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La última vez que Manuel estuvo en una relación tenía dieciocho años, y se flechó con un hombre conocido de Miguel que estaba en una fiesta un sábado en la tarde oscura del Santiago invernal. Fue una de las pocas ocasiones en que Manuel aceptó acompañar a Miguel a cualquier situación social, principalmente porque ambos habían estado muy metidos en sus asuntos, Miguel estudiando y Manuel con el fútbol, y quería pasar tiempo con él, aunque significara que se tuviera que sentar por media hora tomando de un vaso plástico pretendiendo que no estaba tiritando de nerviosismo y ansiedad al verse entre medio de tanta gente extraña.

Miguel era un imán social. Era tan divertido y simpático que la gente siempre quería estar con él, una fuerza imparable que provocaba que la gente en su curso siempre se pegara a él para que les contara historias, que nada de lo que decía era aburrido y en cambio cada palabra de su boca, azulada y aterciopelada, siempre era un pensamiento único de él. Manuel siempre era consciente de eso. Miguel siempre le reafirmaba que eran mejores amigos, que no había nada que pudiera cambiar esa jerarquía, pero a Manuel siempre se le detenía el corazón cuando era el cumpleaños de Miguel y se veía entre medio de un montón de gente, ya sea entre niños ansiosos por la piñata o adolescentes tomando vodka barato de la botillería de vuelta de la esquina.

Esa ocasión no fue distinta. Entraron, un montón de gente se le pegó a Miguel y le preguntaron quién era su amigo, tan serio y tieso que se veía. Fueron dos minutos que la conversación se enfocó en Manuel, y como Manuel no daba más que respuestas escuetas y cortas, pronto los temas fluyeron hacia algo más, algo donde Miguel hablaba y hablaba y Manuel se sentía cada vez más apartado, mirando sus manos y doblando sus dedos, pensando en cuánto tiempo faltaba hasta que pudiesen irse a sus casas.

Miguel pronto empezó a rondar por todo el patio que servía de escenario en esa fiesta. Manuel, en cambio, tomó un vaso, lo lleno con alcohol y se apoyó en la pared, revisando su teléfono y buscando alguna noticia que leer mientras tanto para entretenerse. Sorbos lentos, canciones de reguetón y Manuel buscando información sobre un poeta que había encontrado hace poco.

—¿Estái' solo?

La música y las risas ajenas eran tan fuertes que Manuel no había notado cuándo fue que un hombre, más alto, de pelo castaño y ojos oscuros, se paró frente a él. Manuel agradeció la oscuridad, su rostro ardiendo y la vergüenza en sus manos. Tal vez quién era él, se preguntó, y qué quería de él. Manuel no quería saberlo.

—No—respondió, y con su mano señaló a Miguel, bailando a unos metros de él. Los ojos del hombre frente a él se encogieron en una sonrisa y, con más confianza de la que a Manuel le hubiese gustado, se paró junto a él, espalda apoyada en la pared junto con él.

—¿Erís amigo del Migue? Bacán.

Y Manuel descubrió que el hombre de ojos oscuros se llamaba David, era el hermano del anfitrión y tenía veintiún años. Estudiaba arquitectura, le gustaba la música indie y no se callaba, pero Manuel aprendió a disfrutar sus palabras cuando ambos terminaron por sentarse en el piso, conversando junto a la mesa que servía de barra libre que sostenía el alcohol. Las cinco horas que estuvieron ahí Manuel las pasó con David, escuchando la vida universitaria, debatiendo sobre el valor cultural de Soda Stereo, comentándole, incluso, sobre su vida y sus esfuerzos deportivos en busca de una carrera profesional, y aunque Manuel temía que David pudiese burlarse de él, él solo le sonrió y le dijo que tal vez debería ir a verlo alguna vez.

Manuel y Miguel tomaron un taxi a las tres de la mañana, el brazo de Miguel rodeando el cuello de Manuel mientras se intentaba sostener a sí mismo, David despidiéndolos en la puerta y preguntándole su número a Manuel.

