Capítulo 40: Desolación [Final]

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—Yo solo quería estar contigo. —Era sincera, lo sentía. Pero ya era muy tarde para cualquier cosa

—Gracias por aclararlo, porque ahora no tendrás opción.

—Ettiene... espera. —Los sentidos de Helena se habían ido aclarando conforme hablaban. Si al principio pensó que solo estaba mareada o adolorida, pronto se dio cuenta de lo demás—. No me siento bien.

—Ya te lo dije, tienes que alimentarte.

—Tengo... tengo sed...—dijo llevándose las manos a la garganta. La desesperación empezó a reflejarse en el rostro de la bruja. Corrección, ex bruja—. Ettiene, no siento nada —agregó asustada. Su cuerpo estaba temblando, Helena parecía a punto de entrar en histeria—. Mi energía, mi conexión con la magia, con la tierra, con el mundo. ¡No siento nada! —gritó con desesperación.

—Has perdido todo eso.

—¡¿Qué me hiciste?! —gritó. Helena se puso de pie e intentó caminar hacia él, pero perdió el equilibrio y cayó de rodillas. Empezó a llorar.

Ettiene sabía que las brujas sentían diferente. Percibían su energía interna, su magia ancestral, la conexión con la tierra y la naturaleza. Cosas que las hacían sentirse vivas, que era la forma de sentir y vivir de toda bruja. Todo eso había desaparecido, pues de ese momento en adelante Helena solo sentiría sed de sangre.

—Creo que lo sabes bien. —Quien se puso de pie fue él. No pudo perdonar la traición de Helena, y aunque por amor a ella hasta pensó en dejarla escapar, como líder su deber era castigarla. El aquelarre la dio por muerta, su clan le pidió que la ejecutara. Él decidió darle un castigo ejemplar que le duraría una eternidad.

—No... por favor... dime que no lo hiciste. ¡Ettiene, dime que no es verdad! —gritó, lloraba histérica.

—Te di mi sangre. Bienvenida al clan Edevane.

Le dio la espalda. Tal vez debió matarla, así hubiera acabado con todo para siempre. No tendría que torturarse viendo su rostro de traidora, no tendría que ser testigo de su sufrimiento. Helena seguía llorando en aquella celda, él caminaba firme a la salida. Ya estaba hecho, y Helena sería una vampiresa Edevane cuando complete los veinte años de transición. Le quitó todo, y muchos estarían de acuerdo en que fue un castigo ejemplar. Él solo quería desaparecer.

—Etti. —Ni siquiera se dio cuenta que su hermana lo esperaba a la salida de los calabozos.

Antonette ya estaba mejor. Cuando terminó el ataque se desmayó exhausta, y cuando despertó ya no era el monstruo sediento de los últimos días. Pero la pesadilla no había acabado. Diría que tendría ansiedad, al borde de una crisis. Era la abstinencia, sabía que de un hechizo de ese calibre no se podía salir como si nada. Anto necesitaría tiempo para recuperarse y ser la de antes. Si es que eso llegaba a pasar.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó él. Su hermana aún lucía ojerosa y demacrada. Ettiene se acercó a ella y le dio un beso en la frente, la vampiresa lo abrazó. Estaba temblando.

—Quiero irme de aquí. Y tengo algo de sed. —Él suspiró. Eso parecía el inicio de otra pesadilla.

—Te daremos un poco, en copas. Nada de beber directo de un cuerpo hasta nuevo aviso, ¿entendido?

—Si, está bien —murmuró ella. Lo sorprendió, quizá esperó más resistencia. Ettiene sonrió de lado, mientras Anto pusiera de su parte sería posible superar esa crisis—. Etti, ¿no saben nada de Cassian?

—Supongo que es muy pronto para que contacte con nosotros. Ahora nos retiraremos al refugio de Escocia, él lo sabrá y nos buscará.

—Eso espero. ¿Y Max? ¿Crees que vuelva?

Reina Escarlata I: Guerra de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora