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Manuel tenía el ceño fruncido y se mantenía cruzado de brazos. Estaba desparramado en la banca del camarín y resoplaba para quitarse el mechón que le caía sobre los ojos. El moretón se empezaba a poner cada vez más morado y le ardían un poco los nudillos mientras pequeñas gotitas de sangre caían de los mismos. A su lado, Martín Hernández apoyaba su cabeza sobre su mano, mientras su brazo se acomodaba sobre su rodilla. Rodaba los ojos a todo lo dicho por Antonio y hacía muecas cuando parecía que el dolor de los moretones y los golpes se acrecentaba.

Manuel miró sus propias heridas. El labio le ardía, y sabía que tenía alguna clase de corte o morado en la mejilla, porque el ardor que empezaba a sentir no era algo normal. Miró otra vez a Martín, cegado por un momento con toda su postura. La musculosa con la que entrenaba estaba sucia, arrugada por la forma en la que se doblaba sobre sí mismo. Sus manos estaban llenas de una mezcla de tierra y de sangre (la cual Manuel pensó que sería suya, porque él sólo tenía sangre de Martín en las manos, estaba seguro), mientras que su mejilla se veía morada y sus ojos se mantenían en cualquier cosa que no se moviera. Manuel no sabe por cuánto tiempo miró a Martín, no sabía si eran dos minutos o trece milenios, sólo fue consciente de que lo miraba cuando Martín le devolvió la mirada con las cejas rubias alzadas en una expresión de curiosidad. Manuel terminó desviando la vista (y toda la cabeza) hacia el otro lado, fijando los ojos en el piso del camarín. Su rostro ardía y la voz de Antonio se hacía difusa en sus oídos.

Quería llamar a Julio, pedirle que lo recogiera y encerrarse en su casa. Tomar hasta que la cerveza le saliera por las orejas y olvidara ese terrible día. Tercer día en el equipo.

Manuel apoyó su cabeza en sus rodillas y soltó sus brazos, dejando que sus manos rozaran el piso.

Quería tomarse una botella de cloro entera.

Manuel no pensó que ese día sería tan terrible cuando llegó al centro deportivo en la mañana. Podía decir que era un buen día, con Happy Together sonando en la radio y él marcando el ritmo con suaves golpes sobre sus propios muslos. Cantaba la letra con todas sus fuerzas, gritando en el oído de Julio mientras éste le ponía una mano sobre la cara y lo intentaba alejar de vez en cuando. Julio sonreía también mientras escuchaba la desafinada voz de Manuel y tarareaba por lo bajo la canción.

—Cállate y bájate—fue lo primero que soltó cuando el auto se detuvo. La sonrisa brotaba en sus labios al mismo tiempo que Manuel le devolvía el gesto mostrando los dientes, con ese colmillo del cual Miguel tanto se burlaba destacando entre las blancas perlas. El rostro se le iluminaba con el suave sol matutino, y Julio agendó la imagen entre todos sus -vagos- recuerdos de Manuel sonriendo con los dientes.

—Ven a buscarme a las cinco—dijo—, y trae al Miguel. Vamos a tomar helado a algún lugar.

Julio sonrió y asintió. El auto rugió cuando empezó a moverse y el sonido de las ruedas chocando contra el pavimento se perdió mientras Julio se alejaba. Manuel tiritaba un poco, nervioso por tener que convivir nuevamente con sus compañeros de equipo y un poquito asustado de Antonio y su vago concepto de la proximidad y del metro cuadrado. Pero por alguna razón, Manuel tenía alguna clase de esperanza en poder convivir normalmente en el equipo.

Hubiera entrado dando saltitos de no ser porque aún sabía lo que era la vergüenza.

Lo primero que hizo cuando entró al centro fue saludar a algunos de sus compañeros levantando la mano y sonriendo tenuemente. Era una costumbre que Manuel estaba intentando implementar en sí mismo. Miguel se lo había dicho (tienes que ser más amable), y él realmente lo estaba intentando.

Between |ARGCHI|Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz