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Julio es el primero en responder, en presentarse. No lo hace con palabras, simplemente desvía la vista de Manuel y, tan discreto como puede llegar a ser un hombre tan ruidoso como él, rueda los ojos hasta la parte de atrás de su cabeza, dejando solo blanco. A Manuel se le caen los hombros ante la vista, y frunce un poco el ceño, sus labios estirados en trompa, molestia creciendo en su estómago.

—¿Qué significa eso? —pregunta, sus cejas hundiéndose en su piel. Miguel se ríe a su lado, un sonido corto que se apaga pronto cuando empieza a beber su cuarta taza de café del día, pasando su mano por la zona de sus ojos, intentando amainar el ardor. Manuel se recuerda pedir una hora al oftalmólogo para su amigo, preocupado por su vista debido a las horas que pasa frente a pantallas en el estudio.

—¿Qué significa? —repite Julio, levantando una ceja, de brazos cruzados frente al Manuel que se cruza de piernas en la alfombra de la biblioteca de la casa. Julio estaba parado frente a él, cabeza alta y mandíbula apretada. Miguel, por su lado, se acomodaba en uno de los sillones de la habitación, computador sobre el regazo, los ojos entrecerrados mientras seguía una línea de la pantalla con su dedo—No sé, Josema, dime tú. ¿Qué significa?

Manuel mordió el interior de su mejilla, apretando los puños para evitar pegar un salto y una patada en rodilla de su amigo. En cambio, se concentró en poner su pulgar derecho sobre cada una de las coyunturas de sus dedos de la misma mano, apretando con fuerza hasta sentir sus huesos tronar. El índice, el medio, el anular, sus dedos estirados en una línea recta pero tiritona, apuntando en la dirección de Miguel.

—Voy a conocerlos—respondió, aun con la vista fija en sus dedos—. El Martín va a organizar algo, y voy a conocerlos. Solo eso.

Manuel no dejó de mirar su mano, así que no tuvo idea de la expresión que Julio cargaba cuando soltó un pesado, ruidoso suspiro. Hubo silencio, pero solo fue hasta que escucho el estruendo del cuerpo de Julio cayendo en el sillón en el que Manuel apoyaba la espalda. Su hombro quedó rozando la rodilla de Julio, sintiendo la tela del buzo oscuro que llevaba siempre que estaban en la casa y no planeaban salir.

—Eres pésimo conociendo gente—dijo, pero esta vez similar a un susurro, un cantito con su acento volando por ahí. Manuel desempuñó su otra mano, y dejó de apretar sus dedos.

—Pero a veces uno hace cosas por la gente que quiere, aunque sean difíciles—dijo, de vuelta también en un susurro, en un tono bajito, con su rostro más calmo, ya no tantas líneas enmarcando expresiones duras.

Julio lo miró, sus ojos cayendo sobre la mata de pelo oscuro que cargaba Manuel, cabellos despeinados disparados para todos lados, rozando su cuello y su quijada. Los ojos de Manuel también buscaron a Julio, ambos con la mirada serena, silencio por unos momentos.

—Tómate una o dos cervezas antes de abrir la boca, para ver si así te calmas un poco cuando te empiecen a preguntar cosas—Julio dijo, desviando la vista hacia el agotado Miguel que apoyaba la cabeza en el respaldo del sillón, su cuello completamente expuesto.

Manuel rio un poco, levemente, antes de apoyar la cabeza en la pierna de Julio, cerrando sus ojos.

—Va a salir bien—Julio le dijo, y a pesar de que el corazón le latía con una fuerza impresionante, y que la sola idea de presentarse como la pareja de Martín le producía un nudo en la garganta, Manuel le quiso creer.

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Julio juraría que, en realidad, la primera vez que le escuchó dos oraciones seguidas a Manuel, fue cuando la temporada en Italia recién comenzaba, cuando ellos dos todavía no se llevaban bien, y él aún no se aprendía el nombre de Miguel, sino que lo identificaba como el moreno simpático de ojos oscuros que compensaba todo lo malo de la actitud de González.

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⏰ Last updated: Nov 07, 2020 ⏰

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