CAPÍTULO: 69

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LUKÁS

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LUKÁS

No puedo creerlo. No puedo creer que parte de la editorial, de mis compañeros de trabajo, hayan tenido sobre sus manos el manuscrito de mi novela. Manuscrito que, por cierto y es un dato necesariamente relevante, no está corregido. Ni siquiera he chequeado los márgenes, las sangrías de las páginas, nada. No puedo creer que mi padre haya sido la persona que me ha sacado a empujones del cementerio, alentándome. No puedo creer que Lola enviase todas aquellas páginas, sin hacerme ni siquiera mención de sus intenciones. No puedo creer que, por mucho que me apetezca tomar un sorbo de mi humeante café, no sea capaz porque Anna Steiner está leyendo los últimos párrafos de Oxitocina, sentada frente a mí.

Percibo una vibración en mi reloj de muñeca, anunciándome un nuevo mensaje. Estoy tan nervioso que el nombre del remitente se difumina en mis oídos en el momento en el que mi compañera de trabajo, hasta la fecha al menos, comienza a hablar.

—¿Hace mucho tiempo que estás trabajando en esta novela, Lukás?

Puedo hacer dos interpretaciones libres sobre hacia qué dirección quiere tomar su pregunta. Primera opción, Oxitocina tiene reservado el primer puesto en el pódium de los nuevos best-sellers. O, segunda opción, la novela no sirve ni para hacer aviones de papel y lanzarlos por la ventana.

Me permito tomar mi ansiado trago de café caliente antes de contestar, sintiendo como me abrasa la garganta a su paso.

—Empecé a escribirla hace algo menos de un año, no recuerdo exactamente...

—Es buenísima.

Como si alguien me hubiese asustado por la espalda, parte del contenido de mi taza se derrama encima de mi pantalón sonsacándome un insulto en mi idioma natal. Hasta yo me sorprendo al oírme hablar pero es que, vamos a ponernos serios. ¿La cámara oculta dónde la han puesto?

—¿Quiere que le traiga una nueva bebida, señor?

La voz de un joven camarero entra en escena quien, percatándose de la presencia de mi bastón color verde junto a mi silla, me coloca una servilleta suave sobe la mano para que pueda limpiarme la prenda.

—Estoy bien, muchas gracias ¾con la mano temblorosa, le devuelvo la servilleta que me ha prestado.

Anna, en cambio, mantiene su aura de profesionalidad y compostura, la cual se percibe en el tono de sus palabras.

—Entiendo que una situación así logre ponerte nervioso, Lukás, y aún más cuando tenías un trabajo así bajo la manga.

—Anna —le llamo, esperando que el timbre de mi voz no me delante y alcance la mitad de su saber estar, con eso me conformo—, creo que todo esto se trata de un mal entendido. Ni si quiera fui yo quien envió en manuscrito a la editorial.

—¿Cómo dices?

Suspiro, retirándome con ambas manos un par de mechones rebeldes del rostro.

OXITOCINA (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora