lxxi. aberforth dumbledore

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—¡Tendremos que desaparecernos! —susurró Hermione.

Se apagaron todas las luces del entorno, incluso las estrellas, y en medio de la oscuridad impenetrable el muchacho notó cómo Hermione lo agarraba por el brazo y tomó la mano de Cassie con fuerza.

Era como si el aire que los envolvía, y en el que tenían que moverse, se hubiera solidificado: no podían desaparecerse; los mortífagos se habían esmerado con sus encantamientos. Los cuatro retrocedieron un poco más por el callejón, andando a tientas y procurando no hacer ruido. Entonces vieron llegar una decena de dementores por la esquina; se deslizaban en silencio, ataviados con sus negras capas y dejando ver las manos podridas y cubiertas de costras; las siluetas sólo eran visibles gracias a que su oscuridad era más densa que la del entorno.

Harry alzó su varita: no permitiría... no estaba dispuesto a sufrir el beso del dementor, y no le importaba lo que pudiera pasar después. Pensó en sus amigos y Cassie, y susurró:

—¡Expecto patronum!

El ciervo plateado salió de su varita y embistió a los dementores, que se dispersaron, y alguien soltó un grito triunfal:

—¡Es él! ¡Allí abajo, allí abajo! ¡He visto su patronus, era un ciervo!

Los dementores se habían retirado y volvieron a salir las estrellas, pero los pasos de los mortífagos cada vez se oían más cerca. Se abrió una puerta en el lado izquierdo del estrecho callejón y una áspera voz dijo:

—¡Por aquí, Potter! ¡Deprisa!

El muchacho obedeció sin vacilar y los cuatro amigos cruzaron como un rayo el umbral.

—¡Vengan arriba sin quitarse la capa! ¡Y no hagan ruido! —murmuró una figura de elevada estatura que pasó por su lado, salió a la calle y cerró de un portazo.

No tenían ni idea de dónde estaban, pero entonces distinguieron, a la parpadeante luz de una única vela, el bar mugriento y cubierto de serrín del pub Cabeza de Puerco. Corrieron por detrás de la barra, pasaron por otra puerta que conducía a una desvencijada escalera de madera y subieron tan aprisa como pudieron.

La escalera daba a una salita provista de una alfombra raída y una pequeña chimenea, sobre la que colgaba un enorme retrato al óleo de una niña rubia que contemplaba la habitación con expresión dulce y ausente.

Desde allí se oían gritos en la calle. Sin quitarse la capa invisible, los chicos se acercaron con sigilo a la sucia ventana y miraron hacia fuera.

—¡Pues sí! —le gritaba a una de las figuras encapuchadas—. ¿Pasa algo? ¡Si ustedes envían a los dementores a mi calle, yo les enviaré un patronus! ¡Ya les he dicho que no quiero verlos cerca de mi pub! ¡No pienso tolerarlo!

—¡Ése no era tu patronus! —exclamó un mortífago—. ¡Era un ciervo! ¡Era el patronus de Potter!

—¿Un ciervo? —rugió el camarero, y sacó una varita mágica—. ¡Un ciervo! ¡Idiota! ¡Expecto patronum!

Una cosa enorme y con cuernos salió de la varita del camarero, agachó la cabeza como si fuera a embestir y enfiló la calle principal hasta perderse de vista.

—Ése no es el patronus que he visto —protestó el mortífago, aunque ya no tan convencido.

—Han violado el toque de queda, ya has oído el ruido —le dijo otro mortífago al camarero—. Había alguien en la calle, contraviniendo las normas...

𝐌𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐏𝐨𝐭𝐭𝐞𝐫 ✓Where stories live. Discover now