban entre sus dientes. Yo lo miré, casi sonriendo: aquellas mismas delica­das patitas que antes parecían estar cubiertas con guantes de seda, se hallaban entonces bañadas en sangre. El zorro descubrió mi olor y se volvió a observarme, soñoliento, sin dejar de relamerse. Es curioso, jamás se espanta al verme, tal vez porque advierte la crueldad que hay en mí. Escuchamos que alguien se acercaba por la trocha que conduce hacia el templo y mi terrible amigo se fue corriendo a toda prisa. Un hombre tan alto y recio como un espíritu del bosque apareció maldiciendo por el lado del molino. Tenía una voz muy agradable. Se acercó a la mata de floripondios agitan­do un bastón en el aire y dando voces: "¡Ah, zorro!, ¡ah, zorro!", pero cuando me vio, se quedó plantado en su sitio y me miró fijamente, como si yo fuera el causante de aquel despojo:

—Tú... ¡tú! —musitó señalándome, incrédulo—. Pero si te acabo de dejar en...

—¿Ocurre algo, señor? —me animé a responder. Aquello empezaba a resultarme molesto.

—No..., déjalo —sonrió el hombre y agregó con su voz pausada—: Es solo que te pareces demasiado a..., pero tú eres algo mayor —se acercó de manera resuelta y dirigió mi rostro hacia la luz del sol—. ¡Te pareces a él más que su propia hermana! —exclamó y luego, al notar el nido que yacía a nuestros pies, hizo un gesto de fastidio—. ¡Ah...! ¿Viste a ese bandido?

Los padres de los polluelos planeaban sobre nuestras cabezas y nos acosaban con sus gritos y aletazos.

—Sí, lo seguí hasta el estanque. Escuchó a los polli­tos antes que salgan del cascarón y...

—Se los comió.

—Sí...

El hombre miraba entristecido aquella catástrofe y removía los cascarones desperdigados por el suelo con la punta de una de sus botas. Del nido solo quedaban unos pu­ñados de musgo, raíces y hojas secas. Una de las calandrias pasó tan cerca del hombre, que lo despeinó.

—Conozco a ese zorro —le dije—. Es muy joven, pero ya sabe cómo y cuándo comerse a los polluelos.

—¿Y cómo logras reconocerlo? —se interesó él.

Ambos teníamos algunas plumas de calandria entre los cabellos.

—Es sencillo —expliqué—, camina sin asentar una de sus patas traseras.

—Es verdad —dijo una vocecita a nuestras espaldas. Era una mujer de apariencia frágil que venía por el sende­ro, sin dejar de observar el suelo—. ¡Puedo ver sus huellas! —cuando llegó frente a mí, lo mismo que el hombre, me contempló, boquiabierta; tenía unos dientes blanquísimos. Me apuntó con el índice, sin hablar. "Pero, ¿qué le sucede?", pensé, "¿es un chiste?".

—¿No es idéntico? —dijo el hombre—. ¡Nadie nos creerá jamás! ¡Espera a que se lo contemos!

—¡Me enmudeció como si hubiera visto al zorro! —gritó la mujer, llevándose una mano al pecho, y rompió a reír. Tenía una sonrisa tímida, pero hermosa. Sin duda, aludía a la creencia según la cual los zorros hechizan a los hombres a tal grado que no les es difícil hurtarles cualquier cosilla, aun en sus propias narices. Ahora que lo pienso, aquel zorrito aplicó su magia conmigo.

La pareja de calandrias deshojaba furiosamente los olivos con la ayuda de sus alas. Una de ellas, la hembra, imi­taba los chillidos que lanzó el zorro antes de atacar el nido.

—Creí que la carita de Martin era irrepetible —dijo la mujer y rió a carcajadas. Ella se llama Ryta y él, Ernest, como me explicaron enseguida. Están casados y viven a unos minutos de la laguna, cerca de la pastelería. Habían salido a recolectar aceitunas, cuando escucharon los gritos desesperados de las calandrias.

Ryta empuñó el bastón de su esposo y con él señaló el rastro que había dejado el zorro sobre la tierra húmeda. Una de las patas apenas se distinguía entre las hierbas del camino:

—El condenado está cojo, alguien ha intentado he­rirlo; si es verdad lo que dice aquí el jovencito, esta tempo­rada ha arrasado con todos los polluelos.

Ernest le explicó que ese ejemplar en particular po­seía un excelente oído y ambos decidieron fabricar trampas para detenerlo: aquel "bandido" había destruido ya varias nidadas.

—Geri sabe dónde se encuentran todos los escon­drijos de esas alimañas —musitó Ryta—. Si ella nos ayuda, lograremos cogerlo. ¡No hay problema que se le resista!

Antes de marcharse, me obsequiaron algunas acei­tunas y me rogaron que fuera a visitarlos. Dijeron que iba a llevarme una gran sorpresa. Creo que viven con un niño cuyo rostro es similar al mío. De ser así, aquel infeliz solo puede inspirarme lástima, tanta lástima como el pollito más indefenso del bosque.

Iré a visitarlos después de Pascua. Quizá esa chica llamada Geri pueda ayudarme. Necesito tanto conversar con alguien.

La casa del sol naciente #Wattys2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora