41. Yagami Tadashi

25 4 0
                                    

Atravesó la muralla y observó maravillado el patio que antecedía al edificio principal. Faroles de piedra, de todas las formas y tamaños, arrojaban luces anaranjadas sobre los copiosos árboles, las silenciosas estatuas y los largos caminos de piedras. Flores blancas y azules resplandecían bajo el brillo de las llamas; el agradable aroma que desprendían llevaba a Haiden de regreso al palacio, al patio que su madre había procurado convertir en un santuario para aves, mariposas y visitantes enamorados.

Dos casetas habían sido construidas a ambos lados del camino principal, adornadas con enredaderas que trepaban hasta el techo y se escondían debajo de las oscuras tejas. Varios guardias vigilaban las entradas de las mismas, pero, a diferencia de los que se encontraban en el exterior, vestían kimonos grisáceos y solo portaban una espada.

Akiyama y él no eran los únicos que recorrían el sendero que conducía a la escalera. Sirvientes y más soldados caminaban con prisa hacia las casetas laterales. Cargaban cajas, bandejas y bolsas que parecían pesar casi lo mismo que ellos. Era la hora de comer, por lo que Haiden asumió que transportaban alimentos y bebida para abastecer a todo el personal.

Lo cierto era que, contrario a su pronóstico, no se sentía amenazado ahí dentro…

Muchos ojos volaban sobre ellos a medida que avanzaban, pero nadie parecía disgustado con su presencia. Los pocos que se detenían a examinarlo se asustaban cuando se cruzaban sus miradas y regresaban a sus asuntos con la cabeza agachada.

“Miedo”, esa fue la palabra que le vino a la cabeza.

No hacia él, por supuesto, pero sí hacia el general. Todos debían saber quién era Akiyama y cuál era su función; todos sabían que Haiden estaba ahí para complacer a Yagami. Era de esperarse que ninguno tuviese el coraje para opinar con relación a las preferencias del jodido asesino. A fin de cuentas, nadie quería terminar con la cara aireándose en el medio de la plaza.

Subieron la escalera sin intercambiar una palabra. Cada peldaño se hacía más difícil que el anterior. Las piernas le pesaban y el miedo a equivocarse comenzó a volverse pánico. Las ganas de correr y esconderse entre los brazos de Ryuu lo hicieron estremecerse, pero logró empujarlas fuera de su cuerpo y consiguió mantener las apariencias hasta que alcanzaron la cima.

Otro par de guardias los detuvo, pero esa vez no hizo falta que Akiyama les mostrara la insignia. Intercambiaron unas pocas palabras y se apartaron para dejarlos continuar.

Haiden dejó salir un suspiro al ver el interior del castillo.

"Impresionante, verdad?" Akiyama señaló hacia la otra escalera, la que conducía al primer piso. "Yagami debe estar arriba, pero si quieres ver el resto del castillo puedo darte un pequeño recorrido"

La verdad era que sí quería ver el resto del castillo, pero ese no era el mejor momento para hacer turismo.

"Quizás en otra ocasión" dijo.

"Siempre puedes decirle a Yagami que te lleve cuando terminen de conversar. Seguro que se alegra de tener una excusa para estirar las piernas" siguió caminando y, por puro reflejo, Haiden lo siguió.

No podía apartar la mirada de las paredes, del suelo, de los dibujos que cubrían el techo. Ese lugar se parecía demasiado a su antiguo hogar, al palacio que lo vio nacer, crecer y, contradictoriamente, morir. En ese caso, en lugar de rojo y dorado, predominaban los tonos claros. Casi todo era blanco y azul, el primero empleado para colorear las paredes y el segundo para el tatami. Pinturas rupestres y jarrones con joyas incrustadas adornaban la estancia en la que se encontraban. No había muebles, pero sí macetas con retoños de bambú que pronto rozarían el techo y exigirían salir al aire libre.

El emperadorحيث تعيش القصص. اكتشف الآن