Fractura (3/3)

1.4K 114 36
                                    


Y entonces resultó tan vilmente paradójico que, quien venía a mi rescate, también venía a anunciar mi perdición, o al menos una parte de ella. ¿Qué clase de contradictorio juego estaba apostando en mi contra? Porque lo cierto es que no hay otro nombre para llamar a toda la serie de desgracias que han estado rondando mi vida. Ya sobraba incluso decir que las cosas malas que nos pasan son la regla, no la excepción, o quizá todo siempre fue la regla, así sin excepciones. Sin embargo, ¿quién puede afirmar eso? Nosotros, como personas normales, lo dudo. Al final, ¿qué somos, salvo náufragos perdidos en la vasta agua de la incertidumbre, que buscan saciar su sed con las pocas respuestas que nuestra limitada mente nos permite?


/////////


El camino de mi segundo más grande pecado (o quizá eran más, sí... deben de ser más) se vio interrumpido por ese timbre. Lea abrió los ojos, me miró con una infinita incertidumbre que denotaban sus ojos expectantes. La miré de vuelta, aunque sin compartir su deseo, ¡vaya bien servida yo a decir que, en realidad, no quería besarla! Desvié la mirada hacía la puerta, que ahora venía acompañada de ligeros toques. Uno, dos, tres. Era Natalie, no podía ser de otro modo, pero mi cerebro, desconcertado, quizá hasta idiotizado, se negaba a contemplar la magnitud de la situación.

—Es tarde, ¿quién será? —preguntó Lea, que ya se notaba, por la posición de sus piernas, y del rostro apuntando hacía el mismo punto que yo sostenía con tanta ferocidad, que quería abrir la puerta.

—Debe ser...

¿Quién? ¿Cómo diablos le explico que es Natalie? Y es que sí, justo hoy, hacía no más de tres o cuatro horas, estuvimos todos en torno a la cocina de mi hermano, riendo y animándolo porque, ¡oh, sorpresa! Habían terminado. Ya está, del verbo final para siempre, una relación muerta, y, por ende, nada tendría que ver ella ya conmigo.

—¿Puedo...? —señaló la puerta.

—Ah... Sí.

¿Por qué era en estos momentos cuando la razón y la lucidez con la que nos dotó la naturaleza parece desmoronarse hasta dejarnos con nuestros instintos más básicos? Sí, no, quizá. Puros monosílabos acompañados de un infinito miedo, miedo que se corresponde con la reacción natural de mi cuerpo tensado y hasta empapado, pero yo, ajena al momento, por voluntad o por naturaleza, no lo notaba.

El paso de Lea fue lento, tortuoso, era como si la distancia entre ella y la puerta se incrementase a cada paso, doblando la medida, triplicándola, cuadruplicándola. ¡Qué dolor de cabeza!

—¡Lea! —solté de golpe.

—¿Qué pasa? —se detuvo.

—Déjame a mí —me levanté tan rápido como pude y constaté que, de hecho, la distancia hasta la puerta era demencialmente pequeña, como de unos diez pasos bien dados. Bien dicen que el cerebro, cuando quiere evitar algo, distorsiona nuestras percepciones.

No me demoré en abrir la puerta, mucho menos en salir y cerrar detrás de mí marcando una generosa barrera entre nosotras y la realidad de mi departamento. Tampoco demoré en ver su cara, su demencial rostro, bonito y claro, que me miraba con cierta preocupación mientras mi corazón, no ajeno al dramatismo del momento, latía como perro que ve a su dueño.

—Recibí tu mensaje, pero sólo decía que viniera. ¿Estás bien? Estás empapada de sudor, pequeña.

Su mano en mi mejilla, comprobando mi estado, se sintió como un balde de deliciosa agua fresca recorriendo mis sentidos. No me equivocaba, verle había disipado, en parte, muchas de mis dudas, un desliz, como había dicho Lea, pero nada más, aquí estaba Natalie para solucionar mis males.

La elección de amarte | LESBIANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora