Capítulo VI: Desde el abismo

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Desde el abismo[1]

  

La luz ciega. La luz es materia divina.

Martín Adán, "Arequipa"

 2 de noviembre

Ayer, cuando aún no había amanecido, desperté de manera abrupta. Quise incorporarme sobre la cama. Lo in­tenté varias veces, pero fue imposible. Lo supe al instante: era mi corazón, esa bomba de tiempo. Latía a toda veloci­dad, estaba tan lleno de sangre que parecía a punto de esta­llar. Apenas me atreví a tomar aire, tenía la impresión de que cualquier movimiento provocaría que mi corazón explotara. Quise llamar a alguien: "¡David!, ¡Susan!, ¡Mina!... ¡Por el amor de Dios!", pero solo un murmullo ininteligible salió de mi boca, como les ocurre a las personas mudas. Tenía adormecido el lado izquierdo del torso. La columna no me obedecía. Podía mover las manos y las piernas, incluso la cabeza, pero mi hombro izquierdo permanecía inerte sobre la cama. Solo podía girar sobre mi eje, sobre aquel hom­bro adormecido; girar como si fuera un enorme reloj, con piernas en lugar de agujas. Parecía que un grueso aguijón me mantenía unido a la cama y me sentí como uno de esos insectos a los que sujetan, aún vivos, por medio de alfileres.

Traté de serenarme, aparté del todo las cobijas y, por un mo­mento, no hice más que girar con la ayuda de mis piernas. Pensé: "Me voy a morir, mi corazón no aguantará" y, sin embargo, continué girando hasta que caí sin aliento desde el borde de la cama. El piso de madera estaba muy frío, me hice daño en la espalda. Miré las paredes azules. Las cortinas blancas de mi ventana se balanceaban suavemente a causa del viento. La luz del sol invadió mi habitación, también el canto de las aves. Pude oír con nitidez el canto de un mos­querito[2]: casi podía verlo en la copa de un olivo contemplan­do, tras su pequeño antifaz de color negro, la salida del sol naciente. El mundo retornaba a la vida, dejándome atrás. La luz del sol me bañaba por completo, me enceguecía.

Susan entró a mi habitación. Al verme en el suelo, corrió despavorida a traerme un vaso de agua, unas aspirinas.

Qué curioso. Un nuevo médico me ha examinado y asegura que con las pastillas y los ejercicios adecuados, ya no será necesario un trasplante. Eso es lo que dice. ¿Por qué, de pronto, todos lucen tan optimistas? ¿Será que están ocultán­dome algo? Pero no, estoy paranoico... Necesito descansar.


[1]De profundis, Salmo 130.

[2]Mosquero bermellón (Pyrocephalus rubinus).

La casa del sol naciente #Wattys2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora