Capítulo 25: La bodega de Mordor

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En mi otro instituto, antes de que el asunto de Harry sucediera, no era una persona del todo impopular, más bien era aquel que se mantenía en su sitio, hablaba con pocos y en San Valentín le regalaban un par de rosas o una barra de chocolate

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En mi otro instituto, antes de que el asunto de Harry sucediera, no era una persona del todo impopular, más bien era aquel que se mantenía en su sitio, hablaba con pocos y en San Valentín le regalaban un par de rosas o una barra de chocolate. En cambio, las personas como Harry recibían unas siete flores, cartas de anónimas declarando su amor y algunos chocolates pequeños.

Era quizás un método absurdo de medir cuánto te apreciaban las personas. Si tus amigos eran lo suficiente considerados como para darte una rosa o un chocolate o si no tenías a nadie y debías comprar tus propias flores y hacer de cuenta que tienes amistades que te las den.

Como Hannah y yo decidimos seguir fingiendo que éramos pareja y ahorrarnos las interrogantes de Jason y Miranda, quedamos en mandarnos rosas con notas para que así nadie imaginase que algo andaba mal. Se lo agradecí, ya que, si seguía teniendo una novia, no habría razón por la que alguien tuviera que sospechar que llevaba más de un mes en una relación furtiva con un profesor de Historia del arte.

Ese año recibí unas ocho rosas, varias barras de chocolate vegano —cortesía de Karen y Jason—, y una nota de Hannah en papel rojo con un corazón mal hecho. Como me mandó una foto de eso en la noche, tuve que fingir que me sorprendió y le agradecía por ese enorme detalle salido de lo profundo de «su amor por mí».

Sabía que debía emocionarme por haber evolucionado y superar por fin mi antigua faceta. Era mi obligación creerme un héroe digno de usar de ejemplo para motivación personal. No obstante, las flores me estorbaban y me preocupaba estar cuidándolas, así como me molesté al ver cuánto me saldría mandar una rosa o un chocolate a cada uno de los que consideraba mis amigos.

Aun así, creo que prefería tener que gastar esa cantidad de dinero en flores y cargar con ellas que andar por los pasillos del instituto sin una sola. Entrar a la cafetería con las manos vacías hubiese sido un de símbolo de derrota. Tal y como le sucedió a Steve Walker cuando se paseó entre las mesas para llegar a comprar su almuerzo, no tenía una sola rosa, regalo o nota.

No pude evitar detenerme a pensar que, de quedarme en mi pueblo, habría pasado así o peor la fecha. Lo que me llevó a cuestionarme: «¿Qué había hecho Walker para que lo tratasen así?».

Yo sabía por qué todo mundo me odiaba y también que me lo merecía.

—Qué triste —expresó Karen mientras seguía a Steve con la mirada.

Ella les quitaba la envoltura metálica a sus chocolates en forma de corazón.

—Hasta yo pensé en mandarle para que no se sintiera tan mal —agregó Hannah, tenía la vista fija en el móvil, por su sonrisa supe que veía mensajes de Marcus.

En su lado de la mesa había cerca de doce rosas, chocolates pequeños y muchas notas en papel de colores.

Solo éramos ellas, otras dos porristas y yo. Jason se había fugado con su novia, quizás a un motel o tal vez a comer algo en un sitio más romántico que esa cafetería con aroma a rancio.

El retrato de un joven lúcido | ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora