31. Un agitado despertar

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La claridad se estampó contra sus párpados, tan jodidamente brillante que Haiden no fue capaz de ignorarla. Se tapó los ojos con la mano y decidió que no iba a dejarla ganar esa batalla. Había estado soñando con él y, en la mejor parte, el sol había decidido intervenir. Quizás, si se concentraba, encontraría el hilo perdido y podría continuar con su maravillosa fantasía...

De repente, el bosque se volvió una puñetera olla de grillos.

Pájaros cantando, hojas sacudiéndose, los estúpidos caballos masticando la hierba y machucando la tierra con los cascos. El viento que acariciaba su cuerpo dejó de ser agradable. El roce del kimono, de su propio pelo, se volvió un martirio, como cuchillas cortándole la piel. Y luego llegó el calor... tan ardiente como si estuviese en pleno Sahara.

El mundo conspiraba en su contra. Quién podía dormir así?

Lo intentó por un rato, reacio a desistir, pero no pudo contra la naturaleza y tuvo que admitir la derrota. Gruñó frustrado, lamentando de todo corazón el fin de su añorado descanso. Apartó la mano y abrió los ojos para recibir de mala gana el nuevo día.

Lo primero que vio hizo que el planeta se detuviese.

No había sido un sueño...

Ryuu lo estaba abrazando, aguantándolo por la cintura. Sus piernas entrelazadas, sus narices a un milímetro de distancia... Estaban durmiendo juntos!

Haiden apretó los labios para contener un suspiro y examinó su rostro, aprovechando la cercanía. Jamás lo había visto tan relajado, tan tierno...

Su pelo era un desastre, uno que a Haiden le apetecía tocar, oler, peinar de todas las posibles formas, con lazos y flores incluidos. Tenía las mejillas rosadas, los labios enrojecidos, una pequeña barba oscureciendo su perfecta mandíbula. No había una sola arruga contrayendo su piel, ninguna muestra de incomodidad, de preocupación. De hecho, sus comisuras estaban ligeramente elevadas, haciéndolo ver todavía más bello, más inocente, como un niño.

El kimono estaba entreabierto, mostrando la clara piel de su pecho, con esas feas pero sensuales cicatrices. Su respiración era constante, lenta, serena. El brazo con el que se aseguraba de mantenerlo cerca pesaba más de lo que Haiden había imaginado. Era agradable que lo hiciese, aunque doliese un poco, disfrutaba la presión que ejercía. No quería que lo retirara de ahí. Nunca.

Gracias a ese brazo, a su dueño y la firmeza de su agarre, los terrores lo habían dejado tranquilo por el resto de la noche.

Miró hacia el cielo y comprobó que el amanecer era historia pasada. El sol estaba prácticamente encima de ellos, asesinándolos con sus ardientes rayos veraniegos. Desde ahí alcanzaba a ver a Natsu, observándolos mientras valoraba la posibilidad de morderle el pelo al superhéroe.

Como lo hagas te cocino, poni envidioso, lo amenazó en silencio. El caballo le leyó la mente y, después de un relincho arisco, los dejó a solas una vez más.

Haiden volvió a pensar en la hora. Supuestamente, tenían que despertarse temprano, antes de que saliese el sol, como siempre.

Miró a Ryuu y tuvo que contener las ganas de echarse a reír. Se había quedado dormido. Eso no era normal. Para nada normal. Todos los días que habían pasado juntos, incluidos aquellos en la hacienda del viejo general, el superhéroe había abierto los ojos primero que los gallos.

Tan cansado estaba? O quizás lo relajaba demasiado dormir abrazándolo...

Haiden sintió escalofríos y su corazón se aceleró, para luego achicarse con el recuerdo de su más reciente fiasco, de la épica metida de pata que por poco le cuesta la amistad que recién había recuperado. La alegría que había desencadenado la idea de que Ryuu encontrara paz entre sus brazos fue borrada por el miedo a que el error de la noche pasada todavía supusiese un peligro para "ellos". Aunque, después de ese abrazo, de haberlo complacido aceptando dormir de esa manera... Haiden volvía a tener dudas.

El emperadorTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang