18. La bicicleta

25 9 0
                                    

Días grises.

Así definiría los días que le siguieron al funeral de Diego, todo es tan difícil para Carla que no ha salido desde que llegó a su casa, he intentado de todo para tratar de distraerla, pero nada surte efecto.

La he invitado a la playa por las tardes, pero se rehúsa a salir.

Sé que hay ocasiones en las que solo queremos encerrarnos en nuestros problemas, pero no podemos quedarnos ahí para siempre, tenemos que levantarnos y enfrentar la realidad por difícil que parezca.

Emanuel por otra parte se ha estado quedando en mi casa, hacemos las cosas juntos, y cabe mencionar que es de gran ayuda, no sabía que cocinaba tan exquisito, y tampoco sabía que era tan bueno como psicólogo, últimamente cada que mi alma desmayaba él estaba ahí para darme su apoyo, de vez en cuando vamos donde Carla para tratar de aliviarla.

—Elena, debo decirte algo. —Su voz me toma por sorpresa.

Le doy un sorbo a mi café con leche. —Por supuesto, ¿ocurre algo?

Emanuel se sienta en la parte opuesta de la mesa. —Hoy hablé con alguien. —Bosteza como oso. —Alguien que quiere conocerte.

—¿De quién se trata cariño? —Coloco mi taza sobre la mesa.

Hemos comenzado a utilizar algunos apodos amorosos, me resultó extraño al principio, pero luego las palabras comenzaron a salir de forma natural.

—Keyla. —Anuncia sonriendo.

En un movimiento torpe llevo mis manos hacia mi boca empujando sin querer la taza de vidrio. —Oh por Dios. —Grito. —¿De verdad?

—Mis abuelos decidieron pasar sus vacaciones en Cancún y quieren aprovechar la ocasión para conocerte.

Me levanto para limpiar el tiradero que hice. —Muero por conocerla ¿cuándo la veremos?

—Deja limpio yo. —Emanuel toma una manta y limpia la mesa con delicadeza. —Podría ser esta misma tarde, si estás de acuerdo.

—Claro que sí. —Proclamo con una amplia sonrisa. —Emanuel. ¿Podrías preparar el desayuno? Por favor. —Hago un puchero.

—Por ti, lo que sea. —Besa mis labios.

Salgo dando pequeños saltos hacía el baño como una nena de cinco años.

Probablemente me vea muy infantil haciendo esto, pero qué más da.

Me frustro cuando llega el momento de ponerme la ropa, caigo en cuenta de que si conozco a Keyla también voy a conocer a los abuelos de Emanuel, obvio.

¿Qué debería usar? No puedo usar mis Short favoritos porque la abuela me verá de mal gusto.

Lo único decente que tengo es un vestido verde que cae bajo mis rodillas, no es el último grito de la moda, más bien es el último grito del terror.

Realmente es espantoso, pero es lo único que tengo para dar una buena impresión.

Me observa de pies a cabeza. —¿Pero qué rayos traes puesto? —Emanuel me desaprueba con la mirada.

—Es un vestido, tontito. —Bromeo.

—Pues parece más la cortina del teatro. —Expone tosco.

—Eres un grosero acaso no notas que solo quiero verme bien para tu abuela. —Replico comenzando a enojarme.

—Puede que mi abuela esté anciana, pero si te ve con eso. —Señala con disgusto mi atuendo. —Lo único que le provocaras serán risas.

—Ay, pero que pesado eres te probaré que le gustará.

Amor Fugaz ✓Where stories live. Discover now