Capítulo V: ¿Qué te dice la noche?

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¿Qué te dice la noche?[1]

Algo me dices

Pero el estruendo

De tu corazón

Te oculta

De algo me hablas

Pero el brillo

De tu alma

Me impide.

LuisHernández, La libreta Bayer

Pasada la medianoche, Martin salió a recorrer el bosque. Llevaba su magnetófono bajo el brazo, pues creía que a esa hora podía descubrir nuevas especies de aves. Cuando ca­minaba entre los árboles, se sentía parte de ellos, se sentía uno de ellos. Los saludaba a todos en silencio sin perder de vista la enorme avenida que se abría ante él, como una hilera infinita de puertas. Podía oír el crujido de la hierba bajo sus pies y, a veces, con enorme placer, el de las hojas secas. Re­cordó algo: meses atrás, solía andar por los senderos llenos de hojas solo para saborear ese sonido. Muchas veces se había extraviado por culpa de esa manía.

Empezó a llover y Martin buscó refugio bajo un tronco seco cuyas ramas se elevaban como un manojo de serpientes hacia el cielo. De pronto, un viento huracanado empujó las nubes. Los olivos, cargados de lluvia, brillaron bajo la luz de la luna. Martin se sentó a contemplarlos: "Pa­recen estar colmados de estrellas", pensó. Veía los árboles como bellísimas cajas de música y las aves como peque­ños bailarines de cuerda que brotaban desde el interior de las copas. Había que ir con cuidado para no interrumpir la danza.

Caminó hasta un lugar oscuro, lejos de la carretera y, como escuchó el canto de un ave desconocida, colocó una cinta nueva en el disco. Luego, conectó el micrófono y lo fijó en un trípode, a cierta distancia del grabador. Enseguida registró la fecha y la hora; no grabó el nombre de la espe­cie, pero sí su color y tamaño. La cinta se devanaba, poco a poco. En eso, se oyeron unos pasos; el bosque quedó en silencio. Martin, que no quería ser visto, decidió ocultarse tras unos matorrales, pero la luz de una linterna le apuntó al rostro y escuchó una voz áspera que lo apremiaba:

—¿Quién eres y qué haces aquí?

Era el nuevo guardabosque. Martin, algo aturdido, dio su nombre y trató de explicarse, pero el guardia, al ob­servar su belleza, apenas prestó atención a sus palabras. Solo lo inspeccionó de arriba abajo, hasta que Martin vio cómo sus ojos y sus labios empezaron a destilar odio. Aquel hom­bre no podía sufrir la superioridad del niño, y, sin poder contenerse, hizo un molesto comentario:

—¿Sabes que ayer asaltaron a una joven muy cerca de aquí? —y como no obtuvo respuesta, tomó el magnetó­fono y empezó a revisarlo, hasta que dio con unas iniciales escritas con tinta dorada en la tapa:

— "J. T. C." —exclamó el guardia e interrogó al niño con la mirada.

—Sí —musitó Martin—. Verá, es de segunda mano. Lo utilizo para grabar a las aves...

—¿En serio? ¿Y por qué lo escondiste cuando llegué?

Cansado, Martin se agachó a empaquetar sus cosas. Había tenido un día difícil en la escuela y, definitivamente, no estaba de humor para oír estupideces.

—¡Espera! Pon la cinta —dijo el hombre.

—Pero...

—¡Vamos!, ¿de qué tienes miedo?

Mordiéndose los labios para no decir nada indebido, Martin rebobinó la cinta y, luego de unos segundos, se pudo escuchar la grabación. El guardia le ordenó que subiera el volumen y se oyó cierta interferencia, algo como un chas­quido semejante a un ruido metálico, y después, un soplo fuerte y violento.

—¿Qué es eso? —balbuceó el guardabosque. La voz extraña de un niño, rápida e impersonal, hablaba sobre el canto de las aves, pero el guardia no entendía ni una pala­bra: el niño de la cinta hablaba en alemán. Martin empezó a reírse de nervios, ¿cómo había grabado esa voz?, y sobre todo, ¿qué iba a inventar para que lo dejaran libre? Tenía que inventar algo, ¡ya!

—Las aves conversan —explicaba el niño de la cinta. Su voz nasal y algo ronca parecía rebotar sobre las paredes de un cuarto de acero—. Cada reclamo tiene un significado. Cuando se están criando los polluelos y hay un predador en el bosque, las aves emiten sus propios sonidos, pero todos significan lo mismo... —en ese punto, la voz del niño fue cubierta por una interferencia, pero, enseguida, se le escu­chó decir—: ¡Alarma, se acerca un zorro!

—¿Qué fue eso? —susurró el guardabosque.

—Era yo... —mintió Martin—. ¡Sé hablar alemán! —y reprodujo, palabra por palabra, cuanto acababa de oír. Mientras hablaba, aquel hombre no dejaba de escrutarlo con la linterna. Cuando admiraban su rostro de esa forma, Martin humillaba los ojos y se ahogaba de vergüenza. Mu­chas veces, se volvía del todo y se encogía sobre su sitio. Los segundos entonces le parecían siglos.

El guardia tomó sus datos y lo acompañó, pensativo, hasta el lindero del bosque.

—¿Pero qué diablos fue eso? —se dijo Martin una vez en casa, y, lleno de angustia, lanzó el magnetófono al sofá de la sala. El niño tenía el cuerpo bañado en sudor. Quiso subir a su cuarto para cambiarse de ropa y descansar, pero alguien le interceptó el paso en las escaleras que lleva­ban a la segunda planta. Martin entornó los ojos y descubrió a Ernest en la penumbra.

—¿Sabes qué hora es? —susurró Ernest.

—Perdón, no podía dormir... No quise hacer ruido.

—No se trata de eso. ¿Qué estabas haciendo en el bosque?

—Yo... ¿Te desperté?

—No, me despertó el grito de una calandria[2] que pasó toda asustada. Huía de un zorro.

—¡De un zorro!

—El muy condenado... Puedo despertar de un sue­ño profundo y saber de inmediato dónde hay un zorro por las aves que están cantando. ¡Pero hay que saber que los zorros también tienen buen oído!

—¡Ni que lo digas! —musitó Martin, recordando al guardia—. Ahora mismo vengo de toparme con uno.

Pero Ernest no lo escuchaba y, más bien, sonreía:

—Hace un año, Ryta y yo nos preguntábamos por qué las aves no se estaban reproduciendo, hasta que un niño nos avisó que un zorro encontraba a los polluelos y se los comía. Nunca te lo dije, pero aquel chico, aunque algo ma­yor, era tu vivo retrato... ¿Qué te ocurre, hijo?

Los labios de Martin estaban blancos.

—¿Un niño? —susurró Martin—. Dijiste...

—Sí. Pero eso fue la Navidad pasada —y el rostro de Ernest se ensombreció—. ¡En fin!, vuelve a la cama, ya es muy tarde.

Martin subió corriendo las escaleras.


[1] Was mir die Nacht erzählt?; Así habló Zaratustra; Friedrich Nietzsche.

[2] Calandria de cola larga (Mimus longicaudatus).

La casa del sol naciente #Wattys2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora