CAPÍTULO: 22

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LUKÁS

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LUKÁS

Su aroma a cítricos me embriaga durante todo el trayecto. De la misma forma en la que lo hace la descarga eléctrica que me produce el tacto suave de su mano sobre la mía, unidas desde el primer rugir del motor al arrancar. De forma inexplicablemente inconsciente, pero que ha resultado tan necesaria.

Lola es así. Una revolución que te atormenta por dentro de la forma más mágica e intensamente bella que he podido experimentar. Una revolución necesaria, fundamental. Ella era la revolución. Un cortocircuito en completo equilibrio.

No puedo reprimirme en dibujar, con la yema mi dedo pulgar, pequeños círculos sobre la piel del dorso de su mano. Percibo como su cuerpo se tensa ante mi gesto, lo que me hace estrechar con más fuerza sus dedos entrelazados con los míos. Seguro que está preciosa, con ese color en los labios que tanto me gusta y ese rubor natural de sus mejillas.

-¿Estás nerviosa?

-Un poco -contesta en voz baja-. No me has dado ni una sola pista de a dónde me piensas llevar.

-Me gusta mantener el misterio -sonrío-. Pero, confía en mí.

Sus suspiros se pierden en el ambiente, dejando una estela de recuerdos que impactan contra mí, sin piedad. Tengo que ganarme su confianza de nuevo, no puedo fallarle otra vez. No puedo permitir que mis pensamientos lo arruinen todo, destruyéndolo a su paso, como ocurre con todo lo que me importa.

No tengo otra opción. Tengo que guardar en lo más profundo de mi mente todas esas fantasías, suposiciones y sentimientos que llevo dibujando cada noche en mi cama de Viena. Cada vez que me despierto. No es justo, no para Lola.

-Pasajeros -anuncia Samuel forzando su voz, como recién salida por una megafonía-. Aquí termina su viaje. Que disfruten.

Escucho como Lola le da las gracias a Samuel y se desprende de nuestro agarre para poder salir al exterior con facilidad.

-Gracias, tío -le agradezco chocando nuestras manos como forma de despedida.

-No me des las gracias. Avísame cuando quieras que pase a recogeros, si os hace falta.

Una vez fuera, despliego mi bastón y echamos a andar hacia un peculiar lugar. Un hotel abandonado desde hace más de diez años. Lola y yo solíamos acudir allí, a su azotea, en verano. Es un lugar tranquilo y a ella le encantaba traer su cámara de fotos para lanzar instantáneas por doquier, con esa agilidad que desprende, resultando incluso sencillo cuando le ves hacerlo. Cuando le observas disfrutar, evadirse. Nuestro destino es aquella azotea tan nuestra en su momento.

-No puede ser -exclama ella, sorprendida, deteniéndose frente al enorme edificio antiguo a las afueras de la ciudad, aislado del mundanal barullo-. ¿Esta es la sorpresa? ¿El hotel abandonado?

-No suenas muy emocionada.

-¡No! ¡Me gusta! Es solo que, ¿y si nos ve alguien?

Su pregunta se pierde en el aire mientras rodeamos la construcción hasta toparnos con una robusta y oxidada puerta metálica. Es una de las salidas de emergencia que da acceso al interior. Dimos con ella un anochecer donde contemplamos las estrellas desde la parte exterior de la última planta. Alguien tuvo que forzarla en el pasado y aprovechamos esa pequeña ventaja desconocida hasta el momento para hacer de aquel hotel, nuestro pequeño refugio.

OXITOCINA (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora