Capítulo 13: Leche de almendras para el malestar

6.7K 1.1K 504
                                    

Cuando llegué en la madrugada, lo hice tan enajenado de la realidad que la casa y sus muebles se veían borrosos, así como los rostros de Alice y mi padre

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Cuando llegué en la madrugada, lo hice tan enajenado de la realidad que la casa y sus muebles se veían borrosos, así como los rostros de Alice y mi padre. Por completo desconocidos, asimilándose a los del sujeto de mi espejo. Solo les respondí a todo con un «sí» y me tiré a dormir sin haberme puesto antes el pijama.

A la mañana siguiente, aunque sabía que tenía el tiempo contado para desayunar y tomar el autobús, me dirigí al árbol navideño. Era de los naturales, grande y frondoso. Sentí el aroma a pino penetrando mi congestionada nariz y me puse a indagar entre los adornos si encontraba algo interesante con que entretenerme; buscaba una curiosidad que me quitase el tiempo y me permitiese echarle la culpa por haber llegado tarde a clases.

La mayoría eran bastones de caramelo, algunos muñecos de nieve y esferas azules dispersas por su extensión. Casi todas eran pequeñas, pero había tres en específico que llamaban más la atención. Tenían motas en pintura blanca y eran un poco más grandes que las comunes, se encontraban juntas y cuando me acerqué un poco más, vi que cada una tenía un nombre escrito: Aaron (por mi padre), Alice y Heather (por la niña que venía en camino).

«Y por supuesto, ninguna para Chris», pensé al mismo tiempo que una sonrisa amarga se posaba en mi rostro.

Me llamé idiota por haberme decepcionado de algo tan cursi y banal. Era solo una esfera, una inexistente figura con mi nombre. Me repetí un par de veces que no había por qué poner una por alguien que era solo un visitante y que pronto se marcharía.

—Chris —me llamaron por detrás, era la voz de Alice.

Extrañado, giré la cabeza y la encontré sentada en uno de los brazos del sillón. Usaba todavía pijama y su cabello rubio estaba alborotado; la panza de siete meses era más que evidente, así como su cara, cansada, pero serena.

—Lindo detalle —susurré al mismo tiempo que señalaba las esferas.

—Gracias —sonrió y ladeó la cabeza—. Aunque siento que la tuya no esté, el sábado que estaba poniendo los adornos se me cayó y se rompió.

«Seguro fue una señal del destino», me dije a mí mismo.

—Venga, no te preocupes —respondí, haciendo un ademán con las manos—. Y lo mejor será que me dé prisa y me ponga a desayunar.

Me incorporé y caminé a la cocina en busca de avena. Cuando pasé a su lado, Alice me siguió hasta allá.

—Ya se me iba a olvidar —expresó de repente—, te compré tu leche de almendras. —Señaló al refrigerador del fondo.

Abrí los ojos, sorprendido, y detuve mi andar.

—Tu papá me dijo que querías ir dejando los lácteos de a poco a poco, así como lo hiciste con la carne —agregó. Su nerviosismo me causaba ternura—. Así que pensé en ti cuando fuimos al supermercado y la vi.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Where stories live. Discover now