6. La grieta

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Ryuu cerró los ojos y se desplomó hacia delante.

Haiden rodeó su cuerpo con los brazos para evitar que se cayera y por un instante se quedó en shock, analizando lo que acababa de ocurrir.

El psicópata, que quizás no estaba tan loco después de todo, había perdido el conocimiento y temblaba como una hoja en mitad de un huracán. Su piel estaba extremadamente caliente, tanto que Haiden comenzó a sudar por el contacto.

"Joder, joder, joder" gritó a todo pulmón cuando la realización lo alcanzó.

Por razones diferentes, él también estaba temblando y a duras penas lograba sujetar a ese hombre sin irse hacia los costados. Las cosas que había dicho, lo que habían traído a flote...

"Piensa después, imbécil" volvió a gritar y empujó la espada con un pie para quitarla del medio.

Tras darse una bofetada mental y llenar de oxígeno sus maltratados pulmones, comenzó a mover a Ryuu hacia el interior del apartamento. Esa era la primera vez que cargaba a una persona que había perdido el conocimiento y para nada era tan sencillo como en las películas. Ryuu pesaba una tonelada y cada paso se volvía un maldito tormento. Encima estaba el miedo a lastimar más su pierna, que sin duda alguna era la causa de la jodida fiebre.

Haiden no tenía muy claro qué debía hacer a continuación. Estaba mucho más nervioso que antes y las ideas se mezclaban en su cabeza como si aquello fuera una coctelera. La fiebre era la causa del problema y no parecía ser de las que se pasaban con un poco de descanso. Tenía que bajarla. Ya después, así tuviese que amarrarlo y pedir ayuda al portero, obligaría a ese idiota a ver a un jodido médico.

Entre tropezones y pausas para respirar, Haiden se las arregló para arrastrar a Ryuu hacia el interior del apartamento. No se molestó en cerrar cuando entró, ya bastante tenía con lo que tenía para preocuparse por la puerta. Sudando a chorros, continuó su camino hacia el baño. Meterlo en la bañera y echarle agua encima era lo único que se le ocurría en ese preciso instante para bajarle la temperatura.

Pateó la puerta y lo cargó en brazos, o más bien trató. Los tirones en los músculos lo hicieron apretar los dientes, pero se las arregló para no sumarle a la fiebre una fractura de cabeza. De haber sido al revés, Ryuu lo hubiese levantado como si su cuerpo estuviese hecho de plumas y, por algún motivo, a Haiden le molestaba ser tan consciente del hecho.

Refunfuñando groserías, metió al psicópata en la bañera y abrió el grifo hasta donde admitió la rosca. El agua salió en cascada, pero no estaba lo suficientemente fría. No iba a bastar con eso para bajar una fiebre de cuarenta jodidos grados.

Haiden acomodó a Ryuu de forma que no pudiese ahogarse y corrió hacia la cocina.

Quería hielo. Todo el hielo que pudiese encontrar. Nada mejor que eso para bajar la temperatura, verdad?

Un tanto inseguro, llenó dos recipientes de lustrosos cubitos blanquecinos y los vació en la bañera. La temperatura del agua comenzó a descender de inmediato, pero Haiden sabía que le iba a hacer falta más hielo si quería mantenerla así, de ahí que repitiera el proceso y trasladará hacia el baño todo aquello que pudiese serle útil.

Lo siguiente fue ir a por el termómetro que había visto la noche anterior dentro del bendito kit de Nathalie y metérselo en la boca al psicópata. El aparato comenzó a parpadear dígito a dígito, pero en lugar de vigilarlo de cerca, Haiden se alejó de la bañera y trató de recuperar la calma.

Era impresionante lo preocupado que estaba por un tipo al que apenas conocía. No tenía sentido...

El termómetro sonó y Haiden corrió a leer el resultado. Había estado cerca con su predicción, solo que en lugar de cuarenta, eran cuarenta y uno. Una fiebre digna de hospitalización.

El emperadorWhere stories live. Discover now