Capítulo 3: Te pasas de fresco

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—Que yo no tuviera suerte no significa que tú tampoco la tendrás —le dijo su madre

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—Que yo no tuviera suerte no significa que tú tampoco la tendrás —le dijo su madre. Había en su voz un tono de tristeza y sintió culpa de haber provocado sin querer que ella recuerde eso.

Por supuesto, se refería a que ella no tuvo suerte con su padre. La última vez que Riley vio a ese miserable fue cuando tenía cinco años, luego se marchó para siempre. Riley no tenía idea de donde estaba ni con cuál de todas las mujeres con las que se acostaba se había largado. Lo cierto es que de alguna forma había sido mejor para su madre y ella que el miserable haya desaparecido. Porque su padre no solo había sido un patán y mujeriego de primera, también había sido de esos imbéciles que maltratan a las mujeres. Prefería no recordarlo, pero a veces Riley sentía que podía escuchar el llanto de su madre y los golpes, era como una pesadilla.

—No todos los hombres son iguales —agregó mamá.

—Él es igual que todos los idiotas —le dijo ella mientras acababa su pizza—. Es igual que Karl —dijo sobre su ex novio, el que se acostó con su mejor amiga.

—¿Cómo lo sabes? ¿Le has dado la oportunidad acaso? —preguntó su madre con una sonrisa—. Ese es tu problema Ri, desde lo de Karl crees que todos son iguales, no es así. Hay gente que vale la pena.

—Él no vale la pena —dijo bajando la mirada. Pronto se arrepintió de decir aquello. Max era pesado y todo, pero tampoco estaba bien hablar de él de esa manera. En realidad, a veces le parecía lindo, encantador, demasiado guapo para ser verdad y eso. No debió decir aquello de él, no era justo.

—Al menos intenta tratarlo como amigo. Si te cae bien y si se gustan puede que funcione. Bueno, él ya está loco por ti. Así que solo sería cuestión que lo conozcas más, ¿por qué no te atreves, cariño?

—Lo intentaré mamá, de verdad —contestó Riley con una media sonrisa. Obviamente no pensaba contarle a su madre que Max le había quitado las llaves del auto y de la casa, y que el intercambio consistía en una sesión de sexo. Cosa que obviamente no pensaba hacer, por nada del mundo iba a ceder a sus amenazas. Aunque tampoco iba a negar que ese estúpido y sensual Max se metía en sus sueños de vez en cuando, y por lo que podía recordar en las mañanas, estar con él no tenía por qué ser desagradable. De hecho, creía en sus palabras cuando le decía que lo iba a disfrutar y mucho. Seguro que si lo disfrutaría, pero no lo iba a hacer.

Regresaron a casa y se acostó temprano. Aunque se la pasó soñando (otra vez) con el sensual Max. Primero el sueño fue un poco confuso, solo sentía que alguien la abrazaba y que ella se sentía muy cómoda con esa persona. Después se dio cuenta que esa persona era Max y no dijo nada, simplemente se quedó abrazada a él. Y de pronto la besó, a ella no le importó, dejó que la besara... y después... y después... Oh cielos, se enrojecía al recordarlo. Ni bien se levantó fue directo a la ducha para que se le baje la calentura.

Había soñado que Max se metía en su cama, que le quitaba toda la ropa para dejarla desnuda y recorrer suavemente su cuerpo con sus labios. Hasta en el sueño sintió que eran los besos más ardientes que había recibido jamás. Al principio conmocionada por tremendo sueño, después avergonzada porque pensó que le hubiera gustado que siguiera, o que fuera real. Y después le dio una rabia tremenda por andar pensando en ese desgraciado de Max hasta en sus sueños.

Reina Escarlata I: Guerra de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora