No han visto lo último de mí

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—Pero ustedes me pueden decir solo Max —aclaró para los bebés

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—Pero ustedes me pueden decir solo Max —aclaró para los bebés. Ya hasta había empezado a llamarles así en su mente.

¿Qué hacía él con tantas crías? ¿Qué iba a hacer cuando alguno se saliera de control? Se suponía que todos ya habían superado los primeros veinte años, pero Max sabía que al menos los primeros cincuenta siempre eran complicados. Lo que al principio se le hizo una buena idea de pronto le pareció una ridiculez. Él no tenía suficiente paciencia para cuidar de ocho vampiritos rebeldes.

—Gracias por la confianza, supongo —le dijo Howard, los otros lo miraban con interés. Como si esperaran los detalles truculentos de la historia.

Max empezó su narración dándoles un breve resumen del origen de la Reina escarlata, y la historia de Cassian y la bruja Cassandra. Para su sorpresa, ellos no pensaban como los Dagger. Los del aquelarre insistían en que Cassian corrompió la pureza de Cassandra, que abusó de ella y la llevó al pecado. En cambio, los chicos de la Nueva orden decían que aquello no fue un pecado ni una aberración, simplemente un designio divino. Que así debió ser, que tanto el vampiro como la bruja estuvieron destinados a unirse. Que incluso había algo de sagrado en su unión. Max no creía estar preparado para las mierdas místicas que le iban a contar.

Ya había amanecido, y no iban a poder salir de ahí todo el día hasta que pudieran seguir su camino. Tenían que llegar hasta la ciudad más cercana, allá encontrarían al contacto que los llevaría con la Nueva orden. Para esas alturas, suponían los muchachos, Riley ya debería estar con estos. Esa era la principal razón por la que quería llegar pronto con ellos, necesitaba verla. La imaginaba preocupada, triste, llorando la muerte de su madre. Él tenía que estar ahí para ella, no iba a dejarla sola.

Pero de momento solo tendría que conformarse con la compañía de los bebés, y en contar su parte de la historia. Aprender algo de la Nueva orden también, así fingiría el tiempo que sea necesario hasta poder apartar a Riley de esa sarta de maniáticos religiosos, o lo que sean. Así que ahí estaba, en una cabaña que encontraron en el bosque. Los cazadores que la habitaron estaban muertos, fueron cuatro en total y sirvieron de alimento para los vampiros. Aquello consiguió calmar las ansias de comida, pero al anochecer necesitarían otra presa.

Lo bueno era que tenían un mapa zonal que encontraron en la cabaña, así que llegarían a la ciudad más pronto de lo que esperó. No quería ilusionarse, no quería pensar que las cosas iban a mejorar. Lo único que le quedaba era la esperanza de ver a Riley pronto, y de cumplir con su nana cuidando a los hijos que esta dejó. Ella lo habría querido así.

—Y bien, ¿alguien tiene alguna pregunta? —les dijo él. Los ocho vampiros levantaron las manos—. Ah vaya, ustedes sí que darán trabajo —agregó sonriendo de lado.

¿Cuánto más resistiría en su papel de niñero de vampiros? Ni idea. Pero vamos, él no era cualquier chico. Era Maximilian Edevane.


Reina Escarlata I: Guerra de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora