5.- Prince Hall

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Usando una de las chimeneas del Ministerio, Harry y Severus emergieron en una de las pocas chimeneas públicas de Hogsmeade, en las Tres Escobas; y aunque Severus sabía que la curiosidad de Harry no estaba saciada, le condujo ignorando a la clientela reunida hacia el callejón trasero del establecimiento. Un elfo (vestido con una toalla de lino a modo de toga) les esperaba con dos pegasos perfectamente embridados y ensillados y Harry acarició los suaves belfos de los animales con su mano enguantada, los ojos llenos de reverencia.

– Te dije que Prince Hall estaba a solo una cabalgada de Hogwarts y Hogsmeade...

Aun acariciando el cuello del más cercano de los animales, Harry murmuró:

– No sé si mis habilidades ecuestres serán suficientes... los ponys de las clases de hípica eran mucho más pequeños. ¡Y no volaban!

Severus le tendió una mano y murmuró:

– Demos un pequeño paseo y veamos que tal lo haces, Evans

Harry había insistido en ser llamado así. Era lo familiar, la mayoría de sus profesores lo usaban; y resultaba mucho más confortable que el formal y arcaico Harald, y no despertaba las connotaciones negativas asociadas por años a Harry a causa de sus despectivos y odiosos parientes. Severus no podía más que tratar de complacerle en tan pequeña solicitud, además eso le ayudaba a disociar al famoso personaje público "Harry Potter" del ser humano real, Evans Peverell.

Harry, aceptando la ayuda de Severus que ajustó cuidadosamente los estribos del precioso Pegaso, se acomodó en la silla, acariciando el cuello del noble bruto, que meneaba la cabeza y movía la larga y densísima cola con parsimonia. Severus subió a su propia montura, un poco más nerviosa, y abrió la marcha, ignorando las miradas y murmullos de los vecinos y curiosos congregados en las inmediaciones. Las guarniciones, las mantas y las monturas de los animales llevaban el emblema familiar grabado, y eso solo había atraído una gran curiosidad.

El camino principal les llevó a la estación de tren, y desde ahí, por un sendero, descendieron hasta la orilla del lago, mientras Severus explicaba que los alumnos de 1º hacían el mismo recorrido a pie, y después en las pequeñas barquillas que estaban amarradas en el embarcadero hasta el castillo. Tras asegurarle que estaba bien, Harry aceptó sobrevolar el lago, prometiendo avisar de inmediato si necesitaba volver a aterrizar. Con el hechizo de seguridad activado en las monturas, era imposible que ninguno de los dos se cayese, y tras una breve galopada y un enorme brinco los pegasos despegaron. Tras unos segundos de sobresalto, Harry rio; el pelo al viento; dejándose llevar por el vértigo mientras Severus daba una lenta vuelta en torno a él, asegurándose de que todo iba bien. Las mejillas sonrojadas y los ojos llenos de luz, Harry azuzó a su montura, gritando exhilarado para ponerse a la par con Severus. El vuelo casi a ras de agua fue magnífico. Y la primera visión de Hogwarts, espectacular.

Con mayor confianza, Harry aceleró del lento trote a un más animado galope cuando Severus anunció que tenían que cruzar a la otra orilla y pronto ambos iban a toda velocidad, levantando ocasionales surtidores de agua; los pegasos batiendo las alas con furor al ritmo de sus largos trancos, los ollares dilatados con el esfuerzo de su respiración. Tras sobrevolar el calmado Lago Negro y las cada vez más empinadas colinas y montes adyacentes, los pegasos entraron a un estrecho y escondido desfiladero, siguiendo el cauce de uno de los riachuelos. Tras volar entre cada vez más altas paredes de piedra, salieron a un valle rodeado de altas montañas cubiertas de bosques, con extensos prados ondulados entre ellas. Casi en el centro del mismo, sobre una colina más elevada que el resto, un castillo.

Rodeado por tres murallas concéntricas que seguían la forma de la colina, la primera con un ancho foso lleno de agua verdosa, la segunda adornada por pequeñas torretas equidistantes y con la base protegida por inclinadas hileras de enormes estacas erizadas de púas metálicas y afiladas. La tercera, la más interna y alta, tenía un foso seco forrado de enormes piedras con un perfil entre una L y una V tendida, al que se podía bajar, pero no subir al otro lado, ya que la pared era vertical. El castillo estaba casi en el centro del espacio protegido por las murallas, y sus torres de piedra se erguían hacia el cielo, solemnes y poderosas. Cuatro calles parecían cruzarse entre sí, formando una ancha plaza cuadrangular en uno de cuyos laterales se encontraba el castillo. Frente a él, una basílica romano de orden compuesto que alojaba sin duda alguna clase de mercado u otro espacio público. Otros pequeños edificios se distribuían a lo largo de las calles empedradas, con amplios jardines y huertos detrás de ellos, pasajes y callejas.

Una Pareja ImposibleWhere stories live. Discover now