Diego.

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POV BEATRIZ

La manera en la que le temblaba el pecho a Lucía cuando hablaba, conseguía que mi corazón se calmara. Aunque toda su persona por lo general, tenía esa facilidad para hacerme sentir tranquila.

El día había empezado muy raro, primero por el hecho de no haber dormido nada, por haber entrado como una loca a casa de Lucía, por el pequeño conflicto de opiniones que habíamos tenido; pero todo ello arreglado gracias a ella. Y tal cual iba el día, tal cual iban mis emociones. Era una montaña rusa, y sería un día complicado.

Acabábamos de llegar a una cafetería donde no había estado en mi vida. Tenía banderas verdes por todos lados, y un ambiente algo tétrico. Parecía una cervecería irlandesa; aunque tampoco estaba del todo segura. Y si estábamos ahí no era por gusto.

El ambiente dentro estaba tranquilo, apenas había dos o tres hombres, con barbas casi tan grandes como mi novia entera. De pronto vi a Diego salir del fondo abruptamente, un vaso de agua impacto en la pared que había justo tras él porque con una agilidad asombrosa, lo pudo esquivar. Lucía me miró, pero las dos teníamos la misma cara de sorpresa. Una mujer morena, sacada de la última pasarela de moteras salió por la misma puerta que lo había hecho Diego. Le recriminó algo mientras le apuntaba en el pecho con su dedo índice, él pareció disculparse, pero se ganó una bofetada que nos dolió a ambas. La mujer dio media vuelta y entró nuevamente en la sala pero a él le cerró la puerta en las narices. Diego dio un puñetazo en la pared; y después ocurrió.

Sus cejas se elevaron, pero en cuanto recuperó el sentido, sonrió. Seguía exactamente igual, con sus bíceps marcados, usando las camisetas de tirantes para que se le marcara todo y que el mundo entero admirase su cuerpo esculpido por los mismísimos dioses del Olimpo. Esta vez, un tribal adornaba su hombro derecho hasta el codo, afeitado y con una melena larga recogida en una pequeña coleta.

—Bella Bea. —Sonrió al acercarse.

—Hola, Diego. Veo que sigues... —Señalé la habitación donde se había metido la mujer—. Igual.

—Problemillas de pareja, ya sabes. —Miró a mi novia de arriba a abajo—. ¿Queréis tomar algo?

—Te diría que un cortado, pero creo que no servís cafés.

—Puedo servirlo. —Sonrió—. Pero os voy a poner dos negras.

Nos sentamos en la barra. Lucía no dejaba de mirar el lugar, inspeccionaba a Diego e incluso las dos cervezas que nos sirvieron.

—¿Cómo acabaste aquí?

—Unos problemillas legales —contestó apoyándose en la barra—. No creo que vaya a dar clases, la verdad.

—¿Eras profesor? —preguntó Lucía.

—Sí. —Asintió Diego—. ¿Y este bellezón quién es?

—Es... —La miré—. Lucía, una amiga, completamente fuera de tu alcance.

Sé que mi novia me miró, pero conocía a Diego lo suficiente como para saber que lo mejor era no tener nada atado y muchísimo menos con una mujer. Si quería un favor de su parte, estar soltera era lo mejor.

—Necesito hablar contigo, Diego.

—Ya me parecía que tu visita no era pura cortesía. —Sonrió colgándose un trapo en la cintura de su pantalón—. ¿Qué necesitas, Bea?

—En privado.

Asintió algo confundido, pero nos pidió esperar. Diego salió de la barra en dirección a la habitación donde la mujer, su novia deduje, había entrado.

Después de ti.Where stories live. Discover now