lvii. los delacour

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—Ron entrecerró los ojos– pero a Bill también lo estaban atacando. ¿Cómo puede estar tan seguro de lo que vio?

—Aunque esa maldición asesina no diera en el blanco, Ojoloco cayó desde una altura de unos trescientos metros —razonó Hermione mientras sopesaba con una mano Equipos de quidditch de Gran Bretaña e Irlanda.

—A lo mejor utilizó un encantamiento escudo.

—Fleur afirma que la varita se le cayó de la mano —comentó Harry.

—Está bien, si preferís que esté muerto... —gruñó Ron, y palmeó su almohada para darle forma.

—¡Claro que no preferimos que esté muerto! —saltó Hermione con súbita consternación—. ¡Es terrible que haya muerto! Pero hemos de ser realistas.

–Ya la oíste, Ronald, calladito te ves más, uhm, más pelirrojo –Ron la miró con extrañeza– ¿Se imaginan el cuerpo de Moody en el pavimento, y su ojo dando vueltas como loco, a pesar de estar muerto?

Ron y Harry tuvieron unas extrañas ganas de reír, mientras que Hermione la miraba con severidad.

–Seguramente los mortífagos lo recogieron antes de irse, y por eso no lo han
encontrado —conjeturó Ron.

—Sí —coincidió Harry—. Como hicieron con Barty Crouch, a quien convirtieron en hueso y enterraron en el jardín de la cabaña de Hagrid. Lo más probable es que a Ojoloco lo hayan transfigurado, disecado y luego...

—¡Basta! —chilló Hermione y rompió a llorar sobre un ejemplar del Silabario del hechicero.
Harry dio un respingo

—¡Oh, no! —exclamó levantándose con esfuerzo de la vieja cama plegable—. Hermione, no quería disgustarte.

Con un sonoro chirrido de muelles oxidados, Ron bajó de un salto de la cama y llegó hasta ella. Rodeó con un brazo a Hermione, rebuscó en el bolsillo de sus vaqueros y sacó un asqueroso pañuelo que había utilizado para limpiar el horno. Pero cogió rápidamente su varita, apuntó al pañuelo y dijo: «¡Tergeo!» La varita absorbió casi toda la grasa. Satisfecho, Ron le ofreció el humeante pañuelo a su amiga.

—¡Ay, gracias, Ron! Lo siento... —Se sonó la nariz e hipó un poco—. Es que es te... terrible, ¿no? Ju... justo después de lo de Dumbledore. Ja... jamás imaginé que Ojoloco llegara a morir. ¡Parecía tan fuerte!

—Sí, lo sé —replicó Ron, y le dio un achuchón—. Pero ¿sabes qué nos diría si estuviera aquí?

—«¡A... alerta permanente!» —balbuceó Hermione mientras se enjugaba las lágrimas.

—Exacto —asintió Ron—. Nos diría que aprendiéramos de su propia experiencia. Y lo que yo he aprendido es que no tenemos que confiar en ese cobarde asqueroso de Mundungus.

Hermione soltó una débil risita y se inclinó para coger dos libros más. Un segundo después, El monstruoso libro de los monstruos cayó sobre un pie de Ron. Al libro se le soltó la cinta que lo mantenía cerrado y le dio un fuerte mordisco en el tobillo.

—¡Ay, cuánto lo siento! ¡Perdóname! —exclamó Hermione mientras Harry lo arrancaba de un tirón de la pierna de Ron y volvía a cerrarlo.

—Por cierto, ¿qué estás haciendo con todos esos libros? —preguntó Cassie.

—Intento decidir cuáles nos llevaremos cuando vayamos a buscar los Horrocruxes.

𝐌𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐚́𝐧 𝐏𝐚𝐭𝐭𝐞𝐫 ✓Opowieści tętniące ÅŒyciem. Odkryj je teraz