xxiii. michelle, the beatles

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–Ne-necesito hablar contigo, Ivy –Harry habló con un tono agitado, pues corrió por todo el castillo buscando a la castaña.

–Claro, si es que no te da un ataque cardíaco antes.

–Ven, hay una carroza vacía –Harry intentó entrelazar los dedos con los de Cassie, pero la chica apartó la mano de inmediato. Ambos leones se subieron a la carroza, los primeros dos minutos fueron silenciosos e incómodos.

–¿Y bien, dirás algo? –Cassie alzó una ceja.

–¿Puedes bajar esa ceja? Me pone nervioso. –Cassie elevó ambas cejas, Harry despeinó su cabello con nerviosismo.– Cassiopeia...

–Cissiipii.

–Cassie, te quiero, mientras encuentro las palabras correctas, voy a decir las palabras que sé que entenderás. Significas mucho para mí, y fui un bobo al no darme cuenta de lo increíble que eres antes, lo que siento por ti, no lo he sentido por nadie más. Sé que crees que tengo algo con Cho –las mejillas de Cassie se sonrojaron– Y no es así. Te necesito, Cassiopeia, necesito que entiendas lo que significas para mí, y cuando entiendas, sabrás lo que quiero decir; te quiero. ¿Lo entiendes ahora? En mi corazón sólo hay espacio para ti. ¿Quieres ser mi novia?

–¿Crees que, aceptaré ser tu novia sólo porque recitaste Michelle? ¡¿Aunque lleves una semana ignorándome?!

–Eh, yo...

–Por todos los dioses, ven aquí, Harry, antes que me arrepienta –Cassie tomó la bufanda de Harry y lo atrajo hacia ella, sus labios tocaron los del azabache después de una semana.

–¿E-eso es un sí?

–Confirmo lo del otro día, eres más lento que una paloma.








La pareja se encontró con Hermione y Ron. El grupo de amigos bajó por la calle principal y pasaron por delante de la tienda de artículos de broma de Zonko, donde no les sorprendió nada ver a Fred, George y Lee Jordan; luego dejaron atrás la oficina de correos, de donde salían lechuzas a intervalos regulares, y torcieron por una calle lateral al final de la cual había una pequeña posada. Un estropeado letrero de madera colgaba de un oxidado soporte que había sobre la puerta, con un dibujo de una cabeza de jabalí cortada que goteaba sangre sobre la tela blanca en la que estaba colocada. Cuando se acercaron a la puerta, el letrero chirrió agitado por el viento y los cuatro vacilaron un instante.

—¡Vamos! —urgió Hermione, un tanto nerviosa. A Cassie le recordó la vez que se escapó de su tío Edward y se escabulló en un bar muggle.

Aquel pub no se parecía en nada a Las Tres Escobas, que era un local limpio y acogedor.

Cabeza de Puerco consistía en una sola habitación, pequeña, lúgubre y sucísima, donde se notaba un fuerte olor a algo que podría tratarse de cabras. Las ventanas tenían tanta mugre incrustada que entraba muy poca luz del exterior. Por eso el local estaba iluminado con cabos de cera colocados sobre las bastas mesas de madera. Y en un oscuro rincón, al lado de la chimenea, estaba sentada una bruja con un grueso velo negro que le llegaba hasta los pies. Lo único que se destacaba bajo el velo era la punta de la nariz, un poco prominente.

—No sé qué decirte, Hermione —murmuró Harry mientras avanzaban hacia la barra y miraba con desconfianza a la bruja tapada con el grueso velo—. ¿No se te ha ocurrido pensar que la profesora Umbridge podría estar debajo de eso?

𝐌𝐚𝐥𝐝𝐢𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐏𝐨𝐭𝐭𝐞𝐫 ✓Where stories live. Discover now