CAPÍTULO: 24

225 49 171
                                    

LOLA

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

LOLA

Es una sensación extraña. Eso de hacer lo que no te puedes permitir y sentirte libre porque lo has hecho. Como ese cosquilleo que sientes cuando te tomas tu primer café con hielo a mitad del mes de mayo, sabiendo que a junio no le resulta de su agrado verte disfrutar de su calor robado con antelación. Lukás es ese hormigueo, la adicción que te genera el romper con lo establecido y querer más. Nuestra relación se ha convertido en aquello que te hace abrir los ojos y conocer lo que hay más allá de las normas rígidas, los despertadores y las largas jornadas de trabajo que parecen no terminar nunca. Lukás, en silencio, pasó a ocupar ese puesto hace dos veranos, mientras yo había escogido vivir en la ignorancia, obviando la realidad. Haciéndome creer a mí misma que no estaba enganchada a las mariposas que revolotean en mi estómago cuando le tengo cerca.

Nuestra conexión es especial y hoy los dos hemos podido sentir el poder que eso arrastra. Para lo bueno y para lo malo.

Siendo sincera, no cambiaría para nada todo lo vivido en aquella vieja azotea. Rechazaría el hipotético deseo de volver al pasado y cambiarlo. Rebobinar solo valdría para seguir viviendo una mentira constante, una y otra vez. En una ilusión. En resumidas cuentas, auto convencerme de que ese muchacho de cabello rubio no ha vuelto a despertar lo que en su día creí dormido. Y es que, por mucho que pueda dolerme, Lukás nunca se ha ido. Ha permanecido oculto entre mis paredes durante meses, sin ni siquiera yo saberlo. Ha estado presente en cada una de mis madrugadas repletas de desvelos, cogiéndome de la mano, a pesar de los miles de kilómetros que nos distanciaban. Ha seguido creyendo en mí, a pesar de mis intentos por borrarlo del mapa de mi cabeza.

Una parte de mí se fue a Viena con él hace dos años y, hoy, he podido reencontrarme con ella, pactando una tregua con nombre propio y sabor a música y literatura.

Camino por las calles vacías, siendo supervisada por una infinita manta oscura llena de diminutas estrellas, cuyo brillo se intuye entre la contaminación. No estoy enfadada con él. No tiene sentido estarlo, al contrario. Me siento feliz, completa, eterna. Algo que solo experimento durante mis minutos con él. En cambio, necesito pensar. Ese es el motivo por el cual no le he dejado acompañarme hasta casa. Siento que debo de poner en orden todos y cada uno de mis pensamientos. Por lo menos, el tiempo suficiente hasta la llegada de un nuevo huracán que destroce cada una de mis teorías. Guardar cierto orden dentro de un inminente caos. Si cierro los ojos, incluso puedo escuchar la voz de Nicolás reprochándome, como tantas veces lo ha hecho, que pienso demasiado las cosas, que no me vendría nada mal ser más impulsiva de vez en cuando. Yo siempre lo niego. Creo que eso no va conmigo, nunca lo ha hecho, no sé cómo se siente esa descarga de adrenalina cuando haces tú maleta y te marchas, sin un destino, con lo necesario para sobrevivir al futuro. No sé que es vivir siempre en la cuerda floja, esperando ese empujón idóneo que te haga precipitarte, sin importar lo que te encuentres cuando llegues al suelo. O, tal vez, existan las personan que nunca lo pisen.

La vida es un salto al vacío y nosotros estamos hechos para volar.

Solo ocurrió una vez en mi vida. Lukás fue mi grito de aliento para cerrar los ojos y lanzarme a vivir. Y hoy, después de meses buscando aquello que me exprima por dentro, ha sido el día que más cerca he estado de sentir de nuevo esa señal que me haga saltar.

OXITOCINA (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora