Capítulo 29: Dictadura

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No tuvo un buen día, lo único que deseaba era que se acabe de una vez

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No tuvo un buen día, lo único que deseaba era que se acabe de una vez. O que las cosas mejoren con magia, cualquier cosa. Riley siempre tuvo claro que no podía ocultarle a Max lo que le pasaba con Cassian, así que intentó ser lo más sincera posible con él. Le dijo la verdad, intentaba controlarse, pero era difícil. Y en esos momentos de debilidad en que permitió que su vida pasada se hiciera con las riendas de su cuerpo, las cosas terminaron mal. Max no lo entendía, estaba cegado por los celos. Las cosas eran así, ella no podía alejarse de Cassian. Tenían un vínculo de sangre, ella era la portadora del alma de Cassandra. Odiaba sentir que su vida era manipulada por una bruja que ya estaba muerta y por la magia de los Dagger, pero así eran las cosas. Lo único que le quedaba era resistir.

Ojalá Max entendiera eso, ojalá no reaccione como si solo se tratara de él y sus celos. Eso era lo que le dolía, que no intentó ayudarla, que parecía culparla por algo que no podía controlar. Le daban ganas de llorar cada vez que recordaba que él le dijo muy seguro que ella acabaría en la cama con su hermano. ¿Es que acaso no entendía que ella misma tenía miedo de que eso se hiciera realidad? Porque sabía que era una posibilidad. Riley no quería que Max la aparte, quería que esté a su lado y la ayude. Pero al parecer era mucho pedir de él. Quizá ella era la tonta que pensó que podía pedirle cosas que no estaba dispuesto a dar.

Ya no podía con eso, y no quería guardárselo. No tenía amigas desde hace mucho, en realidad desde lo que pasó en su antigua escuela cuando la traicionaron. Su único amigo era Jesse, y él no estaba ahí. Jazmín no contaba, Howard menos. No se fiaba del todo en ellos, no podía contarles sus cosas personales. Ella sabía su futuro, y él solo la cuidaba porque Jesse se lo pidió y por los planes de la Nueva Orden. Solo tenía una alternativa, y la tomó a pesar del miedo que tenía de hablar de eso con ella.

No tenía más alternativa que pedirle consejo a mamá.

Desde que empezó toda esa locura Margaret Hudson tenía una especie de control mental que la hacía mantenerse serena y aceptar sin mucho drama lo que le pedían los vampiros. Le pidió varias veces a Max que se lo quitara, pero él la convenció de que era mejor así. No quiso aceptarlo, pero en ese momento se sintió aliviada. Mamá la escuchaba sin reprocharle, la dejaba hablar y la abrazó cuando se puso nerviosa. Era justo lo que estaba buscando. Cualquier madre en su lugar se pondría histérica con esa historia de vampiros.

—¿Por qué siempre vienes a mí cuando ya no puedes más? —le preguntó mamá. Estaban frente a frente, ella acariciaba sus manos despacio para darme calma—. Mi amor, no tiene que ser así, soy tu madre y no voy a condenarte. Pasó lo mismo en Maine, no me contaste nada hasta que empezaron a enviar esos malditos vídeos —dijo ella en referencia a sus vídeos íntimos que se filtraron, aquellos que el miserable de su ex se encargó de rotar por ahí, como si no hubiera sido suficiente lo que le hizo.

—Ya sé, ma', lo siento —dijo sintiéndose algo avergonzada—. Es que, no sé, siempre creo que podré arreglar las cosas yo sola y no es así.

Reina Escarlata I: Guerra de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora