CAPÍTULO: 8

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LOLA

Como todos los domingos por la mañana, me levanto temprano para prepararle a mi madre su desayuno favorito. Una taza de café largo con una nube de leche, zumo de naranja natural y dos crepes de avena, una de ella salada con jamón york y queso, y otra dulce, de chocolate y fruta cortada. Al igual que todas las mañanas, antes de irme a trabajar, le llevo el desayuno a la cama. La mayoría de las veces todavía duerme cuando yo entro a su habitación y dejo la bandeja sobre su mesilla de noche. Excepto los domingos. Cada último día de la semana, mi madre me espera sentada sobre su mullida cama, con el cabello despeinado, pequeñas marcas de las sábanas en su frente y la sonrisa más bonita que he visto nunca.

—¿Qué tal ayer con tus amigos?— me pregunta tras catar la crepe dulce y relamerse los labios—. ¿Lo pasasteis bien? No te he oído llegar a casa.

Sintiendo una punzada en mi estómago, asiento con la cabeza, cabizbaja. No he podido pegar ojo en toda la noche. Pensando en Lukás, en aquella fotografía, en los labios de aquel desconocido sobre mi piel, el sabor del vodka subiendo por mi garganta. Solo pensarlo me producían nauseas. En qué estaría pesando.

—Lola, cariño— me llama con voz dulce, aterciopelada. Posa un par de dedos debajo de mi barbilla y me levanta el rostro, haciendo que mis ojos se encuentren con los suyos, siempre compasivos, atenta y dispuesta a escucharme. Es mi madre, a ella no podía mentirle.

—No he pasado unos días muy buenos, no duermo bien y la cafetería cada vez atrae a más clientela. Pero estoy feliz, aunque eso implique más trabajo. Puede que solo necesite descansar un poco.

Mi madre me contempla incrédula, tomando un trago de su humeante taza de café mientras espera a que me decida por contarle la auténtica verdad. Resoplo ante mi batalla perdida.

—Creí que dejarme llevar, sin pensar en nada más que en disfrutar con mis amigos, iba a ser la solución. Evadirme. Pero no puedo— trago saliva con dificultad—. Tengo tantísimas cosas ocupando espacio en mi cabeza que hay noches hasta en las que me cuesta desconectar, no pensar en nada.

América acaricia mi mejilla con la palma de su mano, con extrema calidez.

—¿Sabes una cosa? Nunca terminaste hablándome de aquel chico. Una madre tiene intriga por esas cosas.

—¿A qué viene eso ahora?

Eso es cierto. A pesar de coincidir esporádicamente en la cafetería, cuando mi madre aún podía bajar a echarnos una mano a Nicolás y a mí, nunca le hablé de Lukás. Y es que ni siquiera estaba segura de qué contarle, de conocerle como creía que lo hacía. Tengo la sensación de que solo puedo aferrarme a todo lo que me provoca, lo que vivimos juntos.

—A que tengo la sensación de que una parte de mi hija se quedó atrapada en el verano de hace dos años.

¿Y si eso es verdad? ¿Y si nunca recupero esa parte de mi? O, lo que todavía es peor, ¿y si no me reconozco? Creo que la cabeza me va a terminar explotando. Ansiosa y, tomando desprevenida a mi madre, me abalanzo sobre su crepe de jamón y queso y la devoro con ganas, dejando a penas la mitad sobre la bandeja.

OXITOCINA (EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora