1.- Una lechuza de Gringotts

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Severus Snape estaba disfrutando enormemente del inicio de su primera semana libre de mocosos cabeza huecas, y preparando las largas órdenes de pedido para reponer el stock de ingredientes, tanto para los alumnos como para su propio uso y la elaboración de pociones para el hospital de la escuela. Con un cuidadoso manejo del importe que la escuela destinaba a esos menesteres, una férrea vigilancia y control de las existencias, además de una ardua negociación con los proveedores, lograba disponer de una amplia selección de ingredientes de excelente calidad. Quizás por las circunstancias de su infancia, Severus odiaba el desperdicio. Podía elaborar pociones para su propio beneficio, era un punto que estaba recogido dentro de su contrato; al igual que podía aceptar encargos particulares, aunque no lo hacía demasiado a menudo. El tiempo era escaso, repartido entre sus muy numerosas clases y deberes como Jefe de la Casa de Slytherin. Y por supuesto, mucho antes que dejar que se perdiesen valiosos componentes, Severus prefería utilizarlos para reabastecer el botiquín o vender en las boticas las pociones resultantes. Igualmente, ingredientes en perfecto estado, pero que por estar ya cierto tiempo abiertos, no ser completamente frescos, o cualquier otra causa no eran aptos para la experimentación o la elaboración de las más delicadas pociones para la venta o la enfermería, sí que eran perfectamente válidos para la realización del trabajo escolar de laboratorio de los primeros cursos. De hecho, la calidad de los horrendos kits de ingredientes pre-envasados que usualmente se vendían a los alumnos y principiantes era abismal y Severus había abolido radicalmente su uso nada más empezar a dar clases de Pociones. Primero por seguridad (la suya y la de los alumnos) y segundo porque era inútil intentar enseñar nada con semejante basura. Y si sus experimentos requerían algo muy concreto, siempre podía apelar a Albus, para que elevara una petición a la Junta de Gobierno para solicitar fondos adicionales. Otra cosa es que se lo concedieran... Como último recurso y para ciertos ingredientes "políticamente incorrectos"... podía comprarlos con su propio aunque magro dinero.

Revisando una vez más la estantería repleta de redomas de cristal con diminutos, globulosos ojos facetados, delicadas alas, pequeñas patas y otras partes, además de ejemplares de insectos y arácnidos enteros que estaba comprobando, anotó un par de cruces en su lista de reemplazos y pasó varios frascos con diversos tipos de relucientes escarabajos acuáticos a una cesta para llevarlos a la alacena del aula-laboratorio de Pociones. La citada cesta estaba casi llena...y la siguiente estantería contenía gusanos, orugas y larvas conservados en aguardiente, alcohol, vinagre, formol u otras soluciones preservativas. Era preferible y mucho más seguro terminar secciones enteras del trabajo, así que tomó sus dos cestas –una pequeña con ingredientes para desechar y destruir, otra más grande con elementos aprovechables- y se encaminó con presteza al aula. El aparentemente ingrato trabajo servía para calmar sus nervios y relajar la tensión de su mente, obligándole a concentrarse en la tarea entre manos.

Estaba terminando de re-envasar y etiquetar en frascos más pequeños los últimos ojos de escarabajo, cuando un búho real entró volando por la falsa ventana que el castillo había creado instantes antes junto a su puerta, posándose con un estridente chillido malhumorado y exigente en el respaldo de su silla. Severus dedicó una mirada calculadora a la magnífica ave, que le observaba con penetrantes e irritados ojos anaranjados y esta aleteó, estirando sus enormes alas de casi dos metros de envergadura y haciendo relucir el emblema dorado del saquito que llevaba prendido al cuello. Severus inclinó la cabeza en muda salutación y el ave se aquietó, sus agudos ojos siguiendo todos sus movimientos. Recogiendo con presteza pero con cuidado los utensilios sobre la mesa delante de él, enviando los frascos vacíos al fregadero y guardando todo lo demás, Severus suspiró pesadamente, rompiéndose la cabeza sobre qué asunto podía requerir que Gringotts le enviase un búho oficial certificado exprés. Secándose las manos, cogió el pesado sobre lacrado que la preciosa ave llevaba celosamente guardado y tras darle un par de vueltas entre las manos, se sentó en su silla, rompiendo los lacres; mientras el búho ululaba con aprobación en una esquina de la mesa, comiéndose de un solo bocado el -¿infortunado o tal vez afortunado?- ratón para ensayos que le había tirado.

Una Pareja ImposibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora