20. Despedida

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Ryuu no mintió cuando dijo que despertarían antes del amanecer.

El sol ni siquiera planeaba asomarse cuando el superhéroe lo hizo saltar fuera de la cama, no tan amablemente como a Haiden le hubiera gustado. A nadie le sienta bien un tirón de puerta para dar comienzo al día, mucho menos con tan pocas horas de sueño encima. De no haber discutido con él y haber abierto su enorme bocaza la noche anterior, le hubiese dicho unas cuantas verdades esa misma madrugada.

Contuvo su temperamento y recitó mantras para no volver a portarse como un idiota. Ayudó bastante que, incluso enfadado con él, Ryuu se tomase la molestia de dejarle desayuno encima de la mesa. Más té, pescado hervido y bolas de arroz. No era un menú de cinco estrellas, pero superaba con creces sus expectativas. Se había imaginado que más allá de un vaso de agua, nada llenaría su estómago esa nueva jornada. Haiden no sabía cocinar y a tan inhumana hora, el simple hecho de pensar en intentarlo lo ponía de mal humor.

Por eso le había parecido tan encantador el gesto del superhéroe...

Controla tu imaginación, no busques fantasmas donde no los hay, se dijo y comió mientras meditaba la mejor forma de romper el hielo cuando se vieran.

A base de prueba y error, ya tenía claro que su humor no funcionaba como picahielos, de hecho, cada vez que trataba de hacer reír a Ryuu, acababa enterrando la pata todavía más profundo en el lodo. Su mejor opción era actuar como si nada hubiera ocurrido, como si no hubieran discutido, como si no le hubiera dicho que lo violara...

Se cubrió la cara y comenzó a lloriquear.

Nathalie le había dicho que su muerte sería provocada por una palabra mal dicha, pero no fue lo suficientemente especifica como para advertirle que sería él mismo quien se cortase las venas después de decir esa puñetera palabra. Si no hubiera sido tan curioso y no le hubiera pedido a la niña que le contara lo que había escuchado, nada de eso habría sucedido, o por lo menos él no habría dicho semejante estupidez.

En la oscura caverna conformada por sus manos, con los ojos cerrados, Haiden regresó a ese momento. Lo vio de nuevo en el sendero, sujetando al soldado por el pelo, con la espada enterrada en su garganta, haciendo brotar un torrente de sangre. Lo vio inclinarse y acercar los labios a su oído, con calma, disfrutando cada segundo. Esa vez si alcanzó a escuchar su voz, grave, fría, dominante, la voz de un depredador...

"Yo soy el único que puede tocarlo"

...

Mierda! Mierda! Mierda! Qué me estás haciendo cerebro? Tú y yo solíamos ser amigos! Qué nos sucedió?

Se tragó un grito frustrado y volvió a estrujarse la cara con ambas manos. Le ardían las mejillas y sabía que debía parecer una manzana gigante. La manzana envenenada de la bruja de Blancanieves.

Pero no era su jodida culpa! No del todo.

Esa declaración, no era una cosa normal. Incluso para alguien heterosexual, seguiría siendo extremadamente sugerente. Pensar mal era inevitable. Le había dicho que entendía sus razones, pero, evidentemente, no lo hacía. Por más que se resistiera, su mente lo seducía con posibilidades que ni siquiera debería estar contemplando.

Te vas a volver loco, pisa el freno Sherlock, se dijo. Ser el hijo adoptivo de Daisuke no implicaba que fuese un genio, tampoco un idiota, claro. Pero sí era consciente de que resolver misterios no era su fuerte y Nathalie también le había pronosticado un derrame por tanto esforzarse. Después de todo, a dónde quería llegar si seguía por ese turbulento camino?

No estaban en Europa, no estaban en el siglo veintiuno, ni siquiera en su puñetero universo. Ryuu era un samurái, con sus tres millones de reglas y su inquebrantable código moral. No había forma de que esas palabras significasen lo que su sucia cabecita insistía en hacerle creer.

El emperadorWhere stories live. Discover now