Confesión.

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POV BEATRIZ

Lo único que eché de menos esa mañana al abrir los ojos, fue a Niko. Lo tenía todo. En aquella cama de matrimonio con las sábanas blancas, estaba mi hija a la derecha y mi novia a la izquierda. Por un momento todo había desaparecido; las terapias, los miedos, la ansiedad, los colapsos emocionales... Todo se había quedado fuera de esa habitación. Mi cuerpo y mi mente estaban en calma y en paz; y puedo asegurar que era una sensación que, si había tenido antes, no lo recordaba.

La mano de Lucía en mi vientre me hizo girar ligeramente la cabeza para mirarla. Estaba despierta, sin moverse ni un milímetro para no despertarnos a ninguna de las dos; pero en cuanto me vio, su hermosa sonrisa, esa que había echado tanto de menos, se dibujó en su rostro.

—Hola.

—Buenos días —susurró dándome un beso—. ¿Cómo estás?

—Bien —respondí moviéndome un poco—. Ahora mismo estoy muy bien, ¿tú?

—Como una reina.

Coloqué mi mano sobre la suya y centré mi atención en ese punto, en nuestras manos otra vez unidas; juntas, como nosotras. No quería volver a perderla, quería estar con Lucía toda mi vida; y para ello, lucharía como lo estaba haciendo por mi hija. Me costara lo que me costara, no volvería a ser tan tonta de cometer el mismo error.

Porque ahí estaba ella después de todo, a mi lado, acariciándome.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro.

—¿Qué le has dicho a Inés que soy yo? —La miré—. Quiero decir, ¿qué cree que soy yo de ti?

—No lo sé, no he hablado con ella, ¿por qué?

—Porque lo he estado pensando. Vamos a ser una familia de alguna manera y sé que ya tiene dos padres, pero tampoco quiero que me vea como una amiga de su madre... ¿Me explico?

—Sí, ¿qué te gustaría que le dijera que eres?

—Tu pareja, simplemente. Para que entienda que no soy solo una amiga, que quiero estar ahí para lo que ella necesite.

Sonreí cerrando los ojos. A veces dudaba de estar despierta de vedad, de que eso estuviera ocurriendo.

—¿De qué te ríes?

—Vamos a ser muy afortunadas de tenerte —dije viendo como sonreía—. Hablaré con Inés. Ya verás cómo acabarás siendo como una madre para ella.

—Nada me haría más feliz —susurré dándome otro beso—. Te veo bien.

—Me encuentro, ahora mismo, muy bien. Te tengo a ti, tengo a mi hija... Solo falta Niko para que esto sea perfecto. Te prometo que hacía años que no me sentía así.

—Me alegro mucho, Bea. —Me dio otro beso—. Voy a haceros el desayuno.

—Vale. Aquí te esperamos las dos.

Ese día nos teníamos que volver a la ciudad; y tal y como habíamos venido, lo teníamos que hacer por separado. Inés se marcharía con mis padres a las doce de la mañana y, Lucía y yo, saldríamos a las ocho de la tarde. De esa manera, aunque llegáramos demasiado tarde, nos asegurábamos que nadie nos veía juntas.

Me levanté de la cama para subir ligeramente la persiana, era la hora de despertar a Inés para empezar a guardar la ropa en la maleta y que ella estuviera preparada. Me senté a su lado, acariciando su mejilla y esperando a que se despertara. Aunque no quería despertarla, haciéndole eso, lo haría.

Mi hija estaba frente a mis ojos, a menos de cien metros y con mi mano en su mejilla. Enseguida mi mente representó la misma imagen, pero no había una caricia; sino un golpe seco y rotundo. El ojo de Inés hinchado y su labio, lleno de sangre.

Después de ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora