Capítulo 47: Solo en el arte

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Joshua se marchó cuando eran casi las doce y antes de irse, me besó y revolvió mis cabellos

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Joshua se marchó cuando eran casi las doce y antes de irse, me besó y revolvió mis cabellos. Quedamos de vernos para desayunar a la mañana siguiente y que ahí hablaríamos acerca de su propuesta. Vi en sus ojos azules la ilusión que se le había formado, seguro se encontraba construyendo fantasías sobre los dos estando juntos en Inglaterra, sin que nada pudiese impedir nuestra relación.

No seríamos ya alumno y profesor. Solo un par de jóvenes que son pareja y viven juntos. Ya no existiría ese miedo a que nos vieran, andaríamos de la mano por las calles y nos besaríamos sin temor a ser juzgados por conocidos, podríamos subir fotos de los dos e ir juntos a fiestas con amigos suyos.

Todo sonaba demasiado utópico. Incluso me imaginé llegando a una clase de pintura después de desayunar con él. Entrar al departamento que compartiríamos, obligarlo a recoger su mierda y a comer algo que no fuese chatarra. Dormir juntos, molestarlo porque babea en sueños y negarme a besarlo por su mal aliento mañanero.

Harto de imaginar escenarios, caí preso de Morfeo. El cansancio físico fue más poderoso que mi ansiedad. Dormí mucho tiempo, pero fue un sueño nada reparador, carente de imágenes o colores. Desperté gracias a la alarma de mi móvil y también por el ruido de abajo. Me levanté de la cama para ir a ducharme, pero me detuve un rato viendo a la ventana que rompí la noche anterior.

No le diría a Max la razón, prefería quedar como un descuidado —que tampoco niego que lo sea—, a que supiera que volví a hablarle a Joshua, que de paso tuve el mejor orgasmo de mi vida, y que estaba considerando en serio rechazar su oferta y la de Lisa para irme a otro continente.

Me duché con agua helada y pensé en si sería distinto bañarme con la de otro continente. Estaba mucho más lúcido que la primera vez que me hizo esa propuesta, más consciente de mi futuro, de mí mismo y mis temores, por eso sería diferente, por eso podía —y debía—, decidir mejor.

Bajé con el cabello todavía mojado y con mis frascos de pastillas en el bolsillo. Opté por no usar mis gafas y llevarme las lentillas, fue una manía que no perdía, la forma en la que Chris se diferenciaba de Charly, la manera de comprobarme que él me amaba por ser yo y no por ser el fantasma de su primer amor.

Cuando llegué al comedor, Max leía algo en su Tablet, mientras los miembros de la secta bebían café y conversaban entre ellos.

—Tienes diez segundos para explicar lo de mi ventana —me ordenó Max—. Nos acabas de lanzar la maldición de la anciana Emma Devine a todos.

Noah y Melissa me miraron con reproche, aunque después sonrieron.

—Estaba aventando una pelota y la rompí por accidente —le respondí. Metí las manos dentro de mis bolsillos y jugué con los frascos de pastillas—. Y no te preocupes, que yo asumo el cargo de la maldición.

—Ya no lo fastidies —agregó Melissa. Estaba guapísima esa mañana, con su cabello oscuro, armazón plateado y labios carmín—. Vas a terminar hartándolo y se va a ir a rentar en otro lado.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora