Estaba una salamandra sobre una fría piedra,
entonces, un mal muchacho la echó al fuego,
pensó que se quemaría,
antes bien, le acomodó,
como a mí el amor ardiente...,
diablo frío que soy.
Karl von Lemcke, "Salamander"
—¿Quieres tomar helados? —le dijo Martin a Mina, que acababa de llegar de visita. Ambos niños estaban en el ático. A los hermanos Croizen les fascinaba atiborrarse de helados, aun en las estaciones frías.
—Me agradaría, sí —contestó Mina, y como vio que su amigo estaba a punto de dejarla sola, agregó—: ¿Te acompaño?
—¡Yo diría que no! ¡Allá abajo está muy oscuro!
Martin no alcanzó a escuchar la respuesta de Mina ni a ver su expresión de asombro, pues se volvió rápidamente y la dejó contemplando las ristras de disfraces que guardaba el grupo parroquial en el ático, para la temporada de Adviento. Ahí estaba ella, con su aire serio y su traje negro, en medio de disfraces absurdos y adornos brillantes. Martin había tomado una linterna y alumbraba el camino que llevaba a la cocina. Bajó, ebrio de alegría, por la vieja escalera de madera, que se caía de podrida, y sacó de la nevera dos vasitos de helado de café con pecanas. Subió corriendo los escalones, le entregó uno de los vasos a Mina y luego se sentó junto a ella en el diván de María Simma, de espaldas a la única ventana del ático. Mina se preparó para disfrutar del helado y estiró sus piernas largas-larguísimas cubiertas con medias de nylon de color negro:
—Es la primera vez que tomo helado de noche —dijo y sonrió, mientras picoteaba una cucharada de helado tras otra.
"Sí", pensó Martin, "los ángeles también toman helado... ¡y de café!", estaba tan feliz que se le cayó al suelo la tapa de su vaso, pero no importaba. Mina se hallaba ahí, con su rostro de ángulos precisos; su piel casi traslúcida, tan hermosa; sus ojos almendrados, retintos; y su sonrisa de gato.
—¿Así que estás en el grupo parroquial? —dijo Mina, mirando a su alrededor.
—Pues sí, desde hace poco —respondió el niño, sin querer darse importancia.
—¿Y cómo así lograste ingresar?
Mientras a Martin no le gustaba hablar de sí mismo, Mina tenía un ego lo bastante desarrollado como para hablar en primera persona durante horas.
—Fue de casualidad —susurró el niño, encogiéndose de hombros. Su vaso de helado permanecía intacto.
—¿Y cómo fue esa casualidad? —ronroneó Mina, con una sonrisa implacable. Martin tuvo que resignarse.
—El mes anterior, el padre Juan de la Cruz me escuchó tocar el piano en una reunión informal y me llamó ese mismo fin de semana... ¡de pura suerte! —Martin habló atropelladamente, como si le dijera a Mina: "Aquí, el tema central eres tú, dejémonos de fruslerías", pero luego, algo inquieto por los enormes ojos negros de su amiga, se levantó de un salto a alistar su disfraz de Sumo Sacerdote para la ronda de esa noche. Mina, sentada frente a él, en el diván, observaba con interés los preparativos, mientras picoteaba su helado de café.
—Me gustaría ser de la partida —susurró Mina.
—Tú no sabes cantar —contestó Martin sin dejar de sacudir el manto de su disfraz—. Ya me lo habías dicho, ¿recuerdas? —el niño sonreía, pero quería hacerla rabiar.
ESTÁS LEYENDO
La casa del sol naciente #Wattys2021
ParanormalLa casa del sol naciente pone en escena a Geri y Martin Croizen, una pareja de hermanos huérfanos que habitan, casi recluidos, una casa situada al borde de un frondoso olivar en la imaginaria localidad de Salem. Psicoterapeuta endurecida por la pérd...