Capítulo 30✔

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New Orleans, Luisiana

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New Orleans, Luisiana.

Adam

Las gotas de sangre salpican el suelo. Mis manos y el cuerpo mutilado eran la fuente de aquel charco rojo que se propagaba poco a poco. No sé cuánto me quedé observando el saco de carne, sin expresión ninguna. Los gimoteos de dos adolescentes me hicieron girar lentamente la cabeza hacia las cajas donde permanecieron agachados y aferrados unos a otro. Yo era el monstruo debajo de la cama, era el hombre del saco con un peinado pulcro e inmaculado junto a un traje Armani salpicado de sangre.

Sí, era todo lo que había sido y lo que nunca dejaría de ser.

Troné mi cuello tratando de destensar el impulso de acabar con sus patéticas vidas, si lo veía desde mi perspectiva, les estaría haciendo un favor. El futuro que les deparaba a ambos no era uno bonito.

—Señor...—uno de mis hombres me recordó que ya era hora de alistarse para el casamiento de Fabrizzio.

—Quemen el lugar y diles a los críos que esparzan por las calles que el Diamante Ruso está prohibido en mi territorio. Hombre o mujer que le abra las puertas de mis calles, es hombre y mujer que se mueren.

Cada vez se acercaba más el maldito desgraciado, había logrado entrar a mi mercado y cortarlo me estaba siendo difícil, cabeza que cortaba, cabeza que crecía doble. No me había quedado de otra que apretar más el puño y sembrar el terror.

Aseado, como si no hubiese sacado las entrañas con mis propias manos de otro ser humano, entré por la puerta de la iglesia presionándome con la burla en los ojos. Mi madre captó el gesto y me lanzó una mirada de desaprobación. Su dios me había abandonado hacía mucho tiempo. No me detuve hasta entrar en la pequeña habitación donde aguardaba el novio, quién aun, no sabía si ponerse la corbata o limpiarse el sudor de la frente.

Me adentré de lleno y mis manos fueron al cuello de su camisa deteniéndolo en el lugar. En apariencia nada quedaba de aquel niño andrajoso que mi madre recogió en la calle, pero por dentro tenía la misma oscuridad de aquel día. La sombra del miedo y la inseguridad poniendo rígidos sus músculos faciales. Ambos sabíamos que por más que quisiéramos atar a alguien a nuestras vidas, no podíamos. Corríamos el riesgo de extinguirle el oxigeno y era mejor dejarlo volar libre y lejos de nosotros, que en nuestras manos muriendo poco a poco.

Sin embargo, a diferencia de mí, él supo ponerse a la altura y enfrentarse a lo que más le temía dejando el pecho descubierto para que se lo besasen o le arrancasen el corazón de una maldita vez. Él merecía esto, la felicidad de casarse con quien amaba y formar una familia juntos.

— Estoy feliz por ti, hermano. —lo abracé. —Mereces toda la felicidad que puedas obtener.

— Que Marie no los vea que se pone celosa. —entró Evans vestido con un traje igualando al mío. Nunca dejará de ser el niñó chiquito que intenta copiar a su hermano mayor.

Marcada Por Un Mafioso©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora