4. El psicópata

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Haiden no podía moverse. Se sentía como si le acabasen de inyectar una dosis de anestesia en la mismísima yugular.

Ese hombre lo hechizaba.

Sus ojos cafés, su boca rosada, sus rasgos fieros y masculinos. No estaba vistiendo una armadura como la primera vez que se habían encontrado, tampoco estaba cubierto de sangre y suciedad. Todo lo contrario. Vestía un traje negro con una corbata rojo vino, que con total certeza había debutado en la portada de alguna revista ese año. Encima, para complicar más las cosas, llevaba el pelo limpio y peinado, cayendo con elegancia alrededor de su rostro. Los mechones castaño oscuro se curvaban en forma de rizos y resaltaban todavía más las afiliadas facciones de su rostro, demasiado perfectas para ser obra de la madre naturaleza.

Haiden se limitó a pestañear mientras leía la palabra que en verde neón acaba de dibujarse en medio de su campo de visión: irresistible.

El hombre que tenía delante, o más bien encima, no parecía de ese mundo y, por mucho que lo intentara, su cuerpo se negaba a reaccionar. Había algo en sus ojos, en su mirada, en todo él que le ponía los pelos de punta. Así había sido esa tarde en el set, cuando lo vio arrodillarse y escuchó su gruesa voz pronunciar su nombre...

El extraño apartó la mirada por un breve instante y Haiden salió del coma. El galón de anestesia fue reemplazado por adrenalina, echando a andar de nuevo su atrofiado cerebro.

Puede tratarse de un psicópata, un asesino, que rayos haces en sus puñeteros brazos?, se preguntó, disgustado consigo mismo. Daba igual cuan atractivo fuera, tenía que poner distancia entre ellos y llamar a la policía cuanto antes.

Sin darle más vueltas, se liberó del gentil agarre y corrió hacia el interior del apartamento. Sorprendentemente, el intruso recogió la bolsa que antes había dejado caer y lo siguió dentro.

Haiden agravó la voz y esbozó su más amenazante mueca de hostilidad.

"Vete ahora mismo si no quieres que llame a la policía" gritó.

El psicópata no se inmutó. Siguió avanzando como si no lo hubiese escuchado. Sus ojos tenían el brillo de un depredador; de uno que se prepara para devorar a su presa. En esa ocasión, Haiden era dicha presa y había visto suficientes películas de caníbales como para saber que devorar podía ser literalmente lo que ese hombre tenía planeado hacer.

El miedo se regó por su cuerpo a la velocidad de la luz y la expresión de hostilidad se fue a la mierda. Aterrado, saltó como un conejo hasta el sofá y desenterró el teléfono de la montaña de cojines. Iba a marcar los tres dígitos cuando una mano golpeó la suya y lo hizo lanzar por los aires su única posibilidad de sobrevivir para ver otro amanecer.

El psicópata atrapó el iPhone antes de que alcanzase el suelo y lo colocó cuidadosamente en la mesa central, donde, en algún momento, también había dejado el cake y la bolsa de regalos que a saber qué cojones pintaba en esa película de terror.

Haiden empezó a sudar frío.

Plan B, piensa en el plan B, se dijo y corrió tan rápido como pudo hasta el otro extremo del salón. Consciente de la estupidez que estaba haciendo, recogió la espada del suelo y la sacó de la funda. Había estado practicando para la película y ya no lo hacía tan mal. No obstante a ello, el arma no tenía filo. A duras penas debía servir para cortar mantequilla. Sin embargo, el loco no sabía ese dato y con la tenue luz de las lámparas no había forma de que lo notase.

Haiden alzó la espada y lo apuntó con ella. La hoja temblaba, y más que miedo, debía dar un poco de lástima, pero así y todo, se mantuvo firme.

"No quiero hacerte daño, pero si sigues acercándote voy a tener que recurrir a la violencia" le dijo. Su voz firme y grave, la misma que usaba para películas y entrevistas.

El emperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora