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Los humanos tienen sentimientos. Sienten atracción y querer ser físico con otro ser humano es lo más común del mundo. Manuel se repitió eso durante dos, tres o mil semanas (ya no recuerda) cada vez que Martín aparecía frente a él. Era fácil tenerlo claro cuando el hombre no se presentaba ante él en gloria y majestad, porque siempre que veía apenas la punta de su nariz, alguna uña de cualquiera de sus dedos, las entrañas se le revolvían en emociones irreconocibles y en canciones que le recordaban a él.

No, no es nada, se respondía esquivando la mirada siempre que Martín se sacaba la polera en el camarín (y su necesidad de hacerlo público, satán, como si Manuel no estuviese luchando ya lo suficiente consigo mismo). Los humanos tienen sentimientos y sienten atracción y-

Manuel tuvo que dejar ese argumento uno de los últimos días de noviembre. Al invierno no le faltaba mucho, y ya todas las hojas de los árboles habían caído en tonos rocosos, amontonándose en las veredas, calles, lagos y manos de España. Hacía un frío terrible en el camarín, e incluso con el sudor pegado a su cuerpo, con el ardor de sus piernas, con sus brazos hirviendo, Manuel sentía que podía morir congelado en cualquier momento. Juan Pedro mantenía una conversación especialmente animada con Francisco, haciendo el perfecto ruido de fondo mientras Manuel pensaba en qué cenaría esa noche. Estaba de especial humor para comida coreana, pero Julio es sensible respecto al picante, aunque pelear no le importaría demasiado por poder comer un poco de kimchi y mandu guk.

El japchae había ocupado rincones tan ocultos en la cabeza de Manuel que no supo cuál fue la razón de que Pedro le tirara el brazo con tanta fuerza, y no tuvo ni tiempo de preguntar cuando el mexicano le pasó un brazo por los hombros.

—¿Vas a tomar con nosotros hoy, Manolito?

Manuel balbuceó un poco, abriendo y cerrando la boca sin emitir realmente sonido. Tenía la espalda fría, con su torso desnudo y la polera de cambio en sus manos, lista para posarse sobre la piel actualmente expuesta. Sus ojos pasearon por Pedro, con el costado pegado a su propio torso, Francisco, cruzado de brazos y con una mueca en la boca, y, finalmente, por Martín, que sonreía sarcástico, con su propio pecho al aire y sus shorts arremangados, mostrando sus piernas largas, blancas y firmes. Manuel tosió, atragantado con su propia saliva.

—¿Qué? —fue lo único que soltó. Francisco estiró su boca en una sonrisa suave, soltando sus brazos y posando uno sobre el cabello de Manuel.

—¿No nos estabas escuchando, González? —Francisco le dice, sonriente. La cara de Manuel empieza a arder, ahogado en vergüenza, pudor y (un poco, nada más) en calor.

—No—Manuel admitió, mirando sus propios pies. Martín era el único que se paraba frente a él sin tocarlo, y Manuel sabía que si lo miraba a los ojos algo de su lengua lo obligaría a recitarle uno de los pasajes de Tengo Miedo Torero (y que el infierno lo tragara antes de tratar a Martín de príncipe).

—Vamos a tomar esta noche. Es viernes, estamos cansados y mañana no hay partido. Además, hace siiiiiiiglos que no salimos contigo, José Manuel—Pedro le dice mientras le aprieta uno de los hombros con suavidad. Manuel lo mira con su típica expresión estoica, rostro que sus compañeros de equipo habían aprendido a leer ya no más como una muestra de hostilidad, sino evidencia obvia de su timidez. Manuel se sintió agradecido de la proximidad en ese momento, pero le daba miedo beber en frente de Martín y terminar ahí, cantándole toda La Vie en Rose.

—No puedo—respondió. Paseó los ojos entre Francisco y Pedro antes de encogerse de hombros, sonriendo ligeramente—. Mi- uh- amigo al fin va a tener un fin de semana libre de la universidad, y, hace mucho rato que no comemos juntos- me lo había pedido, y no quiero...—balbuceó. En momentos como esos recordaba a Julio burlándose de él por leer tanta poesía, por escribir tanto y por no poder hablar. La cara le ardía, el puente de su nariz le picaba, y aunque no era mentira que quería comer con Miguel y con Julio, usar a su amigo como una pobre excusa para no enfrentar al hombre que le gustaba...

Between |ARGCHI|Where stories live. Discover now