Capítulo trece

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Lamentablemente, ya había pasado un mes con exactamente cinco días desde que lo había visto. Desde aquel día, trataba de ir a esa cafetería constantemente, pero no a la misma hora, ya que algunas veces iba al colegio y a veces no.

Como siempre, el desayuno con mi madre era un maldito dolor de estómago. La molestia que sentía por todos los gritos y regaños que me aventaba, me revolvían el estómago de manera incontrolable.

— ¡Ni siquiera me estás poniendo atención! ¿Lo ves? Me tienes harta —reprimió contra mí.

Estos últimos quince minutos me he quedado callada. Hoy desperté pensando en que hoy yo no sería la que discutiese con mi madre, sería la excepción a toda esta rutina de porquería.

—Con esto de tu maldita ceguera he dejado mi rutina normal. Ya no puedo trabajar como antes, ya no puedo regresar a casa a la hora que sea, ya no puedo hacer nada como lo hacía antes —carraspeó su garganta, tal vez quería más de mi atención—. Y lo peor de todo, es que siento que me estás ignorando. Es como si le estuviese hablando a una estúpida pared. Anda, Vanessa, da señales de que aún respiras. Da señales de que por lo menos me estás poniendo atención.

—Ajá —respondí pacífica y desinteresadamente.

— ¿Ajá? ¿Cómo que “Ajá”? ¿Acaso no sabes decir algo más que eso? Tú y tus estúpidas respuestas cortas. ¿Acaso no puedes decir oraciones completas? ¿”Sí, mamá” o “No, mamá”?

Asentí con la cabeza. Tenía la grandísima suerte de no verle la cara y mucho menos los ojos. Si no estuviese como ahora, me diría la típica frase: “Mírame a los ojos”. Estar ciega tenía sus ventajas, no podía negarlo.

— ¡Eres igual que tu padre! Siempre quieren que les presten atención, pero cuando yo quiero que me presten atención jamás lo hacen. Deberías de irte con tu padre, seguramente los dos se entenderán perfecto. Tu padre es una maldita basura.

Tres, dos, uno. Resistía que me insultara y me dijera todo lo que quisiese, pero mi padre no tenía nada que ver con esto, y realmente no tenía derecho de decirle basura.

Estábamos en el comedor desayunando, hoy era su día de descanso. Según ella, pasaría tiempo conmigo. Supongo que su definición de pasar tiempo conmigo, era seguir los regaños que en la mañana no podía terminar.

—Mi padre no es una basura, mamá —defendí.

—Sí, sí lo es. En cuanto a ti, te estás volviendo igual o peor que él.

Volví a quedarme callada. Así era, siempre me tragaba las palabras que quería decir junto con los sentimientos que en ese momento me gobernaban.

—No te quedes callada, Vanessa. Sé que quieres gritarme, que quieres decirme todo lo que tu mente ahora lo hace silenciosamente. Eres débil, débil como para expresar lo que realmente sientes y piensas.

Me levanté furiosa del comedor, caminé aun escuchando los gritos de mi madre diciéndome que volviera a ella; pero eso era lo que menos haría en estos momentos.

Salí de la casa dando un portazo, realmente tenía que salir de aquella casa o me volvería loca como mi madre. Me puse los lentes de sol y alargué el bastón con el que sobrevivía afuera de casa.

Correr para mí no era una opción, sólo tendría como consecuencia un accidente y muchos pies ajenos pisados y golpeados, así que caminé lo más rápido y cuidadoso posible con no hacerme nudos con mis propios pies.

No sabía exactamente a dónde iba, sólo sabía que aún seguía cerca del colegio y a unos cuantos pasos de la cafetería. De hecho, siempre contaba los pasos cuando Luke me acompañaba a un lado, y uno de ellos era el colegio. Una larga historia, pero después podré contárselas.

Blindness || a. i.Where stories live. Discover now