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Manuel no es una persona de piel ni mucho menos. A Manuel el contacto físico lo ahoga y le encierra. Lo hace sentir como cuando tenía siete años y una ola gigante lo llevó, asustando a su mamá de manera increíble.

Manuel expresa su amor de maneras distintas y difíciles de entender para la gente que apenas lo conoce. Sus compañeros de clase siempre le decían a Miguel que Manuel no le convenía como mejor amigo al ser tan frío y desagradable. Hermético. Pero la verdad era que todo lo que veían sus compañeros era al Manuel con el entrecejo fruncido y brazos cruzados, siempre con la boca cerrada a menos que fuera para dar una opinión increíble en clase de lenguaje o para discutir. Nunca lo vieron regalando libros a Miguel en cada Navidad, así como tampoco pudieron verlo recorriendo todas las calles de la ciudad para conseguir el gorro que quería para su cumpleaños número trece.

Siempre vieron a Manuel estoico, duro y rígido, pero nunca vieron al Manuel vulnerable de sonrisas débiles y ojos aguados que aparecía cada vez que Miguel reproducía el álbum de Los Prisioneros que Manuel le dio una tarde de viernes a los quince años. Ese Manuel pequeño y sensible que sólo Miguel y su familia conocían.

Aun así, Manuel nunca entendió como que es que Miguel nunca se cansó de su frialdad y de su mal carácter, gritando por todo y enojándose por cada pequeño detalle. Manuel se consideraba a sí mismo difícil y desagradable, duro de soportar. Pero es que Miguel era tan suave, tan dulce, tan ligero y etéreo que nunca pudo juzgar el corto temperamento de Manuel, siempre apoyándolo en todo y siendo su apoyo incondicional, incluso cuando ni su madre o Ludwig pensaban que lo iba a lograr.

—Estás aquí—Manuel recuerda haber oído minutos antes de entrar a la cancha en su debut por el teléfono—. Estás aquí, Manuel, así que haz que todo valga la pena.

Y recuerda tan claro, tan bien cómo se sintió patear esa pelota cuando entró en la cancha. Tan vivo, tan suave, tan real, como si su mera existencia estuviera destinada a ese día (y Manuel aún lo cree, la verdad. Aún si es difícil admitirlo, piensa siempre que la razón de su existencia es ese partido, es el fútbol, que si esta no fuera su vida o su sueño entonces no valdría la pena vivir).

Manuel piensa desde entonces que Miguel es una constante en su vida que no puede faltar.

El único que sólo se preocupó de ver el lado positivo a todo desde que decidió partir a Italia, el que siempre gritaba en el estadio aun cuando fuera un momento de tensión máxima ("¡Manuel! ¡Manuel, mételes la pelota por el orto!" coreaba), el que le cantaba 'Fe' de Jorge González en silencio cuando Manuel sentía que ya no daba más. El que dejó todo, puntaje casi nacional PSU y las puertas de la Universidad Católica abiertas, sólo para seguirlo a Italia y hacerle saber todos los días que era un fenómeno, que era un fenómeno bonito y apasionado.

Y Manuel nunca lo entendería. Nunca comprendería porqué alguien se quedaría junto a él por tantos momentos. No sabe con qué motivo Miguel, peruano de ojos dulces y sonrisas burlescas, lo acompañaría en cada momento de la vida. No lo merecía, no lo comprendía. Y lo quería tanto que dolía.

Manuel le debía tanto a Miguel.

Así que, incapaz de negarle algo al peruano, Manuel terminó acostado junto a él en su gran cama viendo una serie de Netflix, ignorando completamente el hecho de que los sábados salían a correr desde las nueve hasta las once. Había visto ese capítulo por la tele antes, pero le gustaba la calidez de la cama en el suave sol que llegaba por la ventana de la habitación de Miguel. Manuel estaba a punto de dormirse, con buzo y todo, pero estaba bien, porque Miguel sonreía, con medio pan en la boca y una taza de café a medio terminar en la mesita de su lado.

Between |ARGCHI|Where stories live. Discover now