CAPÍTULO: 49

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LOLA

La tela blanca de mi vestido acaricia con sutileza la piel de mis muslos, dejando expuesta la de mis brazos y espalda, dándole la luz necesaria al tatuaje que atraviesa mi columna vertebral. Las fases de la luna, la misma a la que mi madre le baila ahora cada noche.

Me acompaña mi fiel rojo carmín sobre los labios, llenándome de la seguridad que su reflejo en el espejo y su tacto aterciopelado me aportan.

Mientras el señor Collins, enfundado en su antiguo y robusto traje de color marrón chocolate, termina de relamer las últimas gotas de su café solo ahogado en generosas gotas de Jameson, termino de acomodar mi cabello con los dedos en el espejo próximo a los lavabos de la cafetería.

—¿Estás lista?

La voz de Lukás, acompañado por Abril, hace que gire mi cuerpo en su dirección, abrochando a la vez el cierre de uno de mis pendientes en forma de aro con perlitas blanquecinas. Los mechones rubios del joven, reclinado sobre el marco de la puerta de madera, caen despeinados hasta morir sobre sus hombros, cubiertos por una camisa color verde menta que combina a la perfección con sus pantalones ajustados, desgastados, de color negro. Permanece inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho, disfrutando como espectador del intenso abrazo que mi amiga no tarda en ofrecerme.

Ojalá fuese eterno.

El abrazo de Abril también.

—Todo va a salir bien— me susurra la dulce y emocionada voz de Abril cerca de mi oído. Me percato de que, un poco de tacón en sus zapatos cerrados, realza su estatura cuando rodeo su cintura entre mis brazos. Normalmente, Abril es la más pequeña en estatura de las tres y, hoy, le quedan pocos centímetros para alcanzarme.

Luce realmente bonita, aunque eso, no es algo que me sorprenda. Dentro de su propio estilo, Abril sabe sacarse partido, a pesar de su incredulidad al respecto. Su infinito cabello dorado desciende hecho tirabuzones sobre su espalda. Viste con unos pantalones acampanados de color azul cielo que se ciñen a su cintura, marcando la forma sutil de sus caderas, por encima de una blusa amarillo pastel abotonada, de cuello en forma de pico. Ha resaltado su mirada con un poco de rímel que alarga sus pestañas, tal y como siempre le recomendamos Gala y yo, pues está impresionante.

Uniendo nuestras manos, dándome un último apretón, Abril muestra una tierna sonrisa, salpicada inevitablemente por el dolor que la acongoja y la extrañeza de no volver a ver a la mujer con el pelo de fuego. Nunca más.

Una fuerte punzada atraviesa el lado izquierdo de mi pecho, lamentándome por ello. Por ser conocedora de la verdad más devastadora en mi vida.

Por el mismo motivo, hoy me he vestido con el color blanco. El color de la pureza, de los comienzos, de la luz. La luz de mi madre.

Lleno por completo de aire mis pulmones y deslizo mis pies, acortando la distancia que me separa de Lukás. Con la mano derecha, retiro con delicadeza las oscuras gafas de sol que ocultan su mirada y acuno su mejilla en ella mientras él se deja acariciar. El joven mantiene sus ojos cerrados, diría que incluso sus hombros se tensan al retirar por completo su complemento de color negro. Sé que le cuesta, tiene miedo a que le vuelvan a mirar, a lo que yo pueda pensar. Si, por un segundo, tuviese el poder de prestarle mis ojos por un instante, lo haría. Así él podría verse tal y como yo le veo. Natural. Humano.

Con las yemas de los dedos, perfilo el perímetro de sus pestañas y delineo la cuenca de sus ojos. Es ese gesto el que le invita a abrirlos, despacio, dotando de vida al hipnotizante castaño de su iris y al negro brillante de sus pupilas.

Sus brazos rodeando mi cuerpo, cayendo inconsciente sobre el frío suelo de aquella habitación de hospital. Su calor al despertar de mis pesadillas. La música de The Beatles inundando mi habitación. Ese lienzo aún por terminar. Las fotografías que guardo en mi cámara, todavía por revelar. La idea de dejarlo todo atrás y marcharme con él a Viena.

OXITOCINA (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora