Capítulo 1: Caligrafía de primate

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Lo primero que pensé cuando lo vi entrar por segunda ocasión al salón, fue que tenía la barbilla en forma de culo

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Lo primero que pensé cuando lo vi entrar por segunda ocasión al salón, fue que tenía la barbilla en forma de culo.

La vez pasada no le presté mucha atención, era un profesor nuevo cualquiera y nos daría la clase de Historia del Arte. Al anterior lo echaron por ponernos una película que incluía gente fornicando. Se supone que para enseñarnos algo relacionado con las vanguardias francesas, qué sé yo.

Durante esa clase todo el salón se zurraba de risa cada que el profesor ponía en silencio la película para que no se escucharan los gemidos. El escándalo llamó la atención del supervisor y el docente fue al comité, en dónde el fósil que teníamos por director acabó despidiéndolo y contratando a ese tal Joshua Beckett para sustituirlo.

Aquel nombre de ritmo europeo fue el único detalle suyo que me quedé el día que llegó.

A comparación del anterior profesor —que rozaba los sesenta—, este no parecía pasar de los veintisiete. Lo que causó una serie de rumores respecto a su persona. Hannah y otro par de amigas decían que el tipo estaba guapísimo, y Jason juraba que seguro vendía drogas.

Yo solo sugerí invitarlo a la fiesta que tendríamos ese viernes para ver si conseguíamos porros gratis.

Esa segunda clase, mis ojos se dieron a la tarea de darle un recorrido rápido. Fue mera inercia. Un reflejo causado por la perenne exposición a sus rumores. El tipo era bastante alto y delgado, sin embargo, no se veía escuálido. Su nariz era recta, algo respingada, normal. Los labios gruesos, pero la boca pequeña. Me di cuenta de que no llevaba barba ese día, lo que le quitó al menos un par de años.

Tenía el cabello azabache algo rizado, y aunque lo peinaba hacia atrás, todavía caían algunos mechones rebeldes por su frente. Usaba un suéter azul marino y pantalones oscuros que querían remedar unos formales sin mucho éxito. Se veía desgarbado, sobre todo por la manera en la que arrastraba los pies, como si trajera puestos unos grilletes.

Él nos odiaba y su expresión lo gritaba.

Tenía ganas de decirle que lo entendía; que yo también conocía esa sensación de detestar más que nada en el mundo levantarse temprano para ir a la escuela, contar las horas, salir corriendo e ir a casa a encerrarse el resto del día, ver Arrow y cuidar de una madre enferma hasta que anocheciera.

Creo que Beckett notó que lo observaba porque se giró hacia mí. Nuestras miradas se cruzaron unos segundos. Tenía los ojos azules y despiertos; me recordaron a los del gato de mi antigua vecina, ese que mataba pájaros y me los llevaba como tributo.

Volteé hacia Hannah, quien trazaba garabatos en su cuaderno con la mano que tenía libre, la otra estaba aferrada a la mía; para ese momento, ya nos habíamos acostumbrado a trabajar con solo una. Tomé uno de sus bolígrafos de colores y empecé a dibujar en la hoja que dejó libre, a ella le gustaba como lo hacía, por eso no dudó en mover su mano a un lado para permitir que me explayara. Fijé la mirada en su cuello, enfocándome en el dije dorado en forma de búho que llevaba colgando y comencé el trazo para hacerle una caricatura.

Mientras yo dibujaba, Beckett dijo que repartiría las pruebas y los ensayos que nos puso a redactar en su primera clase. Vi cómo Jason dio un respingo, Hannah solo soltó una risa y yo seguí con lo mío. No me importaba. Después de que mi madre falleciera y de que me mudara con mi padre, había dejado de preocuparme en ser un estudiante de honor.

Aun así, Historia del Arte era lo único que disfrutaba. Más bien, me entretenía cualquier clase relacionada con eso. Por lo mismo, me había esforzado en el ensayo que Beckett nos dejó y esperaba la primera nota decente del curso.

El profesor empezó a decir uno a uno los nombres de cada alumno, y como si estuviesen caminando a su sentencia de muerte, ellos se levantaban por su prueba. Los chasquidos de lengua y suspiros de decepción me hicieron saber que los ejecutaron.

Aquello me trajo recuerdos nada gratos de la clase de Física de mi otro instituto, de cuando todos reprobaron la prueba menos yo, y a la salida los del equipo de béisbol se dedicaron a hacer lo propio. Esa tarde tuve que mentirle a mi madre sobre haberme tropezado con mis pies para justificar el ojo morado y mis gafas rotas. Ella me llamó «idiota descoordinado», mientras reía con debilidad. No debía preocuparse. Estaba demasiado enferma y no tenía que hacerla pensar en mis nimios problemas.

Cuando Jason volvió de su sentencia, escondió el rostro detrás de ambos papeles, mostrándonos que apenas y había sobrevivido a la masacre.

—Christian Miller. —El profesor evocó mi nombre con la misma voz atónita y desganada que usó con todos.

Alcé la cabeza y dejé el bolígrafo de Hannah. Me levanté del asiento y caminé a recibir mis notas, iba confiado, incluso sonreía. Estiré la mano para que me entregara los papeles y ahí mismo les di una mirada instantánea. Mi expresión cambió de golpe al ver que el examen apenas se encontraba aprobado y el ensayo tenía un cero. Una enorme e inquisidora nota en rojo.

Observé al profesor con estupor.

—Señor Beckett —lo llamé, quería acaparar su atención—, creo que hay un error en mi ensayo.

Él giró sobre sus talones para tenerme de frente, me observó con frialdad e hizo un mohín. Yo le sostenía la mirada, mostrándome seguro, luchando contra esa manía aprendida a punta de golpes de bajar la cabeza y mantenerme invisible.

—¿Podría explicarme por qué un cero? —pregunté. Traté de sonar amable, solo quería que corrigiera su desliz.

Sentí las miradas curiosas del resto de la clase. Odiaba ser el centro de atención. Intenté contener la ansiedad y que mi mente no me traicionara llevándome a un viaje por recuerdos traumáticos.

Muy patético, lo sé.

—Préstame eso —respondió con nula cortesía y me arrebató el papel.

Le dio una revisión rápida, noté que entrecerraba los ojos y fruncía sus labios, sin embargo, yo seguía sosteniendo mi postura.

—Es que escribes como un primate —replicó con seriedad, aunque algo en sus ojos felinos me hizo ver que se burlaba de mí.

Escuché al fondo las risas de mis compañeros. Sonidos infernales que me recordaron que era basura.

—¿De qué habla? —pregunté, subiendo la voz.

—Que no iba a estar descifrando tu horrible caligrafía.

De nuevo esas infernales risas. Volteé al instante, vi como incluso Hannah y Jason también lo hacían.

«Asqueroso par de traicioneros», pensé.

Mi amiga dejó de reírse y me hizo una seña para que me calmara. Suspiré largo, miré al profesor con reproche y me dirigí a mi asiento, sintiendo cerca de veinticinco pares de ojos sobre mí.

El resto de ese año, mi último como estudiante de instituto, fue largo, porque Joshua Beckett llegó a cambiarlo todo en mi vida.

El resto de ese año, mi último como estudiante de instituto, fue largo, porque Joshua Beckett llegó a cambiarlo todo en mi vida

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El retrato de un joven lúcido | ✅ |Where stories live. Discover now