38. La hija del líder

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El cielo estaba repleto de nubes grisáceas. En la distancia, rayos plateados se deslizaban hasta la tierra, llenando de luz el horizonte. Los truenos estallaban constantemente encima de las montañas, cada vez más potentes, como rugidos de bestias que se apresuraban hacia la llanura. El olor de la lluvia alcanzaba su nariz y casi podía sentir la humedad en las mejillas.

Bajó la vista y exploró el bullicioso campamento.

Cientos de tiendas habían sido levantadas a la orilla del río. Las lonas rojizas vapuleaban por el viento y opacaban el murmullo de las voces en su interior. Soldados y médicos se movían con prisa de una tienda a la otra. Cargaban bultos y cajas, en su mayoría vendas, ropas y frascos con medicamentos. Sus kimonos estaban manchados con sangre y sudor, con vómito y fango. No tenían tiempo para limpiarse, tampoco interés. Mientras quedasen heridos por atender, su trabajo no habría terminado.

Ya estaba a punto de ponerse el sol, a punto de comenzar una nueva ronda de muerte y gritos y chasquidos de espadas. La presencia del dragón había subido la moral de las tropas aliadas y había menguado la del enemigo. Gracias a él, las bajas habían disminuido considerablemente, pero el cansancio estaba alcanzando su pico y era cuestión de pocos días para que la guerra volviese al punto muerto en el que se encontraba antes de su llegada.

No contaban con la ventaja, pero estaban mejor preparados ahora que los refuerzos del este habían arribado a la provincia. Sin ellos, habían logrado detener el avance del enemigo, pero nada más. Obligarlos a retroceder requería una gran fuerza de ataque y a duras penas alcanzaban los soldados para cubrir todos los flancos. Esa noche intentarían ganar terreno. Así costase un millar de vidas, tenían que recuperar la fortaleza que había sido capturada una semana atrás.

Hideo Kageyama se encontraba reunido con los generales y capitanes que estaban al frente de los tres ejércitos congregados. Llevaban horas discutiendo la mejor estrategia para asaltar el castillo, pero, por lo visto, no se ponían de acuerdo. La presencia de Isamu Miyake quizás fuese el motivo de tanta incertidumbre. El líder de los arqueros había llegado esa misma mañana, con sus mejores hombres y un cargamento de suministros para reponer las reservas que ya se encontraban muy próximas a agotarse. Los rumores alegaban que Isamu era difícil de convencer y hasta que no se hubiesen analizado todas las opciones no accedería a enviar sus soldados a la batalla.

El emperador apreciaba demasiado la opinión de sus aliados y solo daría por concluida la reunión cuando todos estuviesen de acuerdo, o al menos la mayoría.

La demora tampoco era del todo negativa. Los soldados aprovechaban el tiempo para recuperar energía, vendar heridas superficiales y afilar sus espadas. Muchos rezaban y se encomendaban a los dioses, otros escribían cartas para sus familiares. Los menos, bebían y celebraban las pequeñas victorias que habían conseguido con el emperador al frente.

Ryuu no tenía ánimo para celebrar.

No tenía interés en pedir ayuda a ninguna deidad y mucho menos deseos de escribir una carta para la única persona que repletaba su corazón. Qué sentido tenía hacerlo? No iban a ser bendecidos con un milagro así se arrodillara ante los cielos y bajara la cabeza en señal de rendición, tampoco iba a encontrar consuelo compartiendo la carga con un trozo de papel. Solo la victoria lo haría sentir alivio y se temía que estaban muy lejos de alcanzarla.

Encerrado en el palacio había olvidado que la guerra seguía consumiendo el país; había olvidado el olor de la sangre, de la carne podrida, del fuego que devoraba los cuerpos inertes en la oscuridad del ocaso; había enterrado en lo más profundo de su ser las experiencias que una vez le robaron el sueño: miembros mutilados, heridas abiertas, la vida y la esperanza desvaneciéndose en mustios suspiros, el llanto y la angustia en los rostros de aquellos que no lograban escapar de las garras de la muerte. Enfrentarse a la realidad había sido difícil, pero no tan difícil como enfrentarse al miedo de no poder regresar al palacio, a su nuevo hogar.

El emperadorTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang