La novia de mi hermano

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Dudo alguien sepa que es el amor, pero sin duda intentamos vivir como si lo hiciésemos. Supongo que es por ello que no podemos culparnos cuando las cosas salen mal dado ese principio de incertidumbre. Sin embargo, diría que atreverse a amar es el acto más valiente perpetrado por todos nosotros. ¿Quién se embarca en algo que tiene una alta probabilidad de fracasar? ¿Acaso no hemos aprendido a evitar lo que tiende a lastimarnos? Somos seres tan pasionales y necesitados de afecto que ignoramos uno de los principios básicos de la razón: nuestra propia seguridad.

Supongo que, al final, sólo fui otra chica más que hizo caso omiso de las advertencias que su conciencia le dictaba. Actúe como si fuese la persona mas fuerte del mundo, me atreví como una valiente e incluso llegué a fantasear con un final feliz, pero déjenme decirles una cosa: ¡Yo no soy ni valiente ni fuerte!, o al menos no lo suficiente como para afrontar esta situación sin comenzar a derrumbarme al pensar en ella, en lo que perdí por segunda ocasión, pero sobre todo en lo que pudo ser.

"Tienes una vida propia por delante" me dije a mi misma mientras trataba de aferrarme a la última esperanza que me quedaba. "Ellos se merecen ser felices" me repetí cada noche tratando de convencerme de que era lo correcto, aún sí sabía que no era así. "Deja de arruinarte la vida" me dije cada vez que me sentí tentada a actuar. Y como esas, hubo mil y una frases que me impidieron seguir haciéndome más daño a mi y a otros.

Al final, si pudiese cambiar algo, una cosa, lo que sea, seria no haberla conocido nunca. O en su defecto, haber puesto en práctica lo aprendido con Laura.

El amor podía ser una molestia, una muy grande.

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Los cristales retumbaban con cada relámpago que azotaba el cielo, de tanto en tanto las luces amenazaban parpadeantes con abandonar el calor del hogar y el programa de cocina que miraba comenzaba a resultar bastante aburrido.

La peor parte de vivir en un noveno piso era que a veces daba vértigo presenciar fenómenos naturales como lo eran las tormentas. Las ventanas apuntaban justo al lugar en donde nacían esos enormes látigos de luz que a veces ensordecían la ciudad al completo. No era una persona demasiado miedosa, pero la ansiedad nunca se hacía esperar con semejante caos.

La señal de los celulares también desaparecía con la lluvia, y de eso me di cuenta cuando intenté llamar a mi hermano y lo único que recibí fue un "fuera de línea" con esa odiosa voz genérica de operadora. Cambié el canal unas diez veces hasta que, fastidiada, apagué el televisor y me marché hasta mi habitación.

Moría de hambre y tan solo esperaba que Ethan llegase pronto, aunque pensar en ello era tonto siendo que lo mas probable fuese que tuviera que manejar lento para evitar provocarse un accidente.

Entonces, se me ocurrió hacer una estupidez.

Di un pequeño salto hasta mi cama, me acerqué a la ventana y miré para abajo, ahí en donde las luces se descomponían a causa de todas las gotas de agua que resbalaban por el cristal. Parecía un ambiente muy movido a pesar de que sólo veía las manchas negras de las sombrillas que la gente usaba para protegerse de la lluvia.

Me sentí nostálgica al ver así a la ciudad. Era una sensación agradable, como si desease volver a los viejos tiempos. Sin embargo, ese sentimiento es traicionero desde que a veces los momentos del pasado no eran mejores que los de ahora, sino una distorsión de nuestra monótona vida actual. Al fin y al cabo, a veces vivimos atrapados en lo que ya fue, y no volverá a ser.

A pesar de ello, me rendí ante la sensación y abrí la ventana de golpe, sin pensar en toda el agua que se metería y sin duda en el estruendo exterior.

No me equivoqué. El frío del ambiente tocó mi cuerpo, me mojé toda la cara y parte de la playera, además, un enorme relámpago iluminó el cielo nocturno provocando que mirase hacia abajo y el vértigo me invadiera. ¡¿En qué demonios pensaba?!

La elección de amarte | LESBIANWhere stories live. Discover now