25. Un trato

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Haiden sintió como se le achicaba el corazón. El miedo que llevaba rato empujando hacia el fondo de su pecho se abrió paso hasta el exterior y ató un nudo en su garganta, apretando con fuerza y dejándolo sin aire.

No quería que se repitiese el desastre del sendero. Yoshio no tenía hacienda para albergar a toda esa ciudad si las cosas llegaban a complicarse. No quería que Shouta, Mai, su preciosa hija, tuviesen que abandonar su hogar…

Habían sido discretos. Habían tomado todas las precauciones necesarias para que no los siguieran. Incluso habían planificado el encuentro a la hora de los cambios de turnos, según Shouta, el momento en el que menos organizados se encontraban los soldados de la carpa. Cómo los habían encontrado? Cuántas malditas estrellas se habían alineado para que esa casualidad ocurriese?

Mai tragó aire y se atrevió a levantar la vista. Tenía la cara pálida y las manos apretadas alrededor de la oscura tela del kimono, encima de sus muslos. Ella les había advertido sobre ese posible desenlace y había enfatizado acerca de las consecuencias que traería para la ciudad, para la paz que a duras penas se mantenía en pie.

"Nos da tiempo a huir?" preguntó el líder. Sus finos ojos no reflejaban emoción de ningún tipo, serenos como la montaña del clan.

"No sin levantar sospechas. Ya vieron los tres caballos y la luz en la cabaña. Dos de ellos se separaron del grupo para inspeccionar los alrededores"

Para los shinobis huir no era un problema, pero estaba claro que el líder no podía trepar árboles y esconderse entre las sombras. Si salían en ese momento los iban a terminar localizando.

Isamu asintió solemne y tomó su decisión.

"Mátenlos"

El shinobi no dudó. Se puso de pie y se giró hacia la puerta para acatar la orden de su señor.

Están todos locos en este jodido universo?

"Espera" Haiden se incorporó rápidamente y se interpuso entre el hombre y la puerta.

Su petición fue ignorada y el shinobi se dispuso a empujarlo para continuar su camino. No más levantó la mano y la dirigió hacia su hombro, la filosa espada de Ryuu voló fuera de la funda. La hoja se detuvo en el cuello del shinobi, a escasos milímetros de la negra tela que protegía su piel. El hombre desenfundo su wakizashi pero no llegó a utilizarla.

"Espera" repitió Isamu con firmeza. Esa vez sí tuvo efecto la orden. El shinobi envainó de nuevo su espada y esperó a que Ryuu retirase la katana. Cuando su cuello estuvo fuera de peligro, se volvió hacia su señor y se arrodilló con la cabeza baja. Isamu sonrió levemente. "Oigamos lo que tiene que decir el joven dragón. No nos conviene desatar la furia de su demonio"

Haiden maldijo lo mucho que le gustó escuchar el pronombre posesivo delante de la palabra demonio. Ese no era el momento para sus tontos delirios. Ya tendría tiempo para pensar en Ryuu cuando el problema se hubiese solucionado. Se enfocó en los soldados que pronto estarían sobre ellos, tragó saliva y trató de generar alguna idea medianamente decente.

Otra vez tocaba improvisar. Tenía más trabajo en ese universo que en el suyo. Nathalie hubiera empezado a cobrarle a esa gente por sus servicios de haber estado presente.

"Dile a los otros shinobis que se escondan. Los soldados no deben haberlos visto y tanta gente en el interior de la cabaña va a terminar enredando todavía más las cosas" le indicó al shinobi.

"Mi señor?" como si le hubiera hablado a la pared, el tipo lo ignoró y esperó por la orden de su santo líder.

Haiden no pudo evitar que eso lo molestara. Se sentía como un cero a la izquierda. Cuando no lo menospreciaban por su apariencia, lo hacían por su falta de experiencia. Esa vez era lógico que su orden no fuese escuchada, pero le seguía hirviendo la sangre. Cuando tocara conocer al próximo líder, iba a preparar un puñetero disfraz. Tal vez con una barba blanca y un puñado de canas en la cabeza le hiciesen caso.

El emperadorWhere stories live. Discover now