iv

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Miguel piensa que la casa es demasiado grande para tres personas, que son demasiadas puertas de entrada y un patio demasiado amplio, pero no se queja. Es la primera vez que viven en una casa luego de la partida de Manuel de Chile, y si bien el departamento en Milán era sumamente hermoso y le encantaba, esta casa parece ser aún más encantadora.

La reja era negra y alta, dando paso al jardín más verde en el cual Miguel había estado alguna vez. Supo reconocer las camelias y las calas adornando el caminito que daba a la puerta principal, sabiendo que Manuel había plantado las camelias y Julio las calas, como los enamorados que eran de las flores.

La puerta daba de inmediato a una sala de estar, la que Miguel pensó era inmensa. Sólo habían cajas y grandes ventanas abiertas. Sin sillones ni los cuadros que Manuel tanto ama, Miguel seguía siendo capaz de visualizar donde iría el librero que de roble que Manuel compró en su primer mes en Milán, ese donde ponía todos sus libros de poesía y colgaba post-its con sus frases favoritas. Miguel podía sentir la brisa barcelonesa entrar por las grandes ventanas de madera pintada de blanca. Cree que fue Julio quien colgó las suaves cortinas blancas, pues sabe que le molesta inmensamente el desorden.

Le recuerda un poco a Italia sin ser Italia. La imagen de Italia que tiene, sin ser realmente el sentimiento que se quedó desde Italia.

Miguel es capaz de sentir los pasos acercándose a la sala. Sabe que es Julio por el sonido duro en contra del piso de loza, y es capaz de imaginarse los lustrados zapatos negros chocando, moviéndose, desplazándose. No quiere ayudar a ordenar, así que se escabulle hacia la cocina para luego salir corriendo hacia la escalera de caracol que da al segundo piso.

Todo era pura madera, y Miguel fue capaz de diferenciar las seis habitaciones que la casa tenía. Él quería quedarse con la más grande (y estuvo a punto de no ser porque Manuel le ganó en el cachipún con tijeras), pero finalmente se quedó con una más pequeña. Caminó hasta su habitación, abrió la puerta (blanca. Todo blanco en esa casa. Cortinas, puertas y ventanas. Le gustaba el sentimiento de la claridad, el contraste con la madera y la luz que se sentía en la casa. Muy él, muy Julio, muy Manuel. Muy ellos) y entró. El piso de madera era cálido bajo sus pies y lo culpó en el suave sol que septiembre en Barcelona brindaba.

El balcón también era de madera y tenía una pequeña reja negra. La vista era hacia el patio trasero, inmensos pedazos de pasto con la piscina que tanto le pidió a Manuel para su próximo hogar. Pudo divisar unos arcos de fútbol también, y grandes árboles que, suponía, eran duraznos.

Miguel posó sus manos en la reja y observó el patio. El sol iba cayendo de a poco y el naranjo de los reflejos de la luz caían con suavidad sobre los arcos, la piscina, el durazno, sus pies descalzos. Inhaló y exhaló. El estómago lleno de emociones dulces y apacibles y una paz que nunca pensó ser capaz de encontrar. Los labios resecos por el suave aire y las pestañas enredadas en los ojos achinados. Un pequeño lugar en el mundo que parecía pertenecerle solamente a él.

—¡Miguel, no seai' pajero y ven a ayudar!

Una sonrisa hacia abajo, donde Manuel y Julio los observaban molestos y un salto hacia la puerta de su habitación, corriendo escaleras abajo.

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Julio detestó a Manuel en el mismo minuto en que lo conoció.

Detestaba esa mirada gélida y aburrida que le otorgaba a todo lo que estaba a su alrededor. La forma en que hojeaba los libros de su oficina con desinterés y el como cruzaba sus brazos sobre su pecho con absoluto desdén. Odiaba la forma en que las palabras salían de su boca, porque siempre parecían pensadas con anticipación y parecían encajar perfecto con el momento. Le irritaba también la manera en que a veces no hablaba y sólo miraba a su alrededor, sintiéndose incapaz de imaginar las cosas que pasaban por su cerebro.

Between |ARGCHI|Where stories live. Discover now