11.- El corazón del laberinto

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Firence susurró pateando el suelo y moviendo la cola con inquietud:

– Su hora no está aún escrita en las estrellas... los cielos nunca han sido más claros... y sin embargo, está muriendo...

Severus esbozó una sonrisa y murmuró:

– Y pese a todo, afronto la muerte contento y gustoso. Ser tu esposo aunque brevemente ha sido un placer. Me honra enormemente haberte conocido, Harry Evans.

Con una chispa de miedo en la voz y negando vivamente con la cabeza, Evans masculló:

– ¡Y un cuerno! ¡No se te ocurra morirte ahora! ¡Mi padre te va a perseguir por toda la eternidad por dejarme solo! ¡Y mi madre te va a enviar derechito de vuelta!

Severus sonrió un poco más ante la andanada (el dolor ahora que la serpiente ya no le estaba mordiendo era sordo y más soportable) y susurró, dejando aflorar sin reservas su afecto y admiración por el valiente jovencito:

– Chiquillo majadero y sentimental... sabía perfectamente lo que hacía Harry. Y lo he hecho de buen grado. Mi testamento... estaba preparado para esta contingencia. Si quieres hacer algo por mí... vive, vive y olvídame cuanto antes y sigue adelante con los planes...

Evans le apretó la mano que ahora reposaba sobre su hombro y con determinación rebosando cual fuego de sus ojos murmuró:

– Severus... tienes que beber sangre de unicornio... por favor... por mí...

El hombre rio (una risa triste y negra como la noche porque la tentación de aferrarse a la vida, de sobrevivir fuese como fuese era muy poderosa; aún más teniendo ante sí lo que podía mantenerle vivo) y murmuró amargamente, meneando la cabeza y apretando levemente el juvenil hombro bajo sus dedos:

– ¿Y condenarme a una vida maldita, ser un monstruo como ese desgraciado? No Evans... créeme, esto es lo mejor... tienes que dejarme ir...

Con una tozudez que hubiese sido digna de la más obstinada de las más tercas mulas; Evans insistió; su cara llena de una angustiada, ardiente ferocidad, espoleada por el miedo y la desesperación, agarrando con fuerza ambas manos del hombre en las suyas.

– No, escúchame tú, Severus. No te rindas sin luchar... Si no nos hemos equivocado con nuestras suposiciones... Tienes justo al alcance de la mano lo único que quizás pueda salvarte la vida, la Piedra Filosofal.

Firence corcoveó y produjo un sonido parecido a un relincho de ira, mientras pateaba no muy disimuladamente el negro bulto del suelo que hizo un sonido húmedo y viscoso como un montón de algas putrefactas al moverse:

– El Director la trajo aquí a propósito y como cebo, el cebo perfecto para atraer a quien no tiene nada que perder y mucho que ganar por beber sangre de unicornio, el que ha estado esperando muchos años para regresar al poder, y que no está ni vivo ni muerto.

Severus vaciló infinitesimalmente y Evans se aferró a ese pequeño resquicio de duda como un pulpo, con ocho tentáculos y centenares de ventosas, suplicando sin vergüenza:

– Por favor, Severus, por favor...

– Evans...no quiero perder lo que queda de mi alma...

– ¡Yo no te pediría eso! ¿Es que no vamos a encontrar un solo unicornio dispuesto a ayudarnos en todo el bosque?

Como era más probable que nevase en el Sahara que convencer a un unicornio de donar voluntariamente su sangre, con una tenue sonrisa llena de reprimida condescendencia, Severus susurró apretando las manos de Evans entre las suyas:

– Está bien Evans. Si encuentras ese unicornio, lo haré.

Pese a que sabía que Severus creía que era imposible y solo estaba accediendo para complacerle Evans solo necesitaba que consintiese. Sonriendo entre las lágrimas que aun rodaban por sus mejillas y dándole un impulsivo estrujón, Evans murmuró una y otra vez las gracias mientras Severus le deslizaba las manos por la espalda y el pelo en un suelto abrazo.

Una Pareja ImposibleWhere stories live. Discover now