Y luego de las fiestas vinieron las juntas, las manos rozándose, los besos furtivos y algo más. David iba a verlo a sus partidos, Manuel a veces lo esperaba fuera de su facultad, y caminaban juntos por horas. Meses tranquilos en los que fueron acobijados por calles oscuras, la pieza de David o los rincones de las fiestas que el amigo de Miguel daba.

Manuel dejó Chile nueve meses después de empezar su relación David, relación que se había ido destruyendo día a día porque David, bisexual fuera del clóset, le pedía constantemente a Manuel que le dijera alguien, al menos una persona, a Miguel o a quién sea, sobre su relación. Que esconderse es agotador, y que era pesado volver al clóset. Pero Manuel no puede, ni siquiera cuando se propone a sí mismo y se quiere obligar a sacar el tema durante la once, o cuando quiere comentarle a Ludwig o susurrárselo a Miguel cuando se queda en su casa. No puede, no podría soportar las miradas juzgadoras de la gente que ama, la poca gente que lo ama, así como es.

Y Manuel no puede amarrar a la gente a él cuando sabe que las cosas van mal, cuando sabe que las personas merecen más, así que cuando David lo llama esa madrugada italiana para decirle que ya no puede, Manuel le pide perdón, le desea lo mejor y, en silencio, llora en la calle, esperando el rescate de Julio y Miguel.

Manuel no puede impedirse comparar las cosas, su corazón saltando en su pecho cuando despierta en la cama de Martín una mañana inusualmente soleada, cubierto hasta el mentón con las colchas blancas frente al balcón, la frente de blancuzca de Martín frente a él y sus pestañas quemadas en las puntas reposando sobre las mantas que sus cuerpos compartían.

Ama tanto esta emoción y esta escena que no puede evitar pensar en si esto pesa más que el rechazo al que se podría enfrentar, ya no tanto del mundo, pero de sus hermanos y su mamá. Qué debería hacer en contra de esto, qué podría hacer para no sufrir de esta ansiedad, para mantener estos días por más tiempo.

No hay una respuesta por ahora, así que, en cambio, Manuel abraza a Martín por la cintura y esconde su nariz en las clavículas de Martín, forma que memorizó, que ahora toca y reconoce como algo familiar.

Martín suelta un gruñido y abre los ojos ligeramente, solo un poco, enfocándolos en Manuel, sus iris de chocolate fijos en él, sus cuerpos enredados y la calidez del mundo en medio de ellos.

—Hola—dice Martín, adormilado, ronco y con la boca seca. Manuel sonríe, encantado con la visión del Martín poco pulcro, legañoso.

—Hola—responde. Martín huele a vainilla y canela por su jabón, y Manuel se pregunta si él también huele a vainilla y canela ahora, y qué más quiere.

Martín sonríe con los ojos cerrados, soñoliento, apoyando la punta de la nariz en el cabello de Manuel. Manuel sonríe, pegándose más al cuello de Martín.

Qué más quiere. 
















no, el triple x no denota nada....

buh q yo toda la semana pensé que esta nota iba a ser pero eufórica porque lorde dio señales de vida y está trabajando en el tercer álbum y dijo que está increíble la música y eso me tiene demasiado feliz pero también atrasaron la segunda parte de la cuarta temporada de hq y me tiene bajoneá esperé cuatro años por esta temporada y :(

dudé mucho sobre si escribir o no sobre la relación del manuel con el david. relleno dirán??? qué nos importa dirán??? nada con sustancia, respondo, que el david no va a hacer acto de presencia, pero me pareció importante para entender la forma en q el manu entiende su relación con el martín. además yo tenía esta visión que este capítulo fuera muy tipo bolero, quémame los ojos y todo eso, pero me salió más como 400 lux así que bueno espero que les guste??? no sé qué decir

y como siempre espero que se estén cuidando!!!! tomen agua, duerman temprano y duerman ocho horas (amo a la gente que lee esto en la madrugada de vdd q les mando un besito pero duerman!!). nos leemos la próxima semana y les mando mucho amor!!


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