xxviii. san mungo

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—¡Un momento, no pueden ir todavía a San Mungo! —la atajó Sirius.

—Claro que podemos ir a San Mungo si queremos —le contradijo Fred con testarudez—. ¡Es nuestro padre!

—¿Y cómo van a explicar que sabían que Arthur había sido atacado antes incluso de que lo supieran el hospital o su propia esposa?

—¿Qué importancia tiene eso? —preguntó George acaloradamente.

—¡Importa porque no queremos llamar la atención sobre el hecho de que Harry tiene visiones de cosas que ocurren a cientos de kilómetros de distancia! —repuso Sirius con enfado—. ¿Tienen idea de cómo interpretaría el Ministerio esa información?

Era evidente que a Fred y George no les importaba cómo lo interpretara el Ministerio. Ron, por su parte, seguía lívido y callado.

—Podría habérnoslo contado alguien más... —insinuó Ginny—, o podríamos habernos enterado por otra fuente que no fuera Harry.

—¿Ah, sí? ¿Por quién? —preguntó Sirius con impaciencia—. Escuchen, su padre ha resultado herido mientras trabajaba para la Orden, y las circunstancias ya son lo bastante sospechosas para que encima sus hijos lo sepan sólo unos segundos después de que haya ocurrido. Podrían perjudicar gravemente los intereses de la Orden...

—¡Nos trae sin cuidado la maldita Orden! —gritó Fred.

—¡Nuestro padre se está muriendo! —añadió George.

—¡Su padre ya sabía dónde se metía y no va a agradecerles que le pongan las cosas más difíciles a la Orden! —replicó Sirius, tan furioso como ellos—. ¡Esto es lo que hay, y por eso no pertenecen a la Orden! ¡Ustedes no lo entienden, pero hay cosas por las que vale la pena morir!

—¡Qué fácil es decir eso estando encerrado aquí! —le espetó Fred—. ¡Yo no veo que tú arriesgues mucho el pellejo!

El poco color que le quedaba a Sirius en la cara se esfumó de golpe. Durante un momento pareció estar deseando pegarle una bofetada a Fred, pero cuando habló lo hizo con una voz decidida y serena.

A Cassie no le faltaron las ganas de alentar a su padre para golpear a Fred.

—Ya sé que es difícil, pero hemos de fingir que todavía no sabemos nada. Debemos quedarnos aquí, al menos hasta que tengamos noticias de vuestra madre, ¿de acuerdo?

Fred y George seguían encolerizados. Ginny, en cambio, fue hacia la silla más cercana y se sentó en ella. Harry miró a Ron, que hizo un movimiento extraño, entre un gesto afirmativo con la cabeza y un encogimiento de hombros, y los dos se sentaron junto a Cassie.

—Así me gusta —dijo Sirius alentándolos—. Bueno, vamos a..., vamos a beber algo mientras esperamos. ¡Accio cerveza de mantequilla!

Levantó la varita mágica mientras pronunciaba aquellas palabras, y media docena de botellas salieron de la despensa y fueron volando hacia ellos, se deslizaron por la mesa, esparciendo los restos de la cena de Sirius, y se detuvieron hábilmente delante de cada uno de ellos. Todos bebieron, y durante un rato sólo se oyeron el chisporroteo del fuego de la cocina y el ruido sordo de las botellas al dejarlas en la mesa.

Fawkes llegó con un mensaje de Molly Weasley.

–¿Papá, podemos hablar? –habló Cassie por primera vez a su padre, Sirius la miró– En privado.

𝐌𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐏𝐨𝐭𝐭𝐞𝐫 ✓Where stories live. Discover now