33. El precio de las escapadas

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Daba igual lo que contara, ovejas, cabras, gatos, perros, no lograba dormir. Cada vez que se relajaba hasta el punto de dejar la mente en blanco, lo que había descubierto ese día regresaba a su cabeza y llenaba de manchas la blancura.

Desistió de intentarlo y se levantó de la cama. En medio de un bostezo, caminó hasta la ventana y se sentó en el banco acolchonado para poder mirar hacia el patio.

Como todos los días, se habían levantado al alba para asistir a las lecciones con el ruidoso profesor Fudo. Haiden se preguntaba cuantos años planeaba vivir el viejo. No le deseaba la muerte (no siempre), pero empezaba a encontrar sospechosa su longevidad. El profesor estaba prestado en ese mundo, y sin embargo, ahí seguía, atormentándolos con su bullicio y su mal humor, con su detestable sabiduría…

En fin, recibieron la lección con la misma alegría que se recibe una patada en la entrepierna y luego huyeron hacia el patio, al encuentro del déspota general de las escamas.

Yoshio Madarame era, sin duda alguna, el general preferido del emperador. Haiden lo conocía desde que tenía uso de razón, pero no por ello compartía el criterio de su padre. La primera palabra que le venía a la cabeza cuando pensaba en él era “tirano”. Sus métodos de enseñanza eran, cuando menos, abusivos. Para Yoshio descansar era tan importante como leer poesía. Las pocas veces que los dejaba hacerlo se pasaba todo el rato reprochando su falta de resistencia, llamándolos “mocosos acomodados”, en especial a Haiden. Cómo podría agradarle alguien así?

Lo cierto era que Yoshio tampoco lo veía con buenos ojos. De hecho, al único que parecía apreciar era a Ryuu. Si el emperador no se hubiese adelantado eligiendo al joven samurái como su sucesor, de seguro él lo hubiese tomado bajo su custodia. Aunque también lo criticara, bastaba verlo cuando su amigo ejecutaba a la perfección alguna técnica complicada, o cuando demostraba su fuerza y dejaba a Haiden con las nalgas pegadas al piso. El brillo en sus ojos decía más que cualquier palabra. No por ello lo halagaba (lo más probable era que no supiera lo que un halago significaba), pero sí esbozaba algo parecido a una sonrisa, cosa inusual en él.

Ese día el entrenamiento había distado en gran medida del que estaban habituados a completar. Haiden no tenía nada en contra del cambio, pero tampoco le gustaban las sorpresas. Sobre todo aquellas que incluían a personas indeseables…

Para evitar que le mordiera los muebles, le meara el suelo o destrozara las fundas de sus espadas, Yoshio había decidido traer consigo a su nueva mascota. Haiden tenía entendido que la entrada de animales al palacio estaba terminantemente prohibida, pero, por lo visto, la regla no se aplicaba para el general favorito del emperador. Por eso, cuando llegaron al patio, lo primero que vio fue la irritante cara de ese niño, o más bien sus tres metros de lengua viperina.

Como buen demente al fin, el maldito shinobi corrió hacia su Ryuu y lo atacó. Siempre hacía lo mismo, como si jugar con espadas de verdad fuese lo más normal del mundo.

Haiden demostró su superioridad al quedarse sentado mientras los dos chicos combatían. No se alteró cuando ese idiota cortó a Ryuu en el pecho, o cuando lo hizo caerse de espaldas en el suelo y golpearse la cabeza con una de las estatuas… ahora, cuando se sentó sobre él y presionó la espada contra su cuello, cuando osó pasarle su roñosa lengua por una mejilla… Haiden tuvo que hacer acopio de toda su paciencia para no prenderle fuego con un farol.

Fue una suerte que Yoshio interviniera y pateara a Jun lejos de su amigo. De no haberlo hecho, en esos momentos Haiden hubiese estado bajo un interminable castigo. Comprensible, pues asesinar a los aprendices de los generales también estaba prohibido.

Después de ese pésimo empezar, había imaginado que la práctica solo podría ir a peor. Pero no fue así. Jun no era el único aprendiz que había traído el general. Más de cinco chicos se unieron a ellos para llevar a cabo una especie de competencia. Él solo reconoció al idiota de la lengua larga y al hijo de Kazuki Mirata, el general con las garras del dragón.

